ALGO MÁS QUE PALABRAS

Written by Redacción. Posted in Columnas

Published on marzo 07, 2011 with No Comments

LOS OCÉANOS DE LA VIDA REQUIEREN PROTECCIÓN

La vida, que es un océano de sensaciones sorprendentes y de azules que reverdecen nuestro futuro, parece injertarse en el abecedario de las aguas como principio de las cosas. De hecho; los océanos cubren y recubren la mayor parte de la superficie del planeta, al tiempo que abren y reabren los vergeles por donde pasan los suspiros del aire, para hacernos sentir lo grande y lo pequeño que uno puede ser. Por consiguiente, aunque sólo sea por gratitud, es de justicia que la Asamblea General de las Naciones Unidas, resolviese a partir del memorable 2009, invitarnos a que el mundo celebre el 8 de junio como Día Mundial de los Océanos. Debe ser una oportunidad para tomar conciencia de lo mucho que le debemos, pero también una reflexión mundializada de autocrítica personal. Sin duda alguna, cada cual somos parte de esa agua salada, convivimos y vivimos con esa bendita masa de corrientes que mueve todos los corazones, nacemos y crecemos a su lado, tanto es así que no seríamos nada sino pudiésemos enraizarnos el alma a este vital sustento de praderas profundas, de planicies levantadas por las olas, que forman y conforman la piel añil del planeta.

Ciertamente, los océanos son el alma del planeta azul, no en vano la vida misma brotó de ellos, de esa inmensidad de misterios y de esa grandiosidad de luz, que son engendro de la vida humana. Lo sabemos, pero hacemos bien poco, por protegerlos. Tienen que cesar de inmediato aquellas actividades humanas que ponen en peligro los ecosistemas marinos, el hábitat marino, el abuso y el uso desmesurado de prácticas que todo lo destruyen. La criminalidad en los océanos es tan fuerte como en la propia tierra, se da la piratería y el robo a mano armada, la sobreexplotación y el despilfarro que todo lo contamina. Es nuestra responsabilidad, es el compromiso de toda la especie humana, que debe cuanto antes intervenir y poner orden en la administración del medio marino. De nada sirve legislar si luego no se cumple el espíritu de la norma. Asimismo, de nada sirven los días mundiales, en este caso el de los océanos, si nuestro deber individual y colectivo de proteger y de cuidar los recursos tampoco pasa de las buenas intenciones. Es verdad que los moradores del planeta deben hacer mucho más por defender el Estado de Derecho de los Océanos, pero téngase presente que la implicación es para todo el mundo, es decir, para toda la ciudadanía del mundo mundial.

No cabe la exclusión a la hora de resguardar nuestros océanos y hacer queprosperen. Por desgracia, se habla muy poco de la crisis en el territorio marino y de sus efectos en las sociedades. La falta de ética y moral nos ha llevado a un estado de permisibilidad increíble, a consumir hasta las entretelas del mar. El derroche, la especulación, la falta de sentido humano, deja a diario una estela de muerte atroz en las aguas saladas, de difícil reparación. No hay más necio que el que no quiere ver, dice el refranero. Tenemos la ciencia que nos habla de las consecuencias y tenemos las leyes que nos ponen límites a nuestras actitudes, pero lo que nos falta es activar una conciencia educacional honesta, desde la coherencia de cada uno, sabedores de que los océanos regulan el clima mundial y son una parte vital de la biosfera. En este planeta, todos dependemos de todos, de ahí la importancia de que las sociedades adquieran nuevos estilos de vida más poéticos que mundanos, más universales que nacionales, más estéticos que repelentes, como puede ser el gran vertido de plásticos, de aguas residuales y de desechos generados por nosotros mismos sin control alguno.

Los océanos no pueden convertirse en el sumidero de nuestros despropósitos. Los niveles de contaminación que producimos son verdaderamente alarmantes y, por otra parte, la explotación de los recursos marinos vivos es tan descomunal que se hace insostenible. El futuro es bastante negro si se prosigue en la alteración o destrucción delhábitat marino, que no nos olvidemos es tan importante como el hábitat terrestre. A pesar de que la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar de 1982 ha logrado una aceptación prácticamente universal, porque es una buena guía, los resultados siguen siendo catastróficos. ¿Qué es lo que está fallando, en consecuencia?. A mi manera de ver, el no reconocer el enorme valor de los océanos en la vida. Lo que no se valora tampoco se cuida. Sin embargo, pienso, que nada está perdido si se tiene el coraje de proclamar a los cuatro vientos que así no se puede seguir y que debemos empezar de nuevo, en un nuevo despertar generacional.

Sí, sí, sí… Ha llegado el momento del cambio, de comenzar un naciente rumbo, de tomarnos en serio el hábitat marino como parte de nuestra existencia. Tenemos que ser conscientes de que los problemas del espacio oceánico son problemas de toda la humanidad y la resolución, por tanto, tiene que venir de la mano de todos los seres humanos. En uno de sus versos Homero decía: “el océano es fuente de todo”. No le faltaba razón en esta afirmación. Hoy en día sabemos de la importancia de estos mantos azulados, que requieren de una gestión eficaz, puesto que el recurso es limitado. Cuando un manantial se exprime demasiado acaba secándose. Ya me dirán luego, cómo podemos vivir sin esta fuente de vida, que puede serlo de muerte también, sobre todo si abandonamos la responsabilidad de cada uno de nosotros de preservar los océanos. La ineptitud de manejar energías capaces de alterar equilibrios naturales, de manera absurda, es en toda regla un mal presagio. El mundo tiene, pues, que reaccionar frente a esta marea humana de inconsciencia, y ha de hacerlo sin perder un minuto más de tiempo.

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor

corcoba@telefonica.net

5 de junio de 2011

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MANOS A LA PAZ; LO MÁS IMPORTANTE

 

Precisamos todas las manos del mundo para la paz. La de los indignados también. Si hemos de luchar que sea siempre con verso en ristre. Uno puede estar ofendido por mil razones, pero ha de ser paciente y creativo. La paciencia tiene más poder que la fuerza. Por otra parte, la creatividad requiere tener el valor de compartir y de desprenderse de uno mismo. Nos hace falta, sin duda, ser innovadores para ahuyentar la avaricia que nos come por dentro. Es cierto que la esperanza de poseer más no conoce límites y que acrecienta una corrupción que debemos detener con urgencia. Comprendo que algunos ciudadanos sientan furia por estos desatinos, pero cuidado con entregarse demasiado a la ira. Hasta la indignación tiene que ser ética. No vayamos a caer en el oportunismo alarmante.

Indudablemente, la persona indignada no puede quedarse sólo en la denuncia, en decir basta, por mucha impotencia que sienta por sus venas, tiene que ofrecer remedio a los males. Nuestra lealtad es para las especies y el planeta. Hemos de sobrevivir todos. Y todos somos necesarios y precisos para cambiar el orbe. Desde luego, el mayor mal que deshonra al género humano siempre será la falta de entendimiento, las guerras en definitiva. El mal triunfa por culpa de la multitud, por aquellos que lo avivan, pero también por aquellos que lo consienten y no lo castigan. No es algo anónimo, surge de algo y de alguien.

Lo más vejatorio es dejarse vencer por la maldad. El ser humano está llamado a fomentar actitudes nobles, a comprenderse, a dialogar mucho y a escuchar más. Por eso, estimo fundamental estar a la expectativa, sobre todo en el uso de los bienes de la tierra, a comprometernos con el bien común de toda la familia humana. Tenemos que salir de la indignación, con la quietud de que la ciudadanía mundial ha destruido todas las armas, de que la justicia no es excluyente, y de que la libertad es patria común.

Una opinión equivocada puede ser tolerada donde la razón es libre de combatirla, dijo Thomas Jefferson. Por desgracia, nos acorrala una atmósfera de confusión permanente que no beneficia a nadie. Lo que es peor, genera desorden e injerta rabia. Para mí, lo más importante es ponernos a trabajar por la paz, pero de verdad, de modo y manera auténtica. Sin embargo, parece que hoy en día lo más ético es mostrar la indignación frente a un mundo tan cruel. Una crueldad que, como cualquier otro vicio, parte de las propias raíces humanas, que la única manera de que no enraícen es desterrándolas del planeta.

Si no nos ponemos manos a la paz difícilmente podemos cambiar maneras de vivir. Los moradores se indignan ante una vida amenazada y aplastada por los poderosos, por los poderes corruptos, por las mafias que no entienden de éticas morales, por la obsesiva competitividad que llega a ser algo enfermizo. El hombre compitiendo contra el hombre. El hombre sin derechos humanos frente al poder. El hombre sobrecogido por el hombre mismo, que es un esclavo de la maquinaria imperial. En cualquier caso, creo que debemos sobreponernos a cualquier indignación y ponernos a pensar en la colectividad. Establecerse en la indignación sin avanzar también desestabiliza. Uno podrá estar en desacuerdo e indignarse por los acontecimientos injustos del momento, pero tampoco es lícito cargarse el Estado de Derecho. Hay que actuar bajo los resortes democráticos por muy incómodos que nos hallemos, y, en todo caso, mal que nos pese tampoco puede prevalecer el “yo” de los indignados sobre el “nosotros” de la sociedad que sí acata la legalidad vigente. Una ley debe ser ley porque es justa, y si no lo fuere, más que indignarse, debemos ponernos a trabajar para modificarla.

La ley primera y primaria, que a todos nos incumbe, es la de sembrar paz. Amparar el Estado de Derecho es esencial para que el mantenimiento de la concordia entre culturas sea eficaz, lo que exige reforzar los sistemas de una justicia independiente, de unos gobiernos transparentes y de una economía humanizadora. Quedarse, pues, en la indignación porque sí y aletargarse en esa indignación, apenas va a servir de nada. A propósito, será bueno reflexionar sobre ese imprescindible Estado de Derecho, que el personal de paz de las Naciones Unidas celebra el 29 de mayo. Ellos, que saben lo que es dar la vida por la paz, son los mejores guías para sacarnos de esa indignación que parece haberse puesto de moda.

Es verdad que el mundo del mañana ya no puede pensarse igual que el de ayer. Esta toma de conciencia universal es la que nos hará progresar. Al dolor, a la pena, a la indignación, debemos entre todos darle una respuesta de paz. Ahora bien, la solución del pasado tampoco sirve para el mundo presente. Nos hemos para bien o para mal globalizado. Y desde esa globalización, de forma unitaria, mancomunada si se quiere, han de brotar los pensamientos que nos lleven al cambio. No podemos esperar más. Cada día se suman más indignados al tren del desconcierto. La crisis actual nos obliga a todos a poner los cimientos de una nueva gobernanza mundial. Nadie puede quedar al margen de nada. Es mucho lo que tenemos que hacer y hemos de hacerlo unidos. El mercado no puede imponer las normas, son las personas las que tienen que proponerlas y luego aprobarlas. La justicia tiene que hacer justicia y acabar con los corruptos, con los paraísos fiscales, con el capitalismo deshumanizador. La tarea es grandiosa pero hay que realizarla. Querer es poder. No hacer nada, dejarnos llevar por el desconsuelo, caer en una crónica indignación, es otro cáncer más. Por consiguiente, manos a la acción, sabiendo -como dijo Amado Nervo- que hay algo tan necesario como el pan de cada día, y es la paz de cada día; la paz sin la cual el mismo pan es amargo. Para conseguirlo, o caminamos todos juntos o nunca hallaremos la armonía.

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor

corcoba@telefonica.net

22 de mayo de 2011.

 

 

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ALGO MÁS QUE PALABRAS


ACTIVAR EL EMPLEO, AVIVAR LA VIDA

Activar el empleo en el mundo es esencial para avivar la vida de las personas, el bienestar que todos nos merecemos y por el que todos debemos luchar. Lo sabemos, lo decimos, pero el compromiso no pasa de las palabras. También observamos lo desastroso que es caer en el desánimo y que la sociedad se mueva en el permanente descontento. El ser humano decepcionado es terrible y temible, pero hacemos bien poco por alentarlo. Al final solemos quedarnos en el universo de los lamentos. ¡Cuántas lamentaciones podrían haberse evitado si fuésemos más humanos! Resulta complicado que cohabite el sosiego, cuando se tiene hambre de justicia y sed de libertad. Todo es posible en un mundo injusto y oprimido. Lo estamos viendo y viviendo, confiamos en que también sufriendo, con Oriente Medio y el Norte de África. Si en verdad tuviésemos la coraza quitada, su dolor formaría parte del nuestro, y quizás entenderíamos mejor el amor a la existencia.

Una vida que, por cierto, nos exige estar preocupados los unos por los otros y también ocupados. La situación de angustia se agrava aún más ante la falta de trabajo. Aparte de que la ociosidad sea la madre de todos los vicios, uno necesita trabajar para comer, y si no lo necesitase para comer, lo necesita para sentirse bien, o sea, para tener salud y ganar moral. Además de que trabajar -como dijo Rousseau- constituya un deber indispensable para el hombre social, infunde una realización humana que no puede truncarse. Todo los poderes y todos los agentes sociales han de contribuir a generar ese activo laboral que precisamos para vivir. Ciertamente, una economía que no es capaz de generar oportunidades de inversión, ni de fomentar la iniciativa empresarial, difícilmente puede crear ocupación. Por consiguiente, resulta inútil pensar en un pacto global para el empleo, si la propia cuestión económica es excluyente y selectiva. La persona es más que un mercado competitivo, el proceso de crecimiento y dignificación tiene otros parámetros, como la generosidad y el bien común. Algo que se ha borrado de la memoria del mundo obrero, quizás, porque la incultura de la compraventa se ha merendado el cultivo del diálogo social.

A mi juicio, el referente social ha perdido peso y, por ende, también la justicia social. Bajo este contexto antisocial, la vida laboral también se ha despojado de la cultura solidaria. Todo se organiza y se desorganiza en función exclusiva del becerro de oro, es decir, de la ganancia. Las dimensiones propiamente humanas, que precisan vivirse en sociedad, apenas cotizan en los corazones humanos. Por consiguiente, el trabajo ha perdido esa característica propia de unir a las personas, se ha embrutecido en la medida que se ha deshumanizado totalmente, y todo parece reducirse a egoísmos individuales. En consecuencia, es tan justo como preciso activar empleos, pero hacerlo de manera que liberen a la ciudadanía de tantas esclavitudes. No se puede avivar la vida con trabajos que degradan a las personas. Me preocupa, pues, que las políticas actuales no se ocupen más de estos hechos y de atajar el aluvión de desequilibrios y desigualdades que conviven entre los países y dentro de los propios países.

Desde luego que hay que activar el empleo, pero no cualquier empleo y de cualquier manera; debe ofertarse en la dirección de hacer de la vida una vida más humanizadora, menos esclava, más en clave de socialización y de descubrirse uno asimismo. Mucho se habla ahora del trabajo decente, pero qué trabajo es ese que no respeta a la persona, que no lo remunera lo suficiente, que lo considera un engranaje más de la maquinaria, como si no tuviese corazón. Aún hay que subrayar y poner de relieve la primacía de la persona en el proceso de producción. Aún hay que subrayar y poner de relieve que entre el mundo del capital y el mundo del trabajo no puede haber conflicto alguno, que están obligados a entenderse. Aún hay que subrayar y poner de relieve, mal que nos pese, que el trabajo no es propiedad de nadie, sino deber (de trabajar) y derecho (al trabajo). En suma, que todavía tenemos mucho que subrayar y poner de relieve; se trata de escarbar en la solución a un problema fundamental, como es el de conseguir encontrar un empleo adecuado a las dotes formativas.

Echando una mirada sobre la familia humana, esparcida por los diversos mundos, no se puede por menos que quedar impresionado ante las gentes que se encuentran desocupadas y no cesan en su empeño de buscar trabajo. Ante esta realidad, uno se pregunta: ¿qué justicia social es ésta que no redistribuye el trabajo? Sin duda, es necesario reinventar nuevos modos y maneras de garantizar el trabajo, porque éste es una parte constitutiva de la persona, sólo hay que ver la crisis en la que suelen entrar las almas que no tienen perspectivas de trabajar. Realmente son muchos los individuos excluidos del sistema productivo, que esperan una oportunidad. Por desgracia, el mercado no es solidario, y las empresas sólo ven por los ojos del mercado, no por los ojos de la empresa social y humana, como cabría de esperar en un mundo civilizado.

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor

corcoba@telefonica.net

24 de abril de 2010

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ALGO MÁS QUE  PALABRAS

LA DESESPERACIÓN DE LAS MIRADAS:

UNA PROCESIÓN SIN FINAL

 

Cada día son más las personas que viven en una silenciosa desesperación. Sus miradas, que no se pueden ocultar, nos hablan de corazones rotos. Han perdido toda esperanza. Lo único que acrecientan son las bolsas de pobreza y las estadísticas del desempleo. Todo a su lado se mueve en el terreno de la indecencia. Políticas que no les considera. Justicia social que nunca llega. Prestaciones sociales que no reciben. Humanidad que no les mira ni a la cara. Crecimientos insostenibles que excluyen y aumentan la desigualdad. Compromisos que no pasan del papel. A cuenta de los pobres y marginados crece mucho egoísmo y mucha codicia. El engaño se merienda a todos los pobres frecuentemente. Sólo hay que mirar y ver la desbordante riada de personas desmoralizadas, que no encuentran compasión, en una sociedad que se dice justa y humana.

 

La cruz de los más pobres nadie quiere llevarla, y, lo que es peor, ni ayudar a soportarla.  No es un signo de distinción. Tampoco de poder. Somos una sociedad que vamos de simulación en simulación. La hipocresía ciudadana es tan fuerte que es un nido de maldades. Celebramos la exclusión de la pobreza y, al ver un pobre, cambiamos de calle para no encontrárnoslo y sentir su desaliento. Somos así de falsos. ¿Qué podemos celebrar cuando medio mundo se desespera y, el otro medio, actúa con una frialdad de piedra?. El abatimiento de estas gentes sí que es una auténtica procesión, sí que es un verdadero calvario, que, cuando menos, debiera hacernos reflexionar al resto de los mortales, aunque sólo fuera por un día, pero que lo fuera en verdad.

Esas miradas de desesperación nos exige seguir trabajando en la lucha por lograr un mundo de igualdad. O mejor dicho, nos requiere estar al servicio de la persona. Evidentemente, por mero principio universal todo ha de girar al auxilio de la especie. Los distintos gobiernos y sus instituciones deben estar al servicio de los ciudadanos; los docentes al servicio de sus alumnos; los médicos al servicio de los enfermos… Es un modo de dejar que se manifieste ese amor que todos nos merecemos de todos. No basta con dar migajas para tranquilizar la conciencia, es preciso actuar contra un sistema que, por si mismo, genera pobreza y exclusión. Precisamente, los que tienen todas las papeletas de la opresión siempre son los pobres. Los ricos se inventan batallas y son los pobres los que mueren. Los ricos entran en crisis, pero son los pobres los que la sufren.  Los ricos se congregan, mientras a los pobres se les aísla explícita o implícitamente.  No tienen voz, ni derechos, vaya que los pobres entren en razón y se les acabe el negocio a los ricos. Hasta el punto que el día que la mierda tenga algún valor, -como dijo Gabriel García Márquez-, los pobres nacerán sin culo. La verdad que cuesta comprender que se hable de una sociedad floreciente, avanzada, cuando gran parte de sus ciudadanos malviven en un mar de desdichas e infelicidades. El día que los pobres se emancipen de los ricos serán, desde luego, mucho más felices.

La verdadera felicidad es darse cuenta que los ricos no son importantes para el planeta. Uno es feliz sí sabe vivir, sobre todo para los demás. Ahí radica la verdadera reforma social que el mundo necesita, sólo se puede redimir a las clases inferiores de la miseria, desde la donación de la persona, sea rica o sea pobre, da igual. Lo fundamental es hacer felices a los que nos rodean, a los nuestros y a los que no son de los nuestros. Por eso, hace tiempo que me interesan las miradas, mucho más que el abecedario de las palabras, puesto que son el lenguaje del alma. Un amor con hechos siempre parte del corazón. El primer beso siempre es visual. Se dice que todo entra por los ojos, el desánimo también.  Y es ahí, en ese desfallecimiento de la persona, donde cada uno de nosotros podemos (y debemos) intervenir. Las penas compartidas siempre se sobrellevan mejor. Lo nefasto de la situación es que nadie quiere compartir nada con nadie. Que se lo digan a esas masas de refugiados árabes que encuentran las puertas europeas cerradas, porque el egoísmo nacional es el que impera, en lugar del apoyo a las revueltas democráticas como se dice con la boca llena de retóricas palabras, que no pasan de ser una tomadura de pelo y, por consiguiente, una decepción más.

Esta sí que es una auténtica procesión de dolor, sólo hay que observar la mirada de estas gentes desesperadas, que deambulan de acá para allá, sin encontrar cobijo. Como si no fueran de Dios. Quizás lo sean más que nosotros, los que vivimos en el mundo de la opulencia. Abramos el corazón a sus lágrimas. Bebamos parte de sus lágrimas que son parte de nuestra culpa. Es necesario acoger a quien quiere entrar en nuestro hábitat. Por supuesto, respetando las reglas. No es cuestión de caridad, sino de derechos humanos. Tampoco depende de que el país sea rico o pobre, la pobreza subsiste por la discriminación y el acceso desigual a los recursos. Hay personas que jamás han tenido oportunidades de empleo y trabajo decente. Muchos sobreviven en la economía sumergida. Otros ni pueden sobrevivir porque tienen los días contados. Frente a esta desoladora estampa, deberíamos preguntarnos: ¿Por qué no se derriban las barreras que impiden a los pobres salir de su estado de pobreza? Se habla de la opción preferencial por los pobres, pero no pasa de ser una mera declaración de intenciones. A los pobres se les sigue humillando por doquier y, la pobreza, continua siendo causa de sufrimientos intolerables que hemos de combatir con dureza. Por otra parte, qué bueno sería que los ricos tuviesen una pobreza para abrazar, o sea, una invitación a una vida más generosa, que evite el derroche y respete el medio ambiente.

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor

corcoba@telefonica.net

17 de abril de 2010

 

 

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ALGO MÁS QUE PALABRAS

QUE FLUYA LA EMOCIÓN

El más internacional actor español, Antonio Banderas, ha proclamado el pregón de Semana Santa como el más sublime género poético, donde se enhebran los sentimientos más profundos que nos sustentan. Lo ha hecho en su propio país (España), en su Andalucía del alma, y en los mil amores de su tierra natal (Málaga),a corazón abierto, dejándose conducir por los latidos más níveos que le cautivan y por los abecedarios de la belleza, que es una cualidad más interior que exterior de la persona. Pregonó claro y profundo su pasión cofrade y propuso seguir sus pasos, porque nada grande se ha hecho en el mundo sin un gran entusiasmo: “Vengo a fundirme con mi gente, a ocultarme bajo un capirote y ser un átomo y célula de un pueblo al que pertenezco y quiero”. En el fondo, todos hemos venido a pregonar las excelencias de lo que somos y a vivir el asombro de nuestras hazañas.

Para fundirse con la gente hay que activar la reconciliación. El mundo necesita refundirse de humanidad, poner de moda la fiesta del encuentro, la vuelta a los viajes interiores. Pregonemos, sea Semana Santa o la fiesta del amor, tanto da que da lo mismo, que la esencia de saber vivir parte de un corazón abierto. Banderas es el prototipo de ese espíritu franco, popular, campechano. Ya se sabe que nuestras habitaciones íntimas esconden versos irrepetibles que se injertan a la existencia con la emoción de un niño que empieza a hablar. En cualquier caso, la peor prisión siempre será un cuerpo cerrado, encerrado en sí, que no siente nada por nada, ni por nadie. Que fluya, pues, la emoción, que fluya y confluya, que nos mueva y conmueva. Las emociones más intensas siempre humanizan. No se le pongan grilletes cuando algo nos agita; no en vano, el reposo absoluto es la muerte. Las sacudidas son como las mareas, precisas y preciosas para concebir que en la mar también hay vida. En la tierra, los humanos, también nos hace falta tomar gnosis y vibrar con las miradas, para ver lejos de nuestro propio egoísmo.

Banderas dice que se oculta bajo un capirote. Ciertamente, hay lágrimas que uno necesita verterlas para sí; emociones que uno requiere meditarlas y verlas mar adentro. Somos pasión y las hay tan fuertes, que nos transforman. Ciertamente, la pasión dolorosa del Señor Jesús causa conmoción hasta en los corazones más duros. Puede ser un buen referente, sin duda lo será, para transformarse en la primavera del espíritu, del espíritu de la concordia, que es lo que nos hace unirnos. Como dice el proverbio africano, “la unión en el rebaño obliga al león a acostarse con hambre”. Ya está bien de genocidios, de guerras inútiles, de violencia en cada esquina del mundo. Hay que apasionarse por la paz, emocionarse con la paz, creerse la paz y pregonar a los cuatro vientos que el ser humano es verdaderamente grande sólo cuando obra a impulso de la verdad. Para conseguirlo debemos poner más corazón en las manos y, si se quiere, un capirote que nos despierte la pasión, que nos haga reflexionar en este mundo de prisas.

Debemos sacar tiempo para meditar nuestra propia pasión. Hacerlo todos los días, todas las personas, será un gran avance humanitario. Nadie puede librarse, tenemos la responsabilidad de tender la mano y de pregonar la cultura de la armonía. Basta de discordancias.Por otra parte, sólo en un mundo de seres humanos sinceros es posible la unión. Banderas no aspira a ser más que un átomo y célula de un pueblo al que pertenece y quiere de corazón, toda una expresión de amor y de conciencia moral. Sólo se pueden comprender y entender estos actos de devoción, dentro del contexto de encuentro con el Creador y con las gentes. Cualquier momento es bueno para reconocer nuestra debilidad, para revisarnos y renovarnos interiormente, para caminar en camino todos con todos.

A mi juicio, hoy más que nunca, se requieren palabras salidas del alma, capaces de empapar la tierra como si fuese la lluvia. Estoy, pues, a favor de que crezcan los pregones, sobre todo aquellos que acentúan la caricia en las personas. Vengan los pregoneros de versos, cuyas palabras no se las lleva el viento. El mejor regalo que podemos ofrecerle a uno de los nuestros, de nuestro linaje, es nuestra escucha, nuestra atención. Banderas emocionó a la multitud pregonando para todos, fuesen o no creyentes, centrándose en el ser humano y abrazándose a la multitud. Lo hizo con el sentimiento de quien cultiva un jardín para todos, bajo la cátedra de Miguel de Unamuno de que “hay que sentir el pensamiento y pensar el sentimiento”. Hablaron sus labios, perdón, habló su corazón y el corazón de las gentes respondió a su llamada. Expresó grandes cosas con sencillas palabras y dijo las justas y precisas.

Las buenas obras son las que engrandecen nuestras palabras. Banderas es coherente con su pasión. De ahí germina la emoción, de los sentimientos del alma, que van más allá de las palabras. La alegría de compartir, de entender y comprender, de saber mirar, es el más perfecto don de la naturaleza. Por ello, quizás sea el momento de preguntarse, cada uno consigo mismo, ¿por qué no hemos experimentado aún el gozo de reconocer un error, admitirlo y pedir perdón a quien hemos ofendido? Humana cosa es tener compasión unos de otros, también de los que no tienen clemencia de nadie. Sin duda, un buen propósito para que siga fluyendo la emoción entre la ciudadanía. Qué bueno sería hacer realidad la idea Aristotélica de que los ciudadanos practicasen entre sí la amistad para que no tuviese nadie necesidad de la justicia.

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor

corcoba@telefonica.net

10 de abril de 2011

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ALGO MÁS QUE PALABRAS

ME SUMO A LA FIESTA DEL NOVRUZ

Millones de personas de todo el mundo loan el Novruz, día del equinoccio de primavera, como principio del año nuevo. Desde luego, celebrar la vida y el sueño de vivir, siempre es un acto que nos estremece y enternece, nos da más vida si cabe. Hasta las piedras con ser piedras reblandecen. Una existencia sin celebraciones sería monótona y aburrida, como un largo camino sin árboles y sin posadas. En Asia Central, los Balcanes, el Cáucaso, la cuenca del Mar Negro, el Oriente Medio y otras regiones del mundo mundial, vienen rememorando esta fraternal fiesta desde hace muchos años. Sin duda, el cosmos material se presenta a la inteligencia humana para gozarlo y compartirlo, para vivirlo y convivirlo unos con otros, sin exclusiones. Toda persona debe reconocerse criatura de ese cosmos para poder respetar la creación. Injertar ese espíritu de primavera  siempre es saludable para tomar sentido pleno de lo que nos rodea, para adquirir conciencia de que despreciar la naturaleza es como  despreciarse a sí mismo. Formamos parte de ese hábitat, somos hijos de esa primavera, almas que buscan y rebuscan con entusiasmo la belleza, el florecimiento del amor; que es, al fin y al cabo, el que domina todas las cosas.

Yo también me sumo a la fiesta del Novruz, nada es más fuerte que el verdadero amor. El Novruz incorpora la afirmación de la vida en armonía con la naturaleza, la conciencia inquebrantable entre el trabajo constructivo y los ciclos naturales de renovación y la actitud atenta y respetuosa hacia las fuentes naturales de la vida. En la naturaleza conviven todos los estilos humanos, todo lo que es contrario a ella es horrible. Por desgracia, no siempre hemos tenido en cuenta la relación inseparable y de doble sentido entre la salvaguardia del medio ambiente y el desarrollo. Nos deberían guiar los principios de responsabilidad común, puesto que todos estamos obligados a que decrezca la destrucción ambiental. Son muchos los hechos que evidencian la irresponsabilidad del ser humano en el manejo de las fuentes de energía y de los recursos naturales. Son también muchas las razones que prueban maneras de vivir, de consumo desmedido, que conllevan consecuencias tremendas. Por ello es necesario tomar razón cuanto antes de lo que acontece, poner orden y recuperar la relación armónica de la creación con el ser humano, encauzando una renovada primavera  cósmica, capaz de recobrar una sana convivencia con la naturaleza. No se puede perder más tiempo.  Vivimos en una época peligrosa. El ser humano quiere dominarlo todo, sin haber aprendido a dominarse antes a sí mismo. Por consiguiente, es hora de promover esa conversión ecológica globalizada y esas conversaciones humanas, donde hable más el corazón que la mente.

La ONU reconoce el 21 de marzo como Día Internacional del Novruz. Acoge con beneplácito la labor que realizan los Estados miembros que celebran esta festividad universal y universalizadora, enraizada en una tradición que promueve valores de buena vecindad y de armonía. La conciliación, el acercamiento de unos y de otros, genera concordia y, es axiomático, que donde hay simpatía siempre cohabita la humanidad. En todo caso, estos rituales del día del Novruz, que van desde restaurar y repintar las moradas o agasajar a los amigos con banquetes, están inspirados en un espíritu de fraternización que a todos nos viene bien cultivarlo. El corazón habla al corazón, que se dice. Sin duda, hace falta seguir activando los tres grandes principios de la democracia: libertad, igualdad y fraternidad. Esta última, la fraternización del mundo, es una dimensión relativamente olvidada, cuando ese vínculo solidario-comunitario es vital para afianzar un planeta libre e igualitario. Va a ser muy difícil esa cohesión social si la humanidad no logra conseguir ese sentido de solidaridad y de pertenencia, si las personas no confían en las instituciones democráticas. En consecuencia, cualquier motivo que sirva para unirnos bienvenido sea, como esta fiesta del Novruz, que alberga por sí misma la amistad entre los pueblos y las distintas comunidades.

Apostar por la fiesta del Novruz es apostar por una cultura de vida, de paz en definitiva, enhebrado al nuevo día de la luz. El mundo necesita de estas luces gozosas para subsistir en medio de las adversidades. Ama un sólo día, el día del Novruz, y notaremos el cambio. Por algo se empieza. El día peor empleado es aquel en que no se ha vivido en compañía. En ocasiones, parece que hemos olvidado que nuestra única meta es conjugar el amor, vivir en un amor que todo lo convida y lo alivia como la irradiación del sol tras el aguacero. Renacer, pues, con el Novruz, me recuerda asimismo, a aquellos literatos, poetas y pintores lorquianos, de la ciudad de la Alhambra, que guiados por el gran señor de la poesía, Juan de Loxa, salían a la estación del tren a recibir a primavera para ofrecerle sus más níveas metáforas y la luz más pura que se puede verter en una sonrisa. “Ha llegado primavera”, preguntaban a todos los viandantes, y la verdad, que siempre alcanzaba el andén de los sueños, pero aún nadie sabe cómo llegaba y por qué llegaba. Indudablemente, podrán cortar todas las flores, -como dijo Neruda-, pero no podrán detener la primavera. Y evidentemente, un corazón en paz renace de todas las cenizas y ve una fiesta, la del Novruz, la de primavera, o la de la mismísima vida, por todos los caminos que pasa y hasta por todos los caminos que sueña. Ensalzado sea el Novruz con todos sus honores  y enaltecida la aurora sonriente de una primavera palpitante. El brindis queda latente… para que el lector lo renazca.

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor

corcoba@telefonica.net

13 de marzo de 2011

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ALGO MÁS QUE PALABRAS

LA DEBILIDAD

La manera superficial de considerar la vida nos enraíza, más pronto que tarde, en la desesperación. La realidad ya nos muestra un clima de consternación y aburrimiento, donde la desconfianza instintiva de unos hacia otros, nos debilita como seres humanos. Los nuevos escenarios con los que la humanidad se enfrenta exige una transformación de actitudes y una transmisión regeneradora de valores hacia la especia humana. La persona no ha nacido para debilitarse, sino para crecerse con el tiempo. El mundo tiene que ser humanizado, con nuevos métodos a causa de la globalización y del movimiento de las poblaciones. Los retos que el contexto cultural y social, del momento presente, plantean a cada uno de los moradores del planeta, en parte surgen de los crecientes desequilibrios y desigualdades entre mundos y personas. A ello se añade un idealizado y dominador ambiente técnico que esclaviza el mundo de las ideas, junto a una mediatizada cultura que todo lo relativiza y aborrega, sin importarle la persona que es la que ha de tomar las riendas de su destino. Frente a estos hechos, cada ciudadano está obligado a cultivar el discernimiento y a dar sabor humano a la liberación de los pueblos, al desarrollo y a la salvaguarda del medio ambiente.

Desde luego, hay que buscar positivamente todos los caminos para enhebrar formas de entendimiento. Debemos transmitir a las nuevas generaciones los valores de fondo, que son los que realmente nos humanizan. El mundo tiene que tomar conciencia de que la verdadera educación no es aquella que sólo transmite conocimientos, sino la que es capaz de obtener con cada ser humano lo mejor de uno mismo. Por otra parte, está visto que cualquier proyecto de anuncio y de transmisión de actitudes, no puede prescindir del testimonio de hombres y mujeres que con su conducta de vida han injertado el compromiso humano que viven. El ejemplo de las abuelas de Plaza de Mayo, que por cierto reciben este año el Premio Félix Houphouet-Boigny de Fomento de la Paz, propiciado por la UNESCO, por “su incansable combate a favor de los derechos humanos y la paz, y por su levantamiento contra la opresión, la injusticia y la impunidad”; no cabe duda que son un claro testimonio de fuerza humana: han permitido a un centenar de jóvenes recuperar su identidad.

La humanidad no puede liberarse de sus debilidades más que por medio de la fortaleza de los valores humanos. Uno se cansa de vivir toda la vida arrodillado. Tampoco es lícito ceder a las presiones de una cultura deshumanizadora. Como, de igual manera, resulta bochornoso que ciertos poderes se instalen en los deleites y en los vicios, sin importarles para nada que sus súbditos vivan en la pobreza. Ciertamente, cuando una sociedad se siente humillada por sus gobiernos, no le queda otro remedio que espantar el miedo del cuerpo e iniciar la revolución del cambio.Ante estos hechos, las instituciones internacionales tienen que intervenir, al menos para dar seguridad y asistencia humanitaria. No se puede negar el auxilio de vida a ningún ser humano. Todos merecemos vivir en condiciones de dignidad, algo que deberíamos tener más en cuenta en el plan de globalización que nos hemos trazado.

La población mundial ascenderá este año a 7.000 millones de personas y, de cada cien nacimientos, 97 ocurrirán en los países pobres, acaba de señalarlo el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA). Evidentemente, cada una de esas personas debería gozar de derechos humanos y dignidad, además de oportunidades para desarrollar su potencial, pero la realidad es bien distinta y bien cruel para muchos. ¿Cómo no actuar ante estos hechos? Tal vez porque nos han saciado de una cultura basada en el vivir para nosotros mismos y por nosotros mismos, obviando que en cada vida nace la sociedad, puesto que el instinto social de las personas es algo innato. El día que nos afecte cualquier amenaza contra la vida humana, contra las familias y las naciones, habremos ganado el cambio social que el planeta necesita.

Esta sociedad del conocimiento superficial no tiene sentimientos, multiplica las ramas del saber por las ramas del poder, en vez de dar sentido y valor a las cosas. No se educa para servir, sino para servirse egoístamente de un conocimiento interesado, adoctrinado por el poder de turno, que conlleva el servilismo en lugar de la rectitud. El mal es indudable, pero el remedio no lo es tanto, sin continuamos instruyendo en la banalidad. La familia humana necesita conocerlo todo, toda la realidad, la realidad en su globalidad, para saber qué hacer y cómo hacer para que el mundo se humanice. Uno quiere llegar a la fuente de la vida, beber de esa fuente, encontrarse de frente con la vida, pero las prisiones son muchas y las libertades pocas, que se lo digan a esos ángeles que son los cooperantes de asistencia humanitaria, cuya vida a veces pende de un hilo por el simple hecho de socorrer al que lo necesita. Ellos ostentan lo mejor de la condición humana.Son los grandes sabios que el mundo ignora inconcebiblemente.

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor

corcoba@telefonica.net

6 de marzo de 2011

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