Por: Antonio Zamora
El Día de muertos expone los sentimientos más nobles de los poblanos. No importa si se está enfermo o sano, si se tiene una buena posición económica o los ingresos solo alcanzan para sobrevivir, si se es joven o anciano, el recordar y visitar a los familiares difuntos durante esta época es una tradición que perdura no solo en Puebla, sino en todo el país.
La historia de Don Manuel muestra que la muerte de un ser querido te marca para siempre. A sus 87 años, contó con voz fuerte que lleva 50 años ininterrumpidos visitando a sus padres en el Panteón Municipal.
“Cada noviembre vengo a verlos; antes venía con mis hijos, pero ahora ellos tienen una familia que atender y un trabajo así que vengo solo, con dificultad porque ya me cuesta caminar mucho, pero tomó mi camión y ya llego solito”, platicó.
Con las piernas y brazos deteriorados por un accidente con un caballo, pero con la memoria intacta, Don Manuel, originario de Puebla, recordó cómo es que su padre llegó a la ciudad desde el vecino Estado de Hidalgo, para establecerse y hacer una familia.
“Mi padre se llamaba Mordero, nació en Apan, vivió durante la Revolución Mexicana, allá fue aguamielero, pero después se vino para acá y fue textilero. Mi mamá se llamaba Luz, era de Amozoc, ya después se conocieron y tuvieron 4 hijos, aunque mis hermanos ya murieron”, comentó.
Al trasladarse al momento de la muerte de sus progenitores, la voz se le entrecorta y los ojos se le llenan de lágrimas, pero respira hondo y dice que ya les pidió a sus hijos que cuando “venga la calaca por él” lo entierren junto a Mordero y Luz.
“Mi papá se murió de un coraje, uno de mis hermanos lo hizo enojar y para endulzarse un poco se puso a tomar pulque y ahí quedó, tenía 48 años. Mi mamá murió ya grande, de 80 años, ya estaba muy enferma y un día ya no despertó. Ya les dije a mis hijos que quiero que mis huesos los entierren aquí con ellos”, dijo.
Cada año lleva las tradicionales flores de cempasúchil, una veladora y una pequeña escoba con la que limpia la hierba de la tumba que comparten sus padres. En su casa tampoco falta la ofrenda en honor a quienes le dieron la vida.
“Les traigo sus flores, dos ramos a ellos y uno a mis suegros que están también enterrados aquí. En mi casa también pongo una ofrenda para ellos, aunque cada vez más modesta porque ya no me alcanza, pobre, pero nunca debe faltarles” compartió.
Ahora vive solo con su esposa, también de 87 años, quien no lo pudo acompañar pues ya no puede caminar. Sobrevive con la pensión que se ganó por más de 40 años de trabajo entre fábricas textiles, de aluminio, en el Ayuntamiento, incluso fue fundador de la Central de Abasto.
Como Don Manuel, hay muchos poblanos que asisten durante estos días a los panteones de la ciudad, tratando de que sus fieles difuntos encuentren en su visita a la tierra luz, esencia, comida y compañía.
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