Bailar con sombrero de copa y cantar bajo la lluvia ayuda a sortear el deprimente ambiente de la crisis económica, y por eso los empresarios teatrales echan mano de la “edad de oro” del musical para llenar las salas del Reino Unido.
Una ola de espectáculos musicales que triunfaron en los años 30 y 40 invaden los escenarios británicos, con gran éxito de público, gracias a su canciones pegadizas, decorados lujosos y sobre todo sus desenfadados y optimistas argumentos que ayudan a la evasión en los momentos más duros.
Las producciones de grandes clásicos como “Cantando bajo la lluvia”, “Sobrero de copa”, y los populares musicales de Roger & Hammerstein coinciden en la cartela de Londres y todo el país en un “revival” de la edad de oro de un género que vive su mejor momento.
Será en abril cuando llegue a los escenarios del West End londinense la primera versión teatral que se ha hecho de la película “Sombreo de Copa” (1935), protagonizada por Fred Asteire y Ginger Rogers.
Kenny Wax, el productor de la comedia musical que incluye canciones como “Lets Face the Music and Dance” y “Cheek to Cheek”, considera que en estas obras hay “un factor buen rollo y nostálgico que no puede ser subestimado” durante un momento de crisis económica.
Meses antes de su estreno hay ya gran expectación entorno a un espectáculo que sus responsables definen como “una vertiginosa y gloriosa celebración de las canciones y las coreografías de los años 30 con magníficos decorados y 200 vestidos”.
Una apuesta con pocos riegos. El público está familiarizado con unas partituras que conocen desde la infancia, y nadie teme pagar el elevado precio de las entradas de Londres sabiendo que la obra es un clásico que no defraudará.
“Normalmente la gente salía de los teatros tatareándo los pegadizos estribillos, ahora entran en las salas haciéndolo”, comenta en este sentido el productor de “Sombrero de Copa”.
Esta temporada, la exitosa formula se repetirá con otro clásico imbatible, “Cantando bajo la lluvia”, que llega a las tablas londinenses en febrero con una producción de Jonathan Church, director artístico del Festival de Chinchester, que ha recibido el aplauso de la crítica y el público en su gira previa.
De lo que no cabe duda es de que el negocio de los musicales es arriesgado, como pudo comprobar el año pasado el histórico productor Cameron Mackintosh, que vio como su espectáculo “Betty Blue Eyes”, elogiado de manera unánime por los críticos, fracasaba a la hora de conseguir público y tuvo que echar el telón de manera definitiva a los seis meses de su estreno.
Este año, los teatros cuentan además con un hándicap muy poderoso. Se espera que los Juegos Olímpicos que se celebran a finales de julio y principios de agosto en la capital británica, vacíen las butacas del West End durante el verano.
El compositor y productor musical, Andrew Lloyd Webber, advirtió recientemente de que muchos de los teatros tendrán que cerrar durante la época estival ya que no se están vendiendo entradas de manera anticipada.
El autor del “El fantasma de la ópera”, que califica de “sangría” el efecto de las Olimpiadas, reveló que se han vendido un 90 por ciento menos de entradas para los meses de julio y agosto de lo que se hace habitualmente.
En momentos tan inciertos, los empresarios están apostando por los valores más seguros y por ello en la cartelera van a tener un lugar muy destacado los compositores Roger & Hammerstein, el dúo estrella del musical clásico de Broadway.
Tres de sus obras más populares “Carrusel”, “South Pacific” y “El Rey y yo” pasarán por el West End londinense o están de gira por el Reino Unido.
Quizá sea por la crisis, debido a las ganas y la necesidad de evasión o a la afición de los turistas, pero lo cierto es que el musical, clásico o de estreno, vive una de sus mejores momentos en el Reino Unido.
La especialista teatral de la BBC, Rebecca Jones, explica que nunca antes han sido comercialmente tan exitosos y califica el apetito por los musicales como “insaciable”.
“Nunca ha habido tantos en la enorme oferta teatral de la capital británica”, explica la periodista mientras los vestidos de noche, sombreros de copa y los zapatos de charol se desempolvan en los camerinos británicos.
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