Notimex.- El programa núm. 12 de la Temporada Anual de Conciertos 2013 que la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN) ofreció ayer domingo, en la Sala Principal del Palacio de Bellas Artes, estuvo protagonizado por su sección de instrumentos de viento. Recepción que contó con la presencia del trompeta principal de la Orquesta Sinfónica de Chicago, Chris Martin, y del trombonista Jay Friedman en función de director huésped.
“Ommnes gentes plaudite manibus”, de Giovanni Gabrieli (1536-1612); “Passacaglia y fuga” y “Concierto para trompeta y orquesta de alientos” (sobre el Concierto Op. 3 de Antonio Vivaldi. Arreglo de Michael Martin), de Johann Sebastian Bach (1685-1750); “Feierlicher einzug”, de Richard Strauss (1864-1949), y “Júpiter”, de la Suite Sinfónica “Los planetas”, de Gustav Holst (1874-1934), conformaron la primera parte del concierto.
Fragmentos orquestales de la tetralogía “El anillo del nibelungo”, de Richard Wagner (1813-1883), fue la composición que cerró la gala en tributo por el Bicentenario del polémico músico alemán, compositor del emblemático y popular drama musical “Tristan e Isolda” (1865).
Comenzó la gala con la breve pieza de Gabrieli: suerte de orfeón de alientos que edifica una melodía de cadenciosa marcha. Acertada conducción de Friedman y limpios soplos de las trompetas.
Dio continuación el “Passacaglia y fuga”, de Bach, con un Martin de fraseos limpios y prodigiosa técnica. Trompetas con sordina en columpiadas resonancias de obstinado motivo melódico que se desplaza por toda la sección brass. Trombones en glissandos suntuosos que acusan las exuberantes referencias de la pieza.
La obra de más expectación: “Concierto para trompeta y orquesta” dio comienzo con Allegro en el que los instrumentos dibujan modulaciones de hermosas gradaciones, y solista dueño de los pasajes con silbos de absoluta transparencia.
Trompeta que propone la melodía y trombón que la subraya en el segundo movimiento (Larghetto): conformación de un contraste tímbrico en el que los instrumentos van, como en cabalgata, extendiendo la sugerente y sutil cadencia inicial. Allegro final que Chris Martín abordó con soplos elegantes en procesión virtuosa que pusieron en vilo a la sala. Ponderosidad de barroca y atajada resonancia de unos alientos guiados con precisión por Friedman.
Antonio Vivaldi: Johann Sebastian Bach – Michael Martin: versiones de incitante consumación que el trompetista de raza que es Chris Martin reconcilió en ronda que se convierte en la mejor propuesta de la tarde concertina. Ovación cerrada.
Siguió la presentación con Strauss y su “Feierlicher einzug” (Entrada solemne): con formato orquestal de alientos, percusiones y órgano. Trombones que enuncian las frunzas ceremoniales, y órgano que acusa una plácida melodía en progresiones que culminan en axiomático sumario muy propio de las concordias del autor de ese inquietante poema sinfónico que es “Así hablo Zarathustra” (1896).
Extenso programa que llegó al intermedio con “Júpiter”, de la suite sinfónica “Los Planetas”, del compositor y trombonista inglés Gustav Holst. Suite sinfónica de visos espirituales que cobra en “Júpiter” exaltaciones de alegría: xilófonos y trompeta en tenue fanfarria. Scherzo que hilvana ciertas pronunciaciones de Brahms y Debussy que fueron muy bien dilucidados por la OSN y Friedman.
Intermedio. Notimex se acercó al musicólogo Luis Pérez Santoja, quien comentó: “Todo bien hasta ahora. Algunas desafinaciones de las trompetas en ?Passacaglia?, pero la limpieza del solista en el Concierto de Vivaldi-Bach puso broche de oro a la gala de hoy. Nos esperan todavía, con los fragmentos de ?El anillo? de Wagner, 60 minutos de retos para el conductor Friedman”.
Tercera llamada: emprendió la OSN el mayor desafío de la velada. Borrasca de los trombones. Presencia de las “tubas wagnerianas” (híbrido de trompa y tuba: “Wagnertuben”). Motivos melódicos interpolados. Solo de tuba, trompeta que traza exaltaciones (“El oro del Rhin”). Acuosidad tímbrica, reverberaciones, silencios, procelosos diapasones, descenso de los ecos: viscosa gravitación wagneriana (“La valquiria”).
“Sigfrido” y “El ocaso de los dioses” en poliédrica configuración orquestal. Percusiones que bordan fervores. Trompeta en enaltecidos enunciados (fanfarrias sinuosas). Cosmos sonoro inquietante. Crespones de explayado cromatismo. Wagner en estado puro.
Conclusión de un arreglo de Friedman densamente hermoso, redundantemente cansino: “demasiado Wagner” quizás, para el caluroso mediodía dominical (la muchacha sentada a mi lado se entregó a Morfeo durante los últimos 25 minutos del recital).
Tenía razón Pérez Santoja: fue un reto la puesta orquestal de estos trozos de la más ambiciosa obra de Wagner: la impresionante Tetralogía “El anillo del nibelungo” a la cual dedicó 25 años de trabajo. La OSN (sección de alientos) en una gala dispareja y, sin embargo, desafiantemente atractiva.
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