BIENVENIDAS LAS AUTÉNTICAS MANIFESTACIONES DE AMOR
Coincidiendo con la onomástica de San Valentín, catorce de febrero, deseo hacerme a mí mismo unas reflexiones y compartirlas con los lectores. Considero que no debiera ser un día cualquiera esta jornada del año. Qué menos contar con un día, cada doce meses, para reflexionar sobre el amor que se quiere dar y vivir. Ciertamente lo que menos importa es la fecha, pero si queremos continuar con esta ceremonia tradicional de los países anglosajones, algo debería cambiar en nosotros. Por lo pronto, habría que enraizarse con el auténtico vocablo, y meditar sobre ello. Hasta ahora se ha ido comercializando por el mundo el festín, en lugar de celebrar su esencialidad que nada tiene que ver con la compraventa. Evidentemente, el amor, no se compra ni se vende, se dona. Por eso es tan importante aprender a amar, más allá de un discurso moralizante o mercantilista, o de una simple celebración en la que tampoco prevalece el amor como principio. Lo que más me interesa es el amor que nos hermana, ese que es un amor que se construye, que se injerta en la vida, que no desfallece con la vida, que es fiel a la vida y que no muere. Para nada me interesa el amor como negocio, suele ser repetitivo y acaba por morir al día siguiente. Al final, uno percibe que sólo celebra el amor quien en verdad se ha enamorado del amor.
Para amar hay que sentir el amor y amar como ama el amor. No podemos contentarnos con materializar un día, que por génesis es más poético que mundano, como si fuéramos los depositarios de los amantes perfectos, sin comprometernos, a todos los niveles, en un trabajo de mucha generosidad para ayudar a que el amor llegue a todos los rincones del mundo y, así, pueda enraizase a toda la humanidad. En el planeta escasea el amor como jamás. Hay cosas que el dinero no las puede comprar. Sin embargo, el mundo de la publicidad ofrece un montón de ideas para hacer regalos como si el ser humano viviese únicamente de las dádivas. Lo que interesa son las pruebas de amor, y la prueba de amor no es ninguna tontería, es una forma de vida muy distinta y distante a la actual que vivimos. Pondré algunos ejemplos de tantos. Los desheredados del planeta son fruto del desamor que nos gobierna. La ascendente violencia de género, bajo sus diversas formas de violación sexual e incesto, asedio sexual en el trabajo y en las instituciones de educación, violencia sexual contra mujeres detenidas o presas, tráfico de mujeres…, todo este calvario de odios y venganzas, forma también parte de la semilla despreciativa y de desvalorización de lo femenino y su subordinación a lo masculino. Los inhumanos que todo lo confían a la fuerza y a la intimidación, nada construyen, porque sus semillas son de rencor en lugar de amor. Hasta los mismos modelos de amor que nos venden como amor, resulta que tienen que ser productivos, cuando el amor no entiende de intereses, sino de estima y consideración por su semejante.
Tenemos que aborrecer todos estos desajustes, que para nada germinan del amor,
sino de la aversión hacia el ser humano. Todos sabemos hasta qué extremo el testimonio de este día del amor está diluido por un sentimentalismo vacío, aburrido, que no valora lo importante que es saber amar para poder ser amado, que no se afana y desvela más de lo estrictamente material, cuando el verdadero amor halla en la felicidad de los que conviven a su lado su propia felicidad. Precisamente, el tiempo actual está siendo propicio para el auge de la conflictividad de las parejas, por esa falta de sentimiento y de conciencia amorosa hacia el otro. Hace falta, pues, que la sociedad establezca unos valores prioritarios, como es la voluntad de darse y de comprometerse sin reserva, de hacer familia y de ser amigos de la familia. Los amores más grandes, el de la maternidad y el de la paternidad, se han devaluado tanto en el mundo que, como propósito de enmienda, deberíamos hacer una revalorización cultural del término.
Creo que es una buena ocasión esta onomástica de San Valentín para activar los deseos y la experiencia de amar, inherente a la capacidad de comprender. La rosa roja que simboliza el amor exige cuidado a diario. La ternura siempre nos gana el corazón. En consecuencia, bienvenidas las auténticas manifestaciones de amor, que conjugan el amor en todos los tiempos, haciéndolo realidad para todos. Hoy más que nunca, precisamos sus testimonios ante la crisis de las relaciones de género en una especie que sólo se sustenta por el amor y que únicamente se sostiene de amar. Ahí radica el bienestar, los entrantes del gozo y el cauce de las alegrías. Ante los falsos valores, sólo el amor verdadero es un programa de vida gozoso, que da salud al alma. Este amor sana todas las amarguras. Ya lo dijo el científico alemán nacionalizado estadounidense, Albert Einstein: “vivimos en el mundo cuando amamos; sólo una vida vivida para los demás merece la pena ser vivida”. ¡Cuánta sabiduría encierran estas palabras! Uno está enamorado de la vida cuando se da cuenta de que la vida es amor. Uno está enamorado del ser humano cuando se da cuenta de que un ser humano no es nada sin el otro. Uno está enamorado del mundo cuando se da cuenta de que el mundo le considera como persona. Desde luego, hay que fomentar la ocasión de enamorarse y de cultivar este níveo amor, que nos engrandece y solidariza, porque sabe amar sin medida y sabe ser amor sin condiciones. Os lo aseguro, ningún diamante puede comprar este amor, por sí mismo ya es flor en inextinguible flor.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
6 de febrero de 2011
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EL IMPRESCINDIBLE Y PELIGROSO TRABAJO HUMANITARIO
EL IMPRESCINDIBLE Y PELIGROSO TRABAJO HUMANITARIO
Se precisan obreros crecidos en humanidad, dispuestos a tomar el mundo por amor. Cuando una sociedad pierde sus valores morales, como sucede en la actual época que vivimos, resulta muy difícil la convivencia. El mundo tiene que volver a encontrar el alma de la vida en el alma de las gentes y tomar conciencia de que la vida es lo único importante. Por ella, y sólo por ella, por la existencia de cada uno de nosotros, o sea por la de todos, solamente por eso ya vale la pena vivir. Por consiguiente, gastarse y desgastarse en la búsqueda de un consenso moral es un deber y un derecho de toda la ciudadanía, donde nadie ha de excluirse y sí incluirse.
Sabemos que cada día las necesidades humanas son más numerosas y también más complejas, lo que requiere sumar fuerzas y multiplicar la generosidad. Jamás dividir los corazones. Sólo el año pasado hubo más de 250 desastres alrededor del mundo. Millones de refugiados buscan cobijo y asistencia en otros países. Hay tantas situaciones de emergencia que cubrir que faltan manos dispuestas a donarse y socorrer a los que piden auxilio. Es imprescindible, pues, obligarse a tomar los asuntos humanitarios como algo propio y necesario, como algo justo y prioritario.
La Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) acaba de solicitar 208 millones de dólares para sus operaciones de este año. Todo el dinero será poco, pero también es fundamental sembrar ética en el mundo. Es cierto que los desastres naturales tienen enormes consecuencias para las personas que los sufren, pero los causados directamente por el ser humano son todavía más crueles. El ser humano frente al aluvión de catástrofes tiene que formar parte de la solución, no ser el problema como sucede en tantas ocasiones. Las desgracias parece que nunca vienen solas y las personas que han sufrido terribles adversidades suelen quedar solos, sin nada, deseosos de recibir más amor que alimentos, puesto que para recomponer la vida se precisa algo más que una ayuda puntual, es necesario tener a alguien con quien compartir el dolor y también los sueños.
Visto lo visto, tenemos que admitir, que muchas veces nada es lo que parece, y otras lo que parece es un estado salvaje en un mundo sin orden. Vayamos a la realidad. Mucho se habla de trabajo productivo, de economía productiva, y poco de trabajo humanitario, de aquel que se injerta en el corazón humano y toma un carácter humanamente benefactor para toda la sociedad. Lo que sucede, en el fondo, es que hemos perdido el auténtico sentido humanitario y lo que se cultiva, si acaso, es una sensitiva compasión, más o menos indulgente, pero que no pasa de ahí. En este mundo hay muy pocos que siendo grandes, se empequeñecen, que se hacen voz de los sin voz, que conviven con los pobres haciéndose pobres, sin pedir nada para sí. Hay mucha hipocresía en todo esto. Porque para estar al servicio del bien y de la causa de los excluidos, se debe actuar con total entrega e independencia, con total cesión y libertad, con total renuncia a lo que causa la marginalidad, liberado de cualquier cadena que oprima. Al fin y al cabo, el planeta es un corazón que se mueve con muchos corazones latiendo. Esta crisis no cesará hasta que el ser humano cambie por dentro. Es cuestión de poner alma en la frialdad que nos rodea y esto sólo lo podemos activar los humanos. Aquella frase célebre del poeta y dramaturgo alemán, Johann Christoph Friedrich von Schiller, de que “haciendo el bien nutrimos la planta divina de la humanidad; y formando la belleza, esparcimos las semillas de lo divino”, puede ayudarnos a despertar la ensoñación de tantos y a dormitar las amarguras de otros.
Ciertamente, el mundo de los dolores siempre lo sufren los más pobres. Por tanto, si queremos repartir los sufrimientos, que sería una buena manera de nutrir la planta divina de la humanidad, se precisa una renovación humana, sin victoriosos ni víctimas. Hay que despojarse de inhumanas conductas adquiridas. Por eso, el trabajo humanitario tiene que ser la gran apuesta del cambio, la gran gesta de la metamorfosis del ser humano, y éste no puede convivir con el peligro, porque el mundo necesita sosiego permanente, que únicamente se consigue con la buena voluntad de los humanos. No con la exclusión y sí con la inclusión. La mayor victoria para la humanidad va a ser el día en el que el trabajo humanitario gobierne nuestras vidas.
Hoy, la heroicidad de los que en verdad hacen un trabajo humanitario, todavía no es un referente de masas. ¡Qué bueno sería que lo fuera! Son los auténticos revolucionarios del cambio, representan la conciencia crítica del ser humano. Muchos pagan un alto precio por su donación a los desheredados, por caminar contracorriente y estar al lado de los desposeídos, trabajando humanamente para salvarlos. Ellos sí que tienen madera humana, viven y se desviven por servir a los últimos, y lo hacen con hechos, no con palabras. Necesitamos testigos que ante tanta injusticia, nos haga interrogarnos, ¿dónde está la humanidad del ser humano?. Tomemos en serio nuestra condición humana, imprimamos humanismo y dinamismo humano a nuestro diario de vida. No es suficiente llamarse seres humanos, hay que vivir y convivir como tales. El riesgo de deshumanizarnos es un presente con futuro, para desgracia de la especie.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
23 de enero de 2010
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JUSTICIA PARA LOS AFRODESCENDIENTES
Mucho se habla de justicia en un mundo en el que la justicia no es igual para todos, ni existe para todos, son muchas vidas humanas las que quedan excluidas de lo que es justo y no justo. Actualmente también es así, la justicia es un bien escaso en el planeta, pero quizás uno de los colectivos que recibió mayores injusticias, sean los afrodescendientes, aquellos descendientes de personas secuestradas sin derecho a nada, transportadas quisieran o no como animales de carga, desde el África subsahariana hasta América por los europeos para trabajar como esclavos en sus colonias, fundamentalmente en las minas y plantaciones. Celebro, pues, que la declaración de 2011 como el año internacional de estas comunidades, nos sirva a todos los moradores de la tierra para tomar conciencia de que las injusticias nos pasan factura a todos, porque una sinrazón hecha a un individuo contamina a toda la sociedad.
A pesar de los compromisos asumidos internacionalmente por los Estados, en cuanto a derechos humanos, resulta fácil constatar las injusticias que aún hoy en día se cometen con los inmigrantes, abusos que siguen afectando de manera particular a mujeres, niños, indígenas y pueblos afrodescendientes. ¡Triste época la nuestra!. Las personas afrodescendientes todavía no se les ha liberado y acumulan agravios centenarios. A poco que uno se adentre por los caminos de la vida, verá que los ambientes racistas continúan vivos en amplios sectores sociales y, a estas formas excluyentes, se unen la situación de desventaja en la que viven estos herederos de la miseria, desheredados del progreso que jamás han conocido. Han nacido sin techo y siguen sin techo, en las zonas más pobres deambulan de acá para allá, nadie les ha dado jamás una oportunidad educativa y mucho menos un trabajo decente. Bajo estas injustas mimbres, la posibilidad de romper el círculo de la pobreza y la exclusión social, roza el amor imposible; basta mirar y ve que con ellos apenas se practica amistad alguna.
Por eso, hay que seguir pidiendo justicia para los afrodescendientes, a los que seguimos negándoles el pan de cada día, y, lo que es todavía peor, su valía como personas. Si su cultura ha de reconocerse, valorarse, defenderse, de igual modo su vida ha de humanizarse, hermanarse y fundirse con el resto de las personas, que sí han tenido ocasiones más propicias para avanzar y realizarse. Dejemos, en consecuencia, que la diversidad de manifestaciones humanas convivan y cohabiten unidas. La herencia africana también forma parte del mundo, es del mundo, y como tal ha de considerarse en los procesos de desarrollo de las naciones. Por consiguiente, resulta mezquino soslayar la riqueza de las expresiones artísticas y espirituales del patrimonio afrodescendiente. Como también es bochornoso que algunas personas vivan en condiciones inaceptables en continentes de enorme riqueza natural, donde por su biodiversidad se tienen todas las posibilidades de garantizar el bienestar y la dignidad de su población. Esto conlleva la necesidad de que las distintas culturas “negras” o “afroamericanas” que emergieron de los descendientes de africanos, se reagrupen y tomen parte activa en las agendas nacionales e internacionales. Trabajar por la justicia es cosa de todos y, con ella, se apuntala la igualdad y la libertad, tan necesaria como el aire que respiramos para subsistir.
Volvamos a la memoria del aire, por aquello de que añorar el pasado es igual que correr tras el viento, que nunca se le alcanza. Nosotros tampoco debimos coger, ni acoger, el abrazo de los planteamientos racistas injustificables, tales como la esclavización, el colonialismo y el exterminio de grandes pueblos como los africanos y los judíos. Ciertamente, si todos compartimos un mismo genoma y un mismo planeta, recurrir al tema racial, a los tonos de piel u otras características físicas de las personas, de tal modo que unas se consideren superiores a otras, es tan miserable como inhumano. Sin embargo, nos consta que la realidad es la que es, y aún ahora, se usa el término “raza” para discriminar, mal que nos pese. A mi juicio, el proceso de integración de las diferencias es cuestión, más que de legislación, de cultivo multicultural. Por ello, sin duda alguna, se han de redoblar los esfuerzos para fomentar programas de equidad y mejoramiento de las condiciones de vida de las personas de ascendencia africana, entre las cuales se encuentran políticas de empleo, educación, salud, vivienda… ; pero no sólo de palabra, hay que ir más allá, que los amigos ciertos son los probados en hechos.
A propósito, por si algún lector duda de la fuerte ola de racismo y xenofobia que vuelve a invadir el planeta, recientemente un relator especial de la ONU, al presentar dos informes a la Asamblea General de las Naciones Unidas, Githu Muigai sostuvo que el racismo y la xenofobia no son problemas del pasado y que, por el contrario, continúan siendo un inmenso desafío del presente que afecta a todas las sociedades. ¿Qué mayor discriminación que calificar al mundo migrante como un problema y una amenaza para la cohesión social?. Si recordamos las diversas formas de discriminación que han sufrido los afrodescendientes a lo largo de su historia, veremos que realmente no hemos avanzado demasiado en los tiempos actuales. Para este mundo de ayer, como para el mundo de la migración de hoy, (ambos mundos de pobreza), sigue siendo un problema el acceso a la educación inclusiva, así como la participación en la sociedad, sin que esto signifique la pérdida de identidad. En cualquier caso, quiero subrayar que en una sociedad mundializada nadie puede perder su espacio. El bien común y el desarrollo integral deben conseguirse con la contribución de todos.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
9 de enero de 2011
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SIN VOLUNTARIADO EL MUNDO SE DESHUMANIZA
En el abecedario de los días cohabitan tantos mensajes a los que no prestamos atención, que el mundo necesita de personas dispuestas a descifrarnos, con sus hazañas y testimonios, aquello que no alcanzamos a sentir con la mirada del corazón. El mundo de los polos opuestos nace en nosotros por una falta de humanidad. Por eso, hay un mundo que se recrea con el mundo creado, mientras tenemos otro mundo que inconcebiblemente se destruye a su antojo. Se precisan, luego, personas voluntariosas dispuestas a conquistar a ese otro mundo enloquecido, que lucha por adaptar el mundo a sí mismo, como si el mundo le perteneciese a él únicamente, en lugar de adaptarse él al mundo como persona razonable. Por este motivo, nos da una gran alegría que este año sea el Año Europeo del Voluntariado. Debiera serlo del planeta entero y de todos sus moradores. Está justificado. Hay una necesidad real de humanizarse. La globalización nos llama a ello. Naturalmente, hacen falta muchos brazos dispuestos a trabajar desinteresadamente, muchas manos dispuestas a tender la mano para buscar un cambio a mejor en la situación del otro.
El ser humano no puede perder el deseo innato de ayudar a otro ser humano. Sería el fin de la humanidad. Perdería el gozo que se siente al donarse libremente a los demás. La alegría más pura. Cosecharíamos un planeta triste porque sus pobladores se sentirían solos. No olvidemos que para estar satisfecho necesitamos compañía, cuánta más mejor. Precisamente por esta causa, el voluntariado es un factor fundamental de humanización, que a todos nos interesa avivar y ser protagonistas, a la vez, del mismo. El mundo no puede abandonarse al mundo, la cultura de la solidaridad tiene que ser permanente y continua entre las gentes con alma. Cuánto más se cultive este valor mayor grado de crecimiento y civilización habitará en el planeta. La paz no la consiguen los guerreros, sino los altruistas, aquellas personas que se dejan la vida por mejorar la calidad de vida de todos. No esperan gratificación económica alguna, con una sonrisa se dan por pagados. Ciertamente, con una expresión de amor todo se cura. Nos curamos todos. Quien quiera desentenderse del amor, se desentiende de su propio corazón. Algo horrible, porque siempre habrá algún impulso que necesita consuelo, ayuda.
Para humanizar el mundo conviene verse cada cual consigo mismo, cambiar actitudes, porque el voluntariado es algo más que hacer por el prójimo, es también una manera de vivir al lado del que requiere ayuda, de sentir junto al ser humano como tal, compartiendo tanto las alegrías como los dolores. En consecuencia, todos podemos ejercer el voluntariado. No hay nadie que no pueda participar en la donación, incluso la persona más humilde, más mísera y desfavorecida, tiene algo que participar a los demás, que compartir y ofrecer. Cuando llueve comparto mi paraguas, si no tengo paraguas, comparto la lluvia. Cuando hace sol comparto mi sombrilla, si no tengo sombrilla, comparto el sol. Cuando camino comparto mi sombra, si no tengo sombra, comparto el camino La naturaleza es un ejemplo permanente y vivo del que todos tomamos parte de todo, puesto que a todos nos afectan los días de lluvia y los días de sol, los caminos vividos y las sombras vertidas. Por estas enseñanzas que nos injerta la propia vida, pienso que todavía no es demasiado tarde para construir y reconstruir un mundo inclusivo. Compartir la tierra como hogar común puede que sea una utopía, pero esta ilusión también es el principio de toda humanización.
El que millones de personas de todo el mundo contribuyan con su tiempo y talento a cimentar un mundo más justo y más libre, es una valiosa aportación a la humanización del planeta. Un mundo mejor siempre es posible. Va a depender de la apuesta de cada uno. El amor invariablemente será necesario, incluso en las sociedades más equitativas. Por tanto, el voluntariado, que no es otro que el ser humano que siembra con amor, es tan preciso y precioso hoy en día como lo será mañana. Sus pruebas de afecto son, igualmente, la mejor escuela de vida. Ama y haz lo que quieras, decía San Agustín. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor, si perdonas, perdonarás con amor. Sin duda, todo en el planeta requiere de la ternura, el único motor que nos mueve y nos conmueve, la única fuerza y la insuperable verdad que nos injerta emociones y nos da vida.
Una vida en la que el voluntariado enhebra sus actuaciones como principio humanitario. Su espíritu de servicio es importante, porque servir quiere decir dar, sacrificar una parte de sí mismo, de lo que se posee, a favor de otros, dijo Jean-G. Lossier. Pero, evidentemente, uno no puede iluminar a otros si no posee dentro de sí luz alguna, irradiación que proviene del amor que pongamos en la entrega. Quien ama y sirve gratuitamente, vive y actúa con sentido humanitario que es lo que le falta al mundo para humanizarse. Por desgracia, nos invaden demasiados intereses y el interés no conoce de amores verdaderos, de espíritu de generosidad. Como dice la plataforma del Voluntariado de España, lo esencial no es lo que hago, es por qué lo hago. Y uno debe hacerlo porque tiene ese deseo natural que le sale del corazón. De lo contrario, seríamos seres, pero no humanos. No tiene sentido, pues, un voluntariado que no humanice de manera universal e incluyente, que sea incapaz de reconocer y de acoger la diversidad del planeta. Lo que si tiene razón de ser, y la tiene fundamental, es ese voluntariado valiente y valeroso, comprometido con una actitud del corazón; de un corazón que sabe abrirse a las necesidades del mundo, que son las de todos sus ocupantes.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
2 de diciembre de 2010
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HAY QUE BUSCAR EL ENCUENTRO, NO EL DESENCUENTRO
Todo el mundo parece jugar a la defensiva, cuando lo que tenemos que buscar es el encuentro, jamás el desencuentro, ver lo que nos une, afianzar los puntos coincidentes, reforzar la sensibilidad de cercanía, porque el ser humano en la medida que se comporta como ser humano, en lugar de vencer, convence, que es mucho más interesante, porque es humanizador. No es de personas civilizadas que se sigan enfrentando mundos en un único mundo. El mundo de la racionalidad secular y el mundo de las creencias religiosas deberían entrar en diálogo. El mundo de los poderosos y el mundo de los socialmente desheredados, necesitan el uno del otro, y debieran dejarse guiar por un sentimiento humanitario. El mundo de los que arremete y el mundo de los que entromete, tendrían que despojarse de sus propios intereses y dejarse arropar por el bien común. Si se pusiera como primer valor la convivencia, en lugar de la conveniencia, estoy seguro que esos mundos contrarios ya no existirían.
Es cierto que transformar modos y maneras de pensar, como puede ser el cambio de mentalidad hacia una visión de vida más compartida, puede ser un arduo reto, pero no imposible. En cualquier caso, lo que menos falta hacen son los ideólogos para este cambio. La cuestión de conocernos es algo innato, requiere de la libertad de cada individuo. Ya en su tiempo, el célebre Tales de Mileto, advirtió de la dificultad: “la cosa más difícil es conocernos a nosotros mismos; la más fácil es hablar mal de los demás”. Han pasado los siglos, las generaciones de esos siglos, y aún hallo tanto desacuerdo entre yo y yo mismo, como entre yo y los demás, como entre los demás y los diversos mundos. Cada día resulta más embarazoso comprender a los moradores de esta vida. Somos de una torpeza enorme. ¿Para qué saber tantas cosas, si la principal, la humanizadora, es nuestra mayor ignorancia? A los hechos me remito. En cada niño -dijo Jacinto Benavente- nace la humanidad y le lanzamos piedras. En cada persona -dice servidor- nace un poema y destruimos el cuerpo de su alma. Todo el bienestar que el ser humano puede alcanzar, está, no en el consumo, ni en el placer de ser más, sino en el gozo del acuerdo, de la armonía, de la concordia, de la conciliación, del pacto, de la amistad.
Ahora bien, para buscar el encuentro, más que las grandes cosas hay que hacer crecer las pequeñas cosas. Hoy es tan urgente la armonía con la madre tierra como con el ser humano. Sobre el planeta hay multitud de especies vivas, pero sólo las personas tenemos la conciencia necesaria y el talento preciso para promover un mapa armónico de vida. Ha fracasado la tolerancia y nos hemos perdido el respeto. Hemos fallado en el compromiso. La superioridad de razas y culturas nos gobiernan a su antojo, generan tensión, porque su mismo abecedario existencial es de confrontación permanente. Por ello, son tan importantes los defensores de los derechos humanos. Son los magnos conciliadores. Se afanan en conciliar la justicia y la libertad, el amor y la paz, el valor de la vida y la valía del ciudadano como tal. Saben que donde habita el diálogo cohabita la victoria del ser humano. Por el contrario, también conocen que allá donde los gobiernos son corruptos, en lugar de la mano se levantan los puños. Sus hazañas deberían hacernos reflexionar a todos, siempre se ha dicho que la meditación desenreda todos los nudos.
A la Santa Sede le preocupa el nuevo fenómeno de la intolerancia y discriminación de los cristianos en Europa, escribe un portavoz vaticano. A Naciones Unidas le inquieta la marginación de comunidades enteras debido al color de su piel. A la Organización Mundial de la Salud le alarma que los ricos reciban toda la atención de salud que necesitan, mientras que los pobres tienen que arreglárselas por su cuenta. A la Organización Internacional del Trabajo le intranquiliza que el trabajo decente sea un sueño para unos pocos. A la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, le agita construir la paz en la mente de los hombres y las mujeres. Al Banco Mundial le impacienta que no se trabaje por un mundo sin pobreza… Todas estas Instituciones, y tantas otras, no cesan en llamarnos la atención. ¿Por qué no se les escucha? ¿Dónde está el encuentro de sensibilidades humanas? Desde luego, no son palabras necias para que hagamos oídos sordos.
El encuentro humano se produce en la medida que nos mueva y nos conmueva una causa común, el bien de todos, sin exclusiones. Es una urgencia proponérnoslo como deber. Hay que buscar y rebuscar un lenguaje común. Merece la pena propiciarlo. Por desgracia, el mundo cada día está más desquiciado, en parte por este desencuentro humano. El triste espectáculo de la violencia y de la guerra no ha cesado. El abecedario de las armas llena a diario páginas y páginas de dolor en el mundo.
No perdamos la esperanza. Sí al final la humanidad fuese capaz de superar las divisiones, los lances de interés, los radicales contrastes, sería el primer gran laurel de la especie. La fuerza de un transparente diálogo es la única forma de buscar soluciones pacíficas a los problemas que injertan los conflictos. Nadie puede ser adversario de nadie. Lección primera. Esto exige apertura y acogida, es decir, que cada ser humano exponga su punto de vista, pero escuche también la exposición de otro ser humano. Los falsos diálogos, que tienen lugar en algunas cumbres o conferencias internacionales, son más de lo mismo, reuniones convenidas, que a nadie suelen convencer. En ocasiones, activan aún más el encontronazo, por el deseo de poder de sus dirigentes, que en vez de proponer y aguzar el oído, imponen sus criterios jactanciosamente. El desencuentro aún es mayor cuando se utiliza deliberadamente la falsedad en determinados foros, utilizando todo tipo de tácticas, que además de impedir el diálogo, hace perder los estribos a cualquiera.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
12 de diciembre de 2010
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LOS BUSCADORES DE AMOR
No existe el amor como lo vivimos, sino la búsqueda del amor, y esa exploración es la que nos hace más humanos. Hoy el mundo sigue necesitando de los auténticos buscadores de afecto, aquellos que están siempre dispuestos a compartir lo que tienen y lo que son, así como a perseverar en hacer más efectivos los derechos humanos. La familia humana sigue y prosigue desmembrada. La cercanía de los corazones es lo que acorta las distancias realmente. Esta globalización amorosa todavía está muy distante y es muy distinta ante la multiplicidad de culturas que visten el planeta. Por esa ausencia de amor verdadero, las personas son reducidas a la mínima expresión, a nada, a su cartera y a su poder. El amor se reduce a sexo. La familia se reduce a un contrato. La vida se reduce a un presente. Los derechos se reducen a intereses de productividad. Hasta la mismísima procreación de la especie puede llegar a ser más fruto de laboratorio que del amor. También el conocimiento se reduce a sensaciones que para nada nos ayudan a vivir, sino más bien a disfrutar irresponsablemente. En ocasiones, ya nada es lo que es, inclusive el propio sentido común que ha dejado de contar con la razón humana. Cuánto desamor esparcido por las calles del mundo y cuánto desagradecido vierte un infierno a su paso. Nada hay más injusto que buscar amor donde no se halla.
Los buscadores de amor lo encuentran porque ellos mismos viven con el amor. Son el amor desnudo de ideologías. Son el amor sin condiciones ni condicionantes. Establecen relaciones desinteresadas y la gratuidad es el valor supremo, más que cualquier valor y valía económica. Para satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las del futuro para atender sus propias necesidades, supone más que un equilibrio entre el crecimiento económico, las necesidades sociales y la presión sobre el medio ambiente, ensanchar el amor, aquel que lo toma todo, porque también todo lo da. Ofrecen, con sus actitudes desprendidas, liberación a los seres humanos y propician el disfrute de la libertad de pensamiento. Realmente nos hace falta promover un progreso desde la proximidad entre las naciones. Pero siempre falla lo mismo, los Estados no se entienden, porque las personas pasan del sentido de armonía. De hecho, la concordia, indiscutible árbol del bosque social, debiera ser un imperativo irrenunciable en la vida de cada país, en la cotidianidad de la vida de todos los pueblos del planeta. Una vez aceptada la realidad de que todos somos ciudadanos con derecho a ser considerados persona y con deberes respecto a la comunidad, en la que hemos optado libremente vivir, podremos consiguientemente modelar nuestras conductas en la vida, en la perspectiva de la solidaridad que a todos nos hace una misma cosa. Conseguirlo es fácil y difícil. Sólo con amor es posible llevar a buen término este sueño.
Fracasan las ilusiones porque tal vez quiebra el empeño. A los hechos me remito. Una semana sí y otra también, hay conferencias y cumbres internacionales por doquier parte del mundo. Algunas no pasan del aburrimiento, de ser más de lo mismo, o sea, de no llegar a ningún acuerdo. Los legítimos buscadores de amor no tardarían en abrazarse. Ellos no tienen intereses en juego como sí tienen los Estados. A veces, o casi siempre, mezquinamente, porque un acuerdo climático global a todos nos afecta, no en vano la meta es evitar que el siglo termine como una caldereta de fuego. Lo mismo sucede con los objetivos de erradicar la pobreza extrema y el hambre, de hacer realidad la educación en todo el mundo, la igualdad entre los géneros, reducir la mortalidad de los niños, mejorar la salud materna, combatir el VIH/ SIDA… La verdad que cuesta entender la dejadez de aliarse por estas causas, a las que ningún país debe prestar oídos sordos o mirar hacia otro lado. No es posible ninguna alianza mundial bajo estos signos de desigualdades y de crueldades consentidas. No carguemos la culpa a la actual crisis económica y financiera, bajo los ojos del amor todo se parte y se comparte. Esa es la medida justa. Podemos estar comprometidos en esto o en aquello, pero cuando el amor no activa los corazones, la pasividad es el único valor en alza y la sumisión raya todo los servilismos.
Nos hemos labrado tantas guerras injustas que los labios han perdido el color de la sonrisa. Es despreciable que un país tenga que someterse a otro país. Es indigno que un ser humano no conozca más que el sufrimiento. Hemos tallado un planeta de vencedores y vencidos en un mundo de nadie. Si acaso, por lo único que hay que dejarse vencer es por la veracidad. Cuando en verdad se habla de derechos humanos ha llegado el momento de tener el valor de decir la verdad, como la portan los genuinos buscadores de amor con su donación. El mundo precisa no domadores, sino hombres que se donen en cuerpo y alma, que cautivados por el amor, aman sin medida, porque se ocupan y se preocupan por el bien común. Es el momento de retar a la ciudadanía del mundo, o sea a todos, a que pensemos en las consecuencias de nuestras acciones. “Nuestras acciones hablan sobre nosotros tanto como nosotros sobre ellas”, dijo la novelista británica George Eliot. Por muchos convenios que firmemos para recuperar el diálogo, el ambiente va a seguir degradado e imposible, porque hay cuestiones que son propias del principio de la amorosa educación: predicar con el ejemplo.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
28 de noviembre de 2010
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LA CONCIENCIA ASESINA
Mal negocio para una civilización permitir que se devalúe la vida. Se queman todos los abecedarios morales, también cualquier presencia humana de auxilio. Extender la conciencia asesina es lo peor de lo peor, la mayor ruina del hombre contra sí mismo. Toda persona tiene derecho al don de sentirse vivo, al don de sentirse libre, al don de sentirse único y necesario. La impunidad da rienda suelta a los criminales, que en lugar de sentirse culpables, se asienten protagonistas de grandes hazañas. Habría que poner algún tipo de freno a la difusión de la criminalidad. Si ante tales hechos, no alzamos la voz y no hablamos con hondura, si no actuamos en defensa de la vida y abogamos por los derechos humanos, ese espíritu maligno va a seguir desarrollándose por todos los espacios del mundo, ensanchándose e hinchándose de poderío globalizador. Hay que plantarse ante la crueldad y ante los que desagravian esa crueldad, la fuerza de los cobardes.
No es bueno para el mundo la utilización de las amputaciones y los latigazos como castigos, el uso de la lapidación y la horca como métodos de ejecución, las detenciones arbitrarias, las desapariciones forzadas, las violaciones y otras formas de violencia sexual, las restricciones a la libre circulación de las personas, a la libertad de pensamiento, opinión y religión. Para nada es humano permanecer pasivos ante la permisividad de la barbarie, que cada día lejos de suprimirse del planeta, es más cruel y bárbara. Hoy por hoy, por cada derecho promulgado se cometen miles de abusos, por cada voz que se alza libre, son muchas más las que continúan mordiéndose la lengua, por cada mujer que alcanza el estatus de la igualdad, son muchas más las que sufren discriminación. Por desgracia, la conciencia acuchilladora sigue socavando la vida que a todos nos pertenece vivirla como nos plazca y es, esta permisividad asesina, la que genera más realidades crueles, más respuestas brutales, enarbolando la bandera de las bestias salvajes, en un universo creado por encima de todo, para ser vivido, no para ser acabado.
El mundo de la conciencia asesina no puede seguir amedrentando un planeta de vida. La cultura de paz, tolerancia, comprensión y no violencia, todavía sigue siendo el gran objetivo pendiente de llevar a buen término. Debemos empeñarnos en modificar las actitudes y crear conciencia pacifista. La violencia no puede socializarnos ni establecer grupos sociales por la fuerza. Podemos conseguirlo y hemos de propiciar ese cambio con urgencia, puesto que el comportamiento asesino no es algo innato, se adquiere, se aprende y se cultiva. No se puede tolerar que bandas criminales impongan el crimen como lenguaje. La emergencia educativa es vital. La didáctica de colaborar con las causas justas es lo más valioso. Cuando se debilita el respeto por el ser humano nadie queda a salvo y despunta, más pronto que tarde, la brutalidad. Es el fruto de un espíritu de relajación de las normas sociales, incapaces de corregir las conductas desviadas y los comportamientos antisociales.
Para muchos ciudadanos vivir no es fácil, llega a ser un milagro para bastantes. Una buena parte de la juventud crece en ambientes sanguinarios, atemorizada y atrofiada por el miedo. No en vano, la calle está crecida de asesinos en serie, actuando de forma metódica, siguiendo unos patrones, alcanzando su propósito de pisotear la dignidad humana y el valor de la vida. También está rebosada la calle de asesinos a sueldo, de sicarios que trabajan en equipo, a los que no les mueve otro corazón que matar a cambio de un precio. Asimismo, por las calles de la vida cohabitan millares de asesinos a sangre fría, son tipos que suelen tener una doble vida: por el día viven como ciudadanos normales y por la noche actúan como depredadores. Además, por esas mismas calles del mundo, los asesinos en masa llegan a ser un enjambre dispuestos a exterminar la humanidad. Las calles tomadas por estas serpientes del dolor hay que fumigarlas, mejor hoy que mañana, y, de igual modo, a los responsables de que esta conciencia asesina diluvié por el planeta, que no está sólo en los que asesinan, sino también en los que no matan pero dejan matar, aportando armas para ello, avivando el odio como ambiente y la venganza como signo de buena vecindad.
Sin duda, la gran tragedia del mundo es la desvalorización del ser humano. Hay tantas conciencias asesinas que rigen pueblos, que el planeta rueda en el desespero de las gentes. En una esquina, están los que todo lo poseen que tienen un mundo que amedrentar. En la otra arista, están los desposeídos que tienen un mundo que vencer. En la cúspide de los despropósitos: vencedores y vencidos en lucha permanente, sin conciencia, que es lo mismo que no tener corazón. Cuando se pierde el alma de la vida, los monstruos son los dueños del mundo. Por ello, hay que correr la voz de que la conciencia asesina no tendrá cabida en una sociedad en la que se interesan los unos por los otros. “Para una persona no violenta, todo el mundo es su familia”- como dijo Gandhi. Es cuestión de tomar conciencia, sabiendo que es la mejor guía que tenemos para caminar llenos de esperanza. Sin ilusión nada se mantiene.
Desde luego, la vida merece la pena sostenerla y sustentarla con la sorpresa de saber que soy el que soy y de saber que existo, no para dejarme asesinar por el colega de turno, sino para dejarme sorprender. Hasta dentro de mi puede haber otro hombre que está contra mí. Uno, efectivamente, puede asesinarse asimismo algo tan normal como la alegría de vivir y dar un mal ejemplo. Nadie está libre de que la conciencia asesina empiece por su boca, máxime cuando hemos perdido la autenticidad de ser lo que somos, de descubrirnos cómo somos, de denunciarnos y acusarnos a nosotros mismos. No olvidemos que la humanidad es el espejo de cada ser humano. Nuestra sociedad, en suma, suele ser bastante asesina en maneras y modos. El día que se empape del verdadero amor, todo será más humano y todo será menos cruel. No matemos el tiempo sin al menos haberlo intentado conquistar.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
21 de noviembre de 2010
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Todo en este mundo es camino. La propia vida es un camino del hombre hacia sí mismo. Se hace camino al andar, dijo el poeta. Somos parte del propio camino. Cada hombre tiene que inventar su camino, apuntó Jean Paul Sartre. También el mundo tiene que reinventar la reafirmación de otro camino para que las personas, nazcan donde nazcan, disfruten de una vida digna. ¡Qué menos!. Ciertamente, coexistimos como caminantes en constante evolución y revolución. Se dice que el género humano ha avanzado considerablemente en muchos aspectos. En algunas cosas, quizás, pero de manera desigual, porque también se ha retrocedido. El camino de las desigualdades viene pisando fuerte en este planeta de jerarquías y de rangos confusos. Nos consta que todos tenemos derecho a caminar por el camino del desarrollo; sin embargo, el reto solidario es un camino que no avanza. Igualmente se comenta que hace dos décadas el mundo venía saliendo de un periodo de deuda, ajuste y austeridad, y las transformaciones políticas se sucedían, una tras otra, en diversos puntos de los caminos humanos. Verdaderamente, en el camino hay subidas y bajadas, la cuestión radica en saber sobreponerse todos junto a todos. La exclusión es el camino de la torpeza del hombre de hoy. El pobre no puede estar marginado del circuito económico, por ejemplo.
La marcha, de lo que se ha dado en llamar el bienestar social, es público y notorio que deja en el camino muchos seres frustrados, multitud de marginalidad, pelotones de bestias sin escrúpulos. La recesión es un camino que persiste en el planeta. Los países con menor valor de desarrollo humano suelen tener mayor crecida de corrupción y desigualdad. Aún así, el camino del progreso siempre es posible, para mejorar la vida de las personas no se necesitan tantos recursos, pero sí poner en valor principios éticos en los pasos dados. A un entorno económico mundial estable y sustentable se puede llegar por diversidad de caminos pero con políticas estéticamente globales. A los gobiernos del mundo les falta pensar en global y hacerlo de manera incansable y persistente. Poner a los caminantes de este mundo, que somos todos, en el centro del avance social es más que un mero ejercicio intelectual; significa enraizarlo en el espíritu de las gentes, en cada una de ellas; no en vano, siempre se ha visto que la verdadera riqueza de una nación está en su ciudadanía.
No se pueden cerrar a intereses egoístas lo que son oportunidades del ser humano como tal. En esa diversidad de caminos, los caminantes tienen también derecho a disfrutar de un paseo saludable, de una vida interesante, no interesada, a adquirir conocimientos y lograr un nivel de vida decente. Todo esto nos lo merecemos cualquier ser humano, por lo mero hecho de serlo. Por otra parte, hay que encender las liberaciones. Libertad para tomar los caminos que uno quiera, porque seguir un sólo camino es retroceder, y conciencia para reducir las injusticias que en el mundo tanto abundan. El universalismo de la especie humana se halla en el centro de todo impulso que se precie. Claro, para ello, hay que poner en valía el amor como razón de Estado. Podemos tener los niveles de educación más altos que nunca, sin embargo la espada de los violentos sigue siendo el abecedario que más se utiliza y reutiliza. Tampoco puede seguir sustentándose el progreso en la explotación de algunos grupos. La esclavitud sigue existiendo. En esa diversidad de caminos, lo que hay que considerar es que el desarrollo desigual no es jamás un desarrollo humano, por mucho que nos lo quieran meter por los ojos determinados gobiernos del mundo.
Hay que despojarse de caminos que no conducen más que a la miseria. Lo auténtico es siempre el camino más sencillo. Decía el filósofo Bernard Henry que “el camino hacia la riqueza depende fundamentalmente de dos palabras: trabajo y ahorro”. Por volver la vista a los muros de patria mía, España, perder el empleo es lo más normal. Esta inseguridad laboral que se vive actualmente está generando una sensación de malestar de gran calado y contagio en todos los sectores de la población. Cuando se agotan todas las protecciones sociales, quienes pierden el trabajo deben transitar por una economía sumergida, que marca de por vida. El camino del desempleo es un camino cruel que está ocasionando grandes dificultades a muchas familias y agravando la pobreza como jamás. Difícilmente si no hay trabajo puede haber ahorro. El mundo es un derroche para algunos, mientras otros reciben nada o reciben migajas. Con frecuencia organizaciones internacionales advierten de la falta de medios para operaciones de socorro, de primeros auxilios. Al final, uno acaba preguntándose: ¿Qué desarrollo es éste que no alcanza a los afligidos del planeta, que es incapaz de generar pleno empleo, o que permite la impunidad frente a las violaciones de los derechos humanos?
Diversidad de caminos, sí, ¡siempre!, pero hay que reprender al que yerra y enseñar los caminos de la verdad, que son los únicos que pueden globalizarnos. Al igual que aquel que anda perdido y no sabe por qué camino llegar al mar, y se le aconseja que debe buscar el río por compañero, también en este laberinto de influencias y confluencias, tenemos que iniciar otras búsquedas para un progreso más humanizador y universalista. Sólo una cultura común, responsablemente humana y solidariamente civilizada, afanada en cohabitar bajo la promoción de la justicia, puede generar un desarrollo humano auténtico y regenerarnos un mundo podrido.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
7 de noviembre de 2010
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