Por: Omar Sánchez Chávez
Nacional. Mañana arranca la edición 82 de la máxima fiesta de los oaxaqueños “La Guelaguetza”, evento de expresión, baile, canto y ofrenda de los pueblos mestizos, indígenas y negros del estado de Oaxaca, considerado el territorio de mayor diversidad cultural en todo el país.
Los Lunes del Cerro, como también se le conoce a esta festividad, este año se podrán disfrutar los días 21 y 28 de este mes, en un ambiente de luz, color, danza, espectáculo, música y ofrenda del muy noble pueblo oaxaqueño.
En este andar que inicia con la famosa Calenda por las principales calles de la ciudad de Oaxaca, se podrán apreciar los bailes típicos como son: los Sones y Polkas del Istmo, los Jarabes del Valle, los Sones Serranos y Mazatecos, la Flor de Piña, el Jarabe Mixteco, la Sandunga de Tehuantepec, el Jarabe Chenteño y por supuesto la picardía de Las Chilenas baile propio de la Costa Chica.
En este escenario participan las ocho regiones de Oaxaca las cuales son: Valles Centrales, la Mixteca, Sierra Sur, Sierra Norte, la Cañada, la Costa Chica, Papaloapan y el Istmo de Tehuantepec.
En ese sentido, el Instituto Nacional de Antropología e Historia, informó que esta festividad de origen prehispánico inició en la parte noroeste del valle central donde se asienta la ciudad de Oaxaca, ahí se encuentra el Cerro de Bella Vista, Dani Lao Nayaalaoni, lugar sagrado donde los antiguos zapotecas, dice la leyenda, ofrendaban a los dioses agrícolas Pitao Cocijo (lluvia) y Pitao Cozobi (deidad del maíz) en agradecimiento por las cosechas recibidas.
El INAH, precisó que esos festejos en la época prehispánica se honraba a Centéotl, mazorca madura; Xilonen, la mazorca tierna o en jilote, y a Ilamatecuhtli, mazorca seca o señora de la falda vieja, en una actividad que generalmente llevaban a cabo a mediados de julio, cuando las milpas jiloteaban y los elotes estaban tiernos; según se desprende de la investigación de la Fonoteca del INAH, realizada (2004) por Benjamín Muratalla, Diocelina Conde Montes y Eduardo Luna Ángel (textos), y Martín Adelo Chicharo en la grabación, que se consigna en el número 42 de la Serie Testimonio Musical de México.
“Las fiestas desbordaban en música de teponaztles, huéhuetls, flautas y sonajas. Los cantos eran plegarias y las danzas, reverencias; los alimentos derivados del maíz simbolizaban la esencia de los dioses; y las casas, narraba Fray Bernardino de Sahagún, eran adornadas con cempasúchil”, señalaron los especialistas.
Aunque esta festividad tomó otro giro con la llegada de los españoles y su imposición de la religión católica, por más de tres siglos la festividad cobró fuerza; sin embargo, en la segunda mitad del siglo XIX, durante la Reforma, las celebraciones religiosas poco a poco decayeron, reactivándose en 1932 con la celebración de los 400 años de la fundación de la Antigua Villa de Antequera, hoy ciudad de Oaxaca.
Cuando se invitó a las distintas delegaciones indígenas al acto (Valles Centrales, Sierra Juárez o Norte, la Cañada, Tuxtepec, la Mixteca, la Costa y el Istmo de Tehuantepec), el Dani Lao Nayaalaoni era conocido ya como El Cerro del Fortín, nombre recibido por las escaramuzas durante la lucha de Independencia y la Intervención Francesa.
Con el tiempo, la Guelaguetza se transformó en espectáculo cultural, y en la Rotonda de la Azucena del Cerro del Fortín, hace un despliegue musical, dancístico y de los atuendos tradicionales de los pueblos oaxaqueños, y en forma simbólica recuerda la reciprocidad entre ellos.
Por último, esta comunidad, como parte de la cosmovisión indígena, señala la investigación del INAH, tiene como sustento la reciprocidad entre las fuerzas divinas, proveedoras de la vida y los seres humanos; hoy se manifiesta en la organización de las mayordomías para sufragar, por ejemplo, las fiestas patronales, el tequio para obras comunales, en labranza para sembrar o cosechar con la ayuda de todos.
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