Por: Miguel Ángel Romero
En las últimas horas, el volcán Popocatépetl ha tenido un aumento de actividad, mostrando exhalaciones de moderadas a bajas, como lo describe en su último reporte, la página web del CENAPRED.
En recorrido por las calles de Santiago Xalitzintla se puede percatar, la normalidad con la que viven las personas y realizan sus actividades cotidianas.
Justo a un lado de su pequeño zócalo, se encuentran las personas de Protección Civil que se mantienen al tanto de las actividades del coloso y continuamente realizan recorridos por todo el pueblo, para constatar que todo se encuentra en normalidad.
Al igual, parte del ejército, aplicando el Plan DNIII, monta guardia en espera de empezar a actuar. Por su parte, bomberos y unidades médicas hacen lo propio, en alerta de un posible aumento en la actividad volcánica, que haga necesaria su intervención.
Acompañamos a Don Prisciliano, hasta su pequeño terreno en las afueras de Xalintzintla, sobre las faldas del volcán, quien en el trayecto iba contando todas las anécdotas que ha vivido con “Don Goyo”, así como el cariño que le tiene a este “Cerro que Humea”.
Media hora después de caminar entre veredas y pasar por pequeñas barrancas llegamos hasta su terrenito, con una vista monumental del coloso, ahí se pudo constatar de la intensa actividad que se registra últimamente, pues se lograba oír un ruido parecido a una turbina de avión, pero que provenía exactamente del cráter del volcán.
Al preguntarle sobre si no le daba miedo “Don Goyo”, riendo contestó: “Que nos puede hacer, toda la vida hemos estado aquí, ya nos acostumbramos a que de vez en cuando Goyito se enoje, por eso subimos a darles sus regalos y a recordarle que nos acordamos de él”.
Cada 12 de marzo personas de comunidades cercanas al volcán suben hasta un lugar llamado “el ombligo” donde ahí, hacen rituales y le van a dejar una ofrenda o regalos a “Don Goyo”. En ese lugar, el espíritu del Popocatépetl es representado por una cruz, la cual, a veces la visten con ropa que a los donantes les gusta.
Don Prisciliano comenta que ese terrenito (donde nos ubicamos) es herencia de su papá, y este a su vez lo recibió de su papá y así sucesivamente, por lo que no sabe mucho de la historia de esa porción de tierra, que dada las condiciones demográficas no permite el cultivo y mucho menos la construcción de alguna vivienda, “Solo vengo a cuidar a mis arbolitos, pues a veces vienen de los otros pueblos a cortarlos (los arboles) y a llevarse la leña”, comentó.
Nos acompañó en este recorrido su burro Felimón (que aún no termina de pagar) y sus dos perros (que no precisó sus nombres), quienes “desde cachorros han subido al volcán, por lo cual, ya saben el camino de regreso; por si se van y ya no me encuentran”, mencionó.
En caso de que “Don Goyo” elevé la magnitud de su actividad, le preguntamos si dejaría su vivienda para mudarse a un albergue y don Prisciliano con toda la tranquilidad del mundo aseveró, “no, porque, si me voy, ¿quién va a cuidar a mis animales?, ¿quién les va a dar de comer?, pueden entrar a mi casa y quitarme lo poco que tengo”.
Quisimos averiguar si se podría subir un poco más arriba de donde nos encontrábamos, y nos dijo que “veredeando” llegaríamos hasta el cráter, pero deberíamos tener cuidado con los coyotes y los gatos montés que aún habitan, además de las serpientes y escorpiones, pues un piquete de estos animales podría ser mortal.
Mencionó que adentrándonos al bosque encontraríamos venados, lechuzas, halcones, conejos los cuales viven de manera salvaje, sin perturbaciones del hombre.
Aproximadamente, 40 minutos estuvimos sobre las faldas del volcán, para después descender y regresar a la cotidianidad de nuestras vidas. En ese pequeño lapso de tiempo, pudimos encontrarnos con otro mundo diferente al que estamos acostumbrados la mayoría de las personas y, que sin duda alguna, nos ha dejado una experiencia muy grande en nuestra memoria.
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