Sandra Lorenzano presenta su nueva novela “Fuga en Mí menor”

Notimex. “Fuga en Mí menor”, Tusquets Editores, 2012. Sombra, soledad, una cartilla de Pavese, una copla infantil, un litoral solitario: los recuerdos pronuncian el silencio; las miradas, el resplandor del polvo.

“Fuga en Mí menor”, la más reciente fábula de Sandra Lorenzano (Buenos Aires, 1960), plexo discursivo que transita entre el poema, la narración, la crónica y el ensayo. “Soy una escritora preocupada por el lenguaje, en mis libros tengo una ansiedad que siempre se empalma sobre la trama: el trabajo riguroso con la palabra”, declaró la integrante del Sistema Nacional de Creadores de Arte, considerada como una de las 100 mujeres líderes de México.

Un epígrafe de la española María Zambrano –“Escribir es defender la soledad en que se está”- recorre todo el texto, y apuntala el desarraigo de “Leo”, personaje protagonista. Trazas con guiños a Marguerite Duras (“India Song”, “Moderato Cantabile”, “La música”), concordancias con la nouveau roman (Nathalie Sarraute, Alain Robbe-Grillet, Claude Simon…) y legado estilístico de la Virginia Woolf de “Al faro”/ ”Las olas”.

Estamos en presencia de una novela que confirma las obsesiones de una escritora que habita las grietas de la memoria: recordar no sólo para erigir el pasado, sino para asirse en el vacío del presente.

Si en “Saudades” (2007) y en “Vestigios” (2010), la remembranza es una cesta desbordada de silabeos irremplazables: trechos de dolencias que demandan el albor de la presencia, quiebres y roturas, en “Fuga en Mí menor” la evocación se vuelca a una estepa en la que la muerte de la madre de “Leo” -Nina- anula las posibles voces de su hambre creativa: de ahí el “inxilio”, de ahí las ausencias, de ahí los balbuceos lenitivos que invaden sus ojos. Búsqueda del padre: indagación de cifras teñidas por preludios lóbregos, por iniciales de rondas imprecisas.

Lorenzano ha escrito un texto serpenteado de músicas calladas y soledades sonoras: enunciación porteña en ondulado empalme de un bandoneón que prefigura el rostro de Nina en la neblina del duelo: “El viento helado. Nina que lo abraza con fuerza. Un coche en la oscuridad. Leo y su silencio”.

Música incontenible de una prosa elástica, fibrosa, anudada con algunas tinturas de Felisberto Hernández y María Luisa Bombal. “Sí, por supuesto que sí, me nutro de mis lecturas, mi cuerpo está inundado de esas voces que apuntas”, precisó la conductora del popular programa radial “En busca del cuento perdido”.

El tiempo es un rastro de designios: vuelco de imprecisos repertorios: procesión de acasos imprevistos: tentativas de fulgores que alimentan desencantos y convergen con presentimientos escritos en la espalda del desamparo.

Novela de confluencias, folios de acordes en cabalgues de apresurada habla en la insignia del deseo: “Fuga en Mí menor” se aventura por laberintos que pocas veces la literatura hispana ha explorado.

Por momentos se antoja una crónica de viaje (“Quizá si se hubiera hecho a la mar como Telémaco habría encontrado el rostro de la sombra”) que se vislumbra en un reencuentro alucinado con “el sonido de las olas.

Así tendría que sonar su música”, la de “Leo”: viajero insomne que el enigma de la luz se traga; pero, también se representa en los influjos del diario íntimo que devela la angustia del artista frente al desafío de una inquietante imagen desconocida.

El violonchelo y los barruntos de la tribulación acuciante: tango de soflamas, húmedo diálogo con la espuma, pasmoso soliloquio con el sigilo de un otoño en fiebre palpitante.