Comparte Cristina Pacheco sus inicios como escritora

Written by Redacción. Posted in Minuto a Minuto, Sociales

Published on febrero 29, 2012 with No Comments

Notimex. La escritora y periodista Cristina Pacheco (San Felipe, Guanajuato, 1941) recordó hoy aquí que de niña, traviesa e inquieta, su maestra de cuarto año de primaria le dijo: “Me han dicho que eres terrible, pero también, que te da por escribir cositas”. Y la pepita de las letras germinó.

La anécdota fue narrada por la misma conductora de las series de televisión “Aquí nos tocó Vivir” y “Conversando con Cristina Pacheco” al asistir esta tarde a la XXXIII Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería que se lleva a cabo hasta el 5 de marzo. Ahí, charló con Antonio Eduardo Parra.

Ante el escritor y un público atento, Pacheco continuó con la narración: “La maestra me preguntó que si yo quería, de grande, ser escritora, a lo que yo le respondí que sí. Entonces ella me explicó que la cosa no era tan fácil y que no debía escribir así como así. Que para eso se debía uno de preparar y estudiar”.

La maestra le dijo que debía disciplinarse y que si deseaba ponerse bajo su mando para que la guiara por la ruta de las letras, “porque se ve que en tu casa no ten han enseñado”. Le enseñó gramática, la dirigió en sus horarios, vigiló que hiciera la tarea y le compraba un jugo cuando veía que no había comido.

“Me inscribió en un concurso de oratoria nacional donde participamos los niños de todas las primarias. En mi barrio, en mi vecindad de boxeadores y prostitutas, era yo un personaje, la más fea de la vecindad, pero la gente me decía que debía yo ganar y me animaba como si fuera yo un boxeador.

Con ese apoyo moral y la guía de la profesora, la pequeña Cristina Pacheco ganó todos los concursos y se coló hasta la gran final nacional que fue en el Pasaje Catedral, en el Centro Histórico de la Ciudad de México. “Pero ese día en mi casa no había agua, no me pude bañar, y no había de desayunar”.

Llegó a su improvisación en las peores condiciones que uno puede llegar a un lugar. Insegura, sin bañar, ya con eso se siente uno mal e inseguro. Ya en el salón, los 12 niños. “Había una niña linda, rubia, preciosa, venía de una escuela con uniforme de chaquetilla, falda tableada y corbata de moño”.

Lo que más llamó la atención de Cristina niña fue la mirada de la güerita, linda como un caramelo. “Tenía una mirada tan plácida, que decía ‘desayuno todos los días corn flakes, juego de naranja, huevitos, pan con mermelada y más’, su piel no tenía manchas y la mía sí”, recordó, ahora sonriente, Pacheco.

Los sinodales eran unos señores del Departamento Central y cuando llegó su turno, improviso sobre dos temas que a ella le interesaban particularmente, que dieran desayunos escolares, por el hambre que sentía, y que los niños que desearan ser luchadores o boxeadores se prepararan para no dañarse de más.

Total que el concurso lo ganó un niño (“naturalmente”) el segundo fue para la güerita porque habló de la primavera y de las cosas lindas que había en su mundo de niña rica y feliz, y Cristina quedó en tercer lugar. Efectivamente, esa ocasión no ganó, pero la pepita, la semilla de las letras, había germinado.

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