Notimex.- El proyecto de vida es muy corto “si no inexistente” para las niñas rarámuris. Muchas de ellas, reconocen que ni siquiera se han planteado qué van a ser de grandes.
Agobiadas por sus difíciles condiciones económicas o familiares, algunas niñas indígenas de Chihuahua se quedan atónitas cuando se les pregunta qué harán de grandes.
Entrevistada durante el “Primer encuentro de estatal de niñas indígenas de Chihuahua”, organizado conjuntamente por la UNICEF, la SEP y el gobierno del estado, Liz, de 11 años, se muestra demasiado cauta al contestar.
Aunque sus ojos negros chispean y su sonrisa aflora con cada pregunta, sus respuestas son casi exclusivamente monosílabos. Está terminando la primaria y se le mira la sorpresa en la cara cuando se le pregunta qué hará respecto a la secundaria.
Su rostro es la de aquel alumno que no estudió y recibe la tan temida e ignorada pregunta. “No sé”, atina a decir mientras sus ojos se desvían como para buscar dentro de su cerebro la respuesta.
Es la menor de 9 hermanos. Su madre, Fermina, quien la acompaña a este encuentro (los organizadores cuidaron que no viniera ninguna niña sola) tiene el aspecto de una mujer mucho mayor a su edad. Al verlas juntas parecen abuela y nieta.
Pero Liz asegura que es la más chica y sus ocho hermanos ya se casaron. Tiene sobrinos (no sabe decir cuántos) y muchos son mayores que ella.
Angélica es de Ciudad Cuauhtémoc. Sus padres son rarámuris y nacieron en la sierra, pero ella y su hermano, nacieron en la ciudad, a donde sus padres se mudaron para darles mejores condiciones de vida.
A sus 15 años, es una jovencita más desenvuelta que otras indígenas rarámuris (y de otras etnias), que participan en este evento.
Pero al responder algunas preguntas, pronto se muestra evasiva. “¿Qué voy a hacer de grande?”, repite la pregunta como para estar segura de haber escuchado bien ”No sé; falta mucho para eso”.
Ya terminó la secundaria y la preparatoria sencillamente no le ha pasado por la mente. Sencillamente, se dice contenta por participar en este evento, pero reconoce que no entendió muy bien cuando le explicaron de qué se trataba.
Eso sí, de antemano está segura que volverá a su casa (a unos 200 kilómetros de aquí), “con muy buenos recuerdos y nuevas amigas”, aunque su mamá le aconsejó no alejarse mucho, porque no conoce el lugar, pues es su primera visita.
Marielena es una de esas mujeres cuya edad es muy difícil de definir. Su rostro está curtido por el sol y sus rasgos son duros, como su vida misma, aunque mira directamente a los ojos.
Dice que tiene seis hijos y viene con una de 11 años. Está aquí, porque se lo pidieron en la escuela de su hija y porque trabaja muy duro para que alguna de sus hijas (no especifica cuál), se convierta en enfermera, porque allá, en su comunidad, hacen mucha falta y ninguna quiere ir.
Tuvo que mandar a dos de sus hijos a estudiar lejos, porque su marido no trabaja, pues se dedica únicamente a beber y ella “no puede sola con todo”.
Y ha participado en muchas actividades organizadas por el municipio, pero su español es muy precario, casi “nada más hablo rarámuri y me exigen papel de la primaria y casi no entiendo de leer español?yo sólo mi lengua y así me aceptan en los talleres que organiza el gobierno”.
Eso sí, quiere para sus hijas lo que ella no pudo tener: educación y asegura que luchará para que así sea.
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