“Si yo tuviese un corazón, escribiría mi odio sobre el hielo y esperaría a que saliera el sol”, escribía Gabriel García Márquez.
Suponiendo que tuviese uno, como dice nuestro Gabo, fuese de hielo y tuviese que esperar a que se derritiese mi odio, miraría la vida pasar sin que se fundiera.
Puede que no sea sano vivir con inquina e incluso que perjudique al devenir de la salud metal; lo sé. Pero en este país, el que tenga un mínimo de conciencia crítica y sensibilidad, padece de “inquinitis” (Así, terminado en “itis”, porque se nos inflama el corazón para poder escribir más odio; para que quepa más rencor, desprecio…).
Cuando fui diagnosticada enferma de “inquinitis”, me pregunté el porqué. Lejos de hacer un análisis al más estilo Froid, de pronto y sin pensarlo, me di cuenta de quién y qué tenían la culpa de mi dolencia.
Vivimos en un país que dice ser aconfesional mas se realizan misas de Estado.
Una línea muy larga para poner al sol.
Se componen misas de cuya religión no quiero nombrar. Se le confiere privilegios a un dogma, a una fe, que ha matado en nombre de su dios; no sólo en este territorio que tiene como nombre España sino que, también, en todo el mundo.
No hace mucho que hemos leído la noticia de que un “representante” de ese dios en la tierra –suponiendo que haya un “todopoderoso”– ha creado una ceremonia y ofrenda a un hombre (Enésimo Redondo), que perteneció a esa cuadrilla que masacró a ciudadanos y ciudadanas de este país; que lapidó las entrañas de muchas personas sólo por pensar diferente a esos necios borregos.
En este rito, homenajean al despreciable fascismo centrándose en un personaje (anteriormente citado) que no ha pasado a la historia por ayudar a los más necesitados; no ha pasado a la historia porque haya descubierto una cura a una enfermedad rara ni ha pasado a la historia por formar una rueda que ayude a que el mundo siga girando. No; ha pasado a la historia por matar, violar, por atropellar la libertad de un pueblo a base de tanques; por usurpar identidades y sensibilidades. Este sujeto, admirado por ese “manager” de esas supuesta deidad, forma parte de la historia por fundar un Estado donde las lágrimas se tragaban con toda su sal; un Estado donde hombres y mujeres guerreaban con esos necios borregos por el mero hecho de ser republicano, por el simple hecho de ser laicos; este personaje es historia por usurero, mezquino y miserable.
La quinta ley de esa doctrina, exige no matar (“NO MATARÁS”). Ilógico parece que el mentecato manager adule y exalte un criminal.
Qué pensará el representado que se tome su nombre en vano; que se alabe a un asesino… Aunque ésto poco importa en este tema y menos, a su apoderado.
No, queridos lectores que chirrían al leer ésto, no es un “mal perder” ya que la guerra fue empezada por unos engreídos cretinos –la cual, no hubiesen ganado sin la ayuda de sus socios- es rabia; es agotamiento e impotencia.
Mi corazón se hincha por segundos; no quiero vivir con odio pero vosotros, gerentes de una creencia, impulsáis mi tirria, desprecio y fobia con vuestros actos.
Yo no tengo mandamientos que me hagan cumplir pero tengo dos pautas que quiero escoltar lo que este camino dure:
Justicia, asignar a cada uno lo que le corresponde o pertenece. No fueron juzgados es más, son glorificados. Mientras, los cadáveres con la libertad violada, cenizas con sensibilidades usurpadas empapadas con lágrimas de sal, reposan en zanjas y cunetas olvidadas y renegadas.
Igualdad, los mismos derechos e idéntico convenio personal.
Si es delito exaltar el terrorismo de la banda organizada de ETA, ¿Por qué no lo es exaltar un personaje como Enésimo Redondo?
Justicia e igualdad.
El sol me pide paciencia, no puede derretirlo todo.
Eva Míguez Porto.
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