ELEMENTOS ESENCIALES EN EL CORAZÓN DE LA VIDA
La vida, que es una permanente sorpresa en un baúl inmenso de posibilidades, tiene unas partículas básicas que deberíamos cuidar más y mejor. Por otra parte, aquel que no la valora quizás tampoco se la merezca. El agua, el aire y el suelo, además de la luz y el calor que le suministra el sol, son partes vitales para nuestra subsistencia. Lo sabemos, pero a veces se nos olvida. No protegemos lo suficiente nuestro hábitat. Pensamos que somos inmortales y nos comportamos como auténticos leones en una jungla. Sin duda, debemos escuchar más a la naturaleza y dominar nuestros instintos, que para nada favorecen la vida en la tierra. El respeto por el medio ambiente, la contemplación hacia ese entorno, es un valor que contribuye a una vida de equilibrio y sobriedad, algo que se ha perdido en los momentos actuales. Ahí están los diferentes fenómenos de degradación ambiental, recordándonos la necesidad de recuperar estos elementos esenciales para el corazón de nuestra propia existencia.
Todos estamos obligados a cooperar. Multitud de países comparten cuencas hidrográficas. Lo mismo sucede con la mezcla de gases que forma la atmósfera terrestre. Si el aire es inherente a la vida, igual lo son los líquidos. Por ello, es una buena noticia que este 2013 se celebre el Año Internacional de la cooperación en la esfera del agua, como lo podría ser de otros elementos que afectan al desarrollo sostenible, al cambio climático o a la misma seguridad alimentaria. Necesitamos intercambiar experiencias, adoptar posturas que confluyan en proteger y preservar el medio ambiente, antes de que los daños sean irremediables en el corazón de la vida. Por desgracia, la época actual ha castigado duramente esa relación entre el ser humano y la ecología. Ha primado la explotación de los recursos, las tecnologías, sin pensar para nada en lo que nos rodea y que forma parte de nosotros. Sin agua pura, sin aire respirable, difícilmente vamos a poder seguir caminando por este cosmos planetario.
Ha llegado el momento de formar una conciencia cooperante, que no debe ser obstaculizada, sino todo lo contrario, debe ser favorecida para que puedan desarrollarse otras maneras de vida más acordes y respetuosas con el propio corazón. La disminución gradual de la capa de ozono y el consecuente “efecto invernadero” han alcanzado ya dimensiones críticas debido a la creciente difusión de las industrias, de las grandes concentraciones urbanas y del consumo energético. Cada día es más frecuente ver a personas taparse la boca con mascarillas o pañuelos para protegerse del polvo y la contaminación atmosférica. Los mantos de neblina que se forman en diversas ciudades del mundo (Teherán, México, Shanghai o Bangkok, Pekin, Nueva Delhi…) son cada vez más tóxicas. Más del 80% de los europeos están expuestos a niveles de partículas en suspensión en el aire por encima de lo marcado en las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, lo que resta 8,6 meses de vida a cada persona, según la Comisión Europea. Estos datos son fruto de nuestro comportamiento contaminante. Jamás los intereses económicos deben anteponerse al bien de cada ciudadano.
Igual sucede con la contaminación de las aguas y su nula depuración en muchos pueblos. Junto a este despropósito, debemos sumar los periodos de sequia cada vez más largos que tenderán a reducir la recarga de acuíferos, por lo que el establecimiento de un diálogo entre los usuarios del agua, que somos todos en definitiva, no sólo tiene que ser real, sino efectivo para atajar el tremendo problema. Esto exige una nueva cultura cooperante, poniendo en valor que el agua como el aire, son fundamentales para el desarrollo sostenible y la erradicación de la pobreza y el hambre, para el bienestar humano y la salud de las personas. También el uso y consumo del agua se distribuye de forma irregular, se desperdicia, está contaminada y se gestiona con poca ética. Esto debe hacernos reflexionar para buscar vías de entendimiento. Al fin y al cabo, un buen camino es aquel inspirado por la comprensión y guiado por el conocimiento.
Es el respeto a estos elementos esenciales los que nos engrandecen la vida, más allá de cualquier línea de progreso. Lo importante es no modificar el orden interior de la cosas, dejar intacto la visión de un universo armónico, someterse a lo que somos, a ese camino hacia sí mismo, junto a los demás, deseosos de ver esa belleza profunda que es la autenticidad. Las personas, como los pueblos, deben mostrarse cada vez más solidarios en promover el desarrollo de un ambiente natural saludable. Nuestro estilo de vida permanece indiferente a los daños que se causan. Hay un desinterés por los semejantes, por el planeta, un tejido de hábitos marcados por la crueldad, que confunden y enmarañan lo que está bien y lo que es auténticamente bueno. Con estas actitudes mortíferas, propias de un sistema devorador de transparencias, resulta complicado cambiar modos y maneras en cuanto a nuestro proceder. Ya está bien de que una parte de la humanidad actúe sin pensar, mientras otra adoctrinada piense sin actuar.
En cualquier caso, uno tiene que ser, y ser persona, con lo que este término conlleva de atención y de cuidado. Es importante acentuar el papel del hábitat, revela el auténtico ser que llevamos dentro. Ciertamente, el ser humano está profundamente marcado por su medio, es decir, por sus elementos esenciales, que es lo que realmente le injerta vida. Por consiguiente, a mi manera de ver, nos invade una exigencia moral de cuidar la naturaleza. Tenemos que dejar de ser obreros de mal gusto y retornar a las raíces de la poesía, donde la vida somos todos y todos somos uno mismo. No es cuestión de seguir con las luchas del medio ambiente contra el desarrollo, ni la ecología contra la economía, sino más bien de dar luz al trabajo hecho con la visión de la belleza humana, naturalmente el primer peldaño para la comprensión de las cosas que son curativas para el corazón de las gentes y de la vida.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
3 de febrero de 2013.-
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