Notimex.- El amarillo estalló en el plenilunio de la noche del pasado martes: había una brisa que abrazaba el almagre de las imágenes de Carlos García de la Nuez (La Habana, 1959), que se adueñó del espacio de la Galería Talento, ubicada en calle Anatole France del exclusivo barrio de Polanco de la capital mexicana.
(Material con apoyo fotográfico)
Por Carlos Olivares Baró
México, 9 Nov. (Notimex).- El amarillo estalló en el plenilunio de la noche del pasado martes: había una brisa que abrazaba el almagre de las imágenes de Carlos García de la Nuez (La Habana, 1959), que se adueñó del espacio de la Galería Talento, ubicada en calle Anatole France del exclusivo barrio de Polanco de la capital mexicana.
Inauguración de “El jardín”: exposición que reúne una veintena de cuadros recientes que Carlos bosquejó en travesías abstractas y advertencias representativas.
Códigos en diálogo con la irradiación: alborozados tintes que colindan con el azoro: contornos de zozobrante espejismo: noche transfigurada en soles de sombras. La pintura de García de la Nuez está suscrita en cuadernos consonantes: reminiscencia flotando en circularidad animosa; ensueño danzando en sinuosidades del deseo. Huerto que pronuncia el atajo: vergel que adosa el árbol de la pausa: tregua en los preámbulos de la vendimia.
El negro se abre a la conjetura; el ambarino a la sospechada llovizna, y el nogal al entrevelo de la ofrenda. Disimulado añil que dialoga con el asomo de los grises. La tapia recibe el manto: el muro se deja consolar por los abrojos del jardín que Carlos ha teñido con la escisión de su mirada perturbadora. “Las texturas son como las escamas de un pez que se burla del significado del sueño”, dijo el poeta Raúl Ortega Alfonso de los cuadros de Carlos.
Hay empeño en cualquier barrunto que la luz define. Hay en toda travesía una perseverancia. Hay en toda conmiseración un afán de flujos que se bifurcan por los barrancos del obstinado rojo que, en las iconografías de Carlos, parece disolverse en cautelosa procesión: arco tortuoso que se refugia en la liviandad del blanco.
“Las pasiones se incuban y hierven en su soledad. Encerrado en sus formas prepara sus explosiones o sus proezas, y todos sus pasados, sus goces, sus deseos, todos sus compromisos y sus influencias se convierten inconscientemente en materia dispuesta”, escribió Elena Tamargo después de ver las cepas de las florestas preñadas del patio de Carlos.
Brizna superpuesta en el verde. Soliloquio en los meridianos del ópalo: una muchacha atraviesa la penumbra, las redecillas de su cabellera se columpian en la aridez festiva de una dársena que caligrafía el trazo de la orquídea que Carlos ha dispuesto en los recodos.
“A mitad de camino entre un muro de concreto y la idea que ese mísero panel encierra, pinta mi amigo Carlos Alberto García de la Nuez sus enormes y bien templadas telas”, comentó Eliseo Alberto cuando vio las molduras gigantes que utiliza Carlos para plasmar sus tentaciones gráficas.
“El jardín” se adueña de la torcida calle Anatole France, en Polanco, cuando la anochecida alcanza a pronunciar los epílogos del día. Toda música es memoria susurrante, melodiosa: ritmo que revienta adentro. Los óleos de Carlos, enjambres de armónica configuración: acordes que acusan, arpegios que dilatan los instantes.
Allegro que guarda en la espuma del Adagio quimérico densidades de unos sotos untados de clamores. “El jardín como insistencia para sembrar el desarraigo. El jardín como un vientre fecundado” (Raúl Ortega Alfonso).
Pintor de profunda sabiduría, ha sostenido su oficio en una insistente intermitencia abstracta bordeada de inflamaciones espejeantes. Girasoles con airones que desafían los vientos australes y los soplos de la ventisca que nos anuda a la ventura impredecible admitida por la ausencia de Dios.
Cada trazo de Carlos es un mohín, embozo, ritual que acosa la posibilidad del límite a sabiendas que el horizonte es una falacia, un engaño del azogue: patraña de vestigios presurosos. Hay en este “Jardín” de Carlos una insistente confirmación de vida. Pretexto para que la tinta se diluya en la pulsación del ansia y no al revés.
“Estoy aquí frente a los cuadros de Carlos García y una descarga íntima se me agolpa en los ojos. No sé en cuál detenerme. No sé en cuál anclar. Me gusta la circularidad confluente de su obra de más de 30 años de pasmos y sorpresas”, especificó el artista plástico cubano Flavio Garciandía, quien rondaba de broza en broza en el amplio corredor de la galería.
“Estoy impresionado por la madurez expresiva que Carlos alcanza en este maravilloso Jardín”, confesó entusiasmado.
Sosiegos exaltados: el silencio se arremolina en la estancia. Rumores. Una muchacha mexicana se detiene frente a la cartulina de técnica mixta titulada “El plumaje de las flores”, veo como sus ojos se articulan con los encajes del marfil, las proporciones de la grana y los preludios del dorado.
Se queda quieta varios minutos. “El jardín” la resguarda, la arropa. Sonríe en las sendas de las cuatro encrucijadas centrales del cuadro. Los pétalos del prado persisten en sus ojos. Camina ensimismada: la suculencia del boscaje la posee.
Carlos asume los secretos de lo “real absoluto” que Piet Mondrian preconizaba: reflujos cavilosos que apelan a Theo van Doesburg, Wassily Kandinsky y Kazimir Malevich. Suerte de naturalismo/simbolismo/abstraccionismo de “cubanizada” semántica: yuxtaposiciones en ondulante geometría que pone a dialogar la lobreguez con la incandescencia.
“Lo que me gusta de la obra de Carlos es, sobre todo, su persistencia discursiva que transita entre lo abstracto y lo representativo. Paisajes simbolistas que se balancean entre signos naturales muy vitales y una fantasía abstracta provocativa y tentadora”, precisó el pintor y profesor cubano residente en México, Kike Careaga.
Graduado en 1979, en la mítica Academia de San Alejandro (La Habana) con posgrado en el Instituto Superior de Arte de La Habana y maestría en Artes Visuales en el Massachusetts College of Art, Carlos García de la Nuez ha expuesto en Rusia, Alemania, Estados Unidos, Italia, Brasil, Francia, Costa Rica, México y Cuba, entre otras naciones.
Sus obra plástica ha sido adquirida por importantes museos y galerías del mundo: Museo Nacional de Bellas Artes (La Habana, Cuba), Housatonic Museum of Art (Connecticut, Estados Unidos), Museo de Arte Costarricense (San José, Costa Rica), Galería Artuel (París, Francia), Galería Domberger de Stuttgart (Alemania), y el Museo de Arte de Fort Lauderdale (Florida, Estados Unidos).
Además de la Universidad Iberoamericana, la Galería Nina Menocal, La Siempre Habana y el Centro Cultural Casa Lamm, todos estos lugares ubicados en la capital mexicana.
“El jardín” bate sus hojarascas y las gradaciones cabalgan frente a las pupilas de los visitantes.
“Me gusta toda la exposición. Se sienten las pulsaciones de Cuba, pero sin palmeras ni folclorismo banal de maracas y frutas tropicales. Pintor de universalidad muy personal. Me voy con una visión de la plástica cubana muy positiva”, comentó la arquitecta mexicana Frida Landón.
“El Jardín”: ramajes del espeso bosque de la plástica cubana contemporánea: Carlos García de la Nuez en total madurez creativa.
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