Notimex.- Este año se conmemora el 120 aniversario luctuoso de uno de los destacados escritores que evocó su origen indígena a través de su obra, Ignacio Manuel Altamirano, quien falleció el 13 de febrero de 1893.
Don Ignacio Homobono Serapio Altamirano Basilio nació el 13 de noviembre de 1834. Fue hijo de Francisco Altamirano y Juana Gertrudis Basilio, la mayor parte de su infancia vivió entre verdes serranías, ríos, lagos y manantiales del poblado de Tixtla, ubicado en el estado de Guerrero.
Estudió la primaria en la escuela de Cayetano de la Vega, en el barrio de Santiago. Aprendió el catecismo y nociones de lectura, escritura y aritmética, también laboró como ayudante de herrero y de pintor, según la biografía publicada en el portal de Internet del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México.
En 1849, fue becado para estudiar en el Instituto Literario de Toluca, donde tuvo como maestros a Ignacio Ramírez, el Nigromante intelectual mulato y librepensador, futuro ministro con Porfirio Díaz, cuyo interés por la juventud indígena lo llevo a convertirse en mentor y amigo de Altamirano.
De acuerdo con el portal “biografiasyvidas.com”, Ignacio Manuel Altamirano recibió fuertes influencias de sus profesores, al tiempo de dar muestras del doble amor por sus raíces indígenas y por la cultura del romanticismo europeo, elementos que marcaron su vida.
Como estudiante de Derecho en el Colegio de San Juan de Letrán, Altamirano se introdujo en la política, con los revolucionarios de Ayutla combatió a los conservadores en la Guerra de Reforma, y apoyó a los juaristas. En 1861, se convirtió en diputado al Congreso de la Unión.
Altamirano destacó como orador nacional, de los más talentosos del siglo XIX, sus palabras tenían fuerza, sentido moral y pasión por la circunstancia, así combatió ideas conservadoras e impugnaciones contra la República y las adhesiones a favor de la intervención extranjera.
En 1863, fue reelecto como diputado, donde permaneció hasta la intervención francesa, pues se sumó a las fuerzas del general Juan Álvarez, también regresó al estado de Guerrero para convocar a la resistencia contra el invasor.
El presidente Benito Juárez le nombró coronel de auxiliares del ejército en 1865. Tras la Restauración de la República, Ignacio Altamirano se estableció en la capital del país, donde trabajó como servidor público, maestro y literato.
En 1869, fundó la revista “El Renacimiento”, donde colaboraron autores como Ignacio Ramírez, Justo Sierra, Manuel Orozco y Berra, Guillermo Prieto, Manuel Acuña, José Peón Contreras, Manuel Flores y Francisco Sosa.
Se dedicó al estudio de la literatura inglesa, alemana, norteamericana e hispanoamericana, compuso algunos poemas que reunió en “Rimas” donde expresó la belleza del paisaje, la fauna y la flora del país.
Como novelista, publicó “Clemencia” (1869), “Julia” (1870), “La navidad en las montañas” (1871), “Idilios y elegías. Antonia” (1872), “Idilios y elegías. Beatriz” (1873), “El Zarco” (novela póstuma, publicada en 1901) y “Atenea” (obra inconclusa, publicada en 1935).
Formó parte de la Academia Nacional de Ciencias y Literatura, la Sociedad de Geografía y Estadística, la Sociedad de Historia Natural, la Sociedad Filarmónica, el Conservatorio Dramático, la Sociedad de Libres Pensadores y la Sociedad Mutualista de Escritores.
A los 58 años de edad, su salud se afectó debido a la tuberculosis y falleció en San Remo, Italia, el 13 de febrero de 1893. Su última voluntad fue que su cuerpo fuera cremado y sus cenizas enviadas a México. Desde el 14 de noviembre de 1934 sus restos reposan en la Rotonda de las Personas Ilustres.
Su obra completa ha sido compilada en 20 volúmenes, bajo los rubros de obras históricas, periodismo político, textos jurídicos, escritos sobre educación, novelas, cuentos, poesía, crítica literaria, crónicas, textos costumbristas, discursos, brindis y diarios personales.
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