“Es triste tener que elegir entre un ladrón y un loco”. Nikos, conductor de autobús, no quiso revelar por quién había votado. Pero con el 96% de las papeletas escrutadas, todo indicaba que los griegos habían decidido favorecer por un leve margen al “ladrón”, ardorosamente patrocinado por la Unión Europea. Antonis Samaras, el candidato conservador de Nueva Democracia, a quien Nikos llamaba “ladrón” por formar parte de la clase política corrupta que llevó Grecia a la quiebra, rozaba el 30% de los votos cuando proclamó su victoria. “Es un éxito para Europa”, dijo. Alexis Tsipras, el candidato izquierdista de Syriza, calificado de “loco” por su arriesgada oposición a la austeridad impuesta por los acreedores del país, obtuvo el 26,8% de los votos y anunció que como jefe de la oposición seguiría oponiéndose al “terrorismo económico” del rescate.
Dos cosas parecían claras anoche: que la sociedad griega estaba muy dividida entre quienes aceptaban (a la fuerza) la austeridad y quienes no la soportaban más, y que Nueva Democracia necesitaba construir una coalición amplia con otros partidos, con el Pasok como mínimo (12,3%), e idealmente también con los Demócratas de Izquierda (6,2%), si quería formar un Gobierno con garantías de supervivencia. Aunque los países del euro lanzaran un suspiro de alivio, las perspectivas no eran del todo tranquilizadoras. Las negociaciones para formar Gobierno comenzarán hoy mismo.
Al menos parecía definitivamente descartada la peor de las opciones: que, como tras las fallidas elecciones de seis semanas atrás, no se pudiera formar Gobierno. Confirmado el 30% de los votos, Samaras tiene 79 escaños, que sumados a la prima de 50 escaños concedidos al partido más votado llegan a 129. No debería costarle mucho atraer hacia una coalición al Pasok, que fue durante décadas el partido hegemónico y se arrastra ahora por el fondo de la tabla (12%). Con eso ya lograría la mayoría en un Parlamento con 300 diputados.
Esa teórica coalición gubernamental sólo representaría, sin embargo, a la mitad de los votantes. Poco para un Gobierno que necesitará sentirse muy legitimado para dirigir un país dividido, mortificado tras cinco años de recesión y dos de recortes brutales (la economía griega ha encogido casi el 70% en una década), sin políticas de bienestar y a punto de desgajarse del euro porque, pese a los 172.000 millones de euros recibidos en una operación de rescate patrocinada por Bruselas, sus desequilibrios macroeconómicos siguen siendo muy graves. El desempleo se aproxima al 25%, los bancos necesitan una recapitalización urgente, la actividad económica está casi paralizada. El malestar social, paralelamente, ha generado un inquietante fenómeno de xenofobia violenta. “Haremos lo que hay que hacer”, prometió anoche Samarás, pero “trabajaremos con los socios europeos para añadir a las políticas de austeridad algunas medidas que fomenten el crecimiento”.
La presión de los socios europeos, y muy especialmente de Alemania, sobre el pueblo griego para que votara a Samarás y rechazara al izquierdista Tsipras se hizo casi insoportable durante los últimos días de campaña. En teoría, la formación en Atenas de un Gobierno conservador y apegado a la ortodoxia económica europea debería calmar un poco la tormenta sobre el euro y aliviar el agobio de países como España. Solamente en teoría. En la práctica, los mercados medirán el grado de resistencia de la hipotética coalición conservadora a favor de la austeridad y el euro, la capacidad de Syriza para desarrollar tareas de oposición en el Parlamento (y posiblemente en la calle, porque el amplio rechazo popular a la austeridad queda categóricamente confirmado) y hasta qué punto constituye una distorsión la presencia de un grupo de neonazis entre los diputados griegos. Amanecer Dorado, el partido de corte fascista que dio la sorpresa en las elecciones de mayo, no solo no ha bajado, como auguraban los sondeos de hace semanas, sino que se ha mantenido en torno al 7%.
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