Notimex. Los hundimientos habituales, goteras y el deterioro cada vez más importante del mármol, son algunos de los problemas que siguen requiriendo atención en el Palacio de Bellas Artes, reconoció José López Quintero, arquitecto del recinto.
En entrevista con Notimex, el responsable de la conservación del Palacio, explicó que son tres factores a los que se debe poner especial atención.
El primero de éstos es el hundimiento, aunque éste ya está controlado, “pues ahora se hunde a la par que la ciudad, estamos iguales, ya no verán más escalones añadidos a la escalinata del Palacio de Bellas Artes”.
El segundo problema, mencionó, es la piel del edificio de mármol, “esta piedra tiene un cáncer por la contaminación, la lluvia ácida, la vibración, los cambios climáticos y es algo que se tiene que atender, pero un edificio como éste requiere de muchos recursos para restaurar el material, entonces se está trabajando por pedacitos”.
Mientras que el tercero tiene que ver con las cubiertas, que el arquitecto Mariscal, quien concluyó la edificación en 1934, diseñó con tres diferentes e incompatibles materiales; metal, vidrio y concreto, que al estar juntos dejan fisuras por las que penetra el agua.
Aclaró que “no es un problema de incapacidades profesionales o técnicas, simplemente que esos materiales con los calores que hay allá arriba se distienden y se contraen con los cambios diarios del clima (…) y en esos movimientos se abren microfisuras que permiten goteras”, una falla que, aseguró, hasta el momento no hay manera de resolver.
Para contrarrestar estas afectaciones del Palacio de Bellas Artes, López Quintero consideró necesario convocar a la iniciativa privada y a gente interesada en los recintos patrimoniales para que apoyen su conservación.
“Si se pierde algo de este edificio es irrecuperable, para qué esperarnos a que pase algo o se nos caiga algo, si podemos atacarlo con planeación.
“Sí, faltan recursos, porque es un edificio muy grande (…) pero en algún punto tiene que caber el inicio de las acciones radicales para mantener este edificio que ahora es de todos nosotros y que es el icono cultural de este país”, puntualizó.
López Quintero recordó que a lo largo de ocho décadas, el Palacio de Bellas Artes ha sido testigo y protagonista de la historia de México, logrando convertirse en el máximo recinto cultural del país.
Explicó que desde su construcción, el inmueble ha estado arraigado a la historia del país, pues fue diseñado por el arquitecto Adamo Boari (1863-1928), asignado por el entonces presidente de México, Porfirio Díaz (1830-1915), quien al darse cuenta de que era poco viable remodelar el Teatro Nacional decidió crear un nuevo recinto.
“Le dijeron -relató- que tenía que hacer un teatro único, como no hay otro en este país, con adelantos de la época y materiales, pero muy a la semejanza de los teatros europeos, entonces lo mandaron a Europa, visitó Austria, Alemania, Italia, París y desarrolló su proyecto en el despacho del famoso arquitecto Frank Lloyd Wright”.
Inspirado en sus viajes y especialmente en la Ópera Garnier de París, Francia, Boari desarrolló un estilo que estaba en boga con una peculiar característica, el color blanco dado por el mármol.
“Este material es propio de este país, pero también fue importando de diversas partes del extranjero, sobre todo de Carrara, Italia, y se convirtió en el único edificio en el México con las cuatro fachas de mármol, no van a encontrar otro y de este tamaño, menos”, destacó.
El término de su diseño y construcción, sin embargo, ocurrió tres décadas después, a cargo de Federico E. Mariscal (1881-1971), quien fue designado por Pascual Ortiz Rubio (1877-1963).
“Era otro devenir histórico, por eso Mariscal decidió cambiar varias cosas del carácter del edificio, que fue pensado con ideología elitista; una vez terminada la Revolución y apaciguadas las cosas en el país, 30 años después, con otra mística y forma de ver las cosas, resurgió pero no para ese grupo de personas, sino para la gente, ya con un enfoque social popular”, detalló López.
Posteriormente, con la creación del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) en 1948, se le conoció como el Palacio de Bellas Artes, un espacio cultural que no sufrió más cambios hasta la remodelación de 2010, en la que se transformó la tramoya de la sala principal.
No fue un cambio leve, sino radical, se desnudó completamente la caja de la tramoya; varas, cuerdas, poleas, entre pisos, estructura, todo; se vacío completamente, el cambio fue radical, de ahí la polémica, comentó López, para quien el recinto sí necesitaba adecuaciones escenográficas y tecnológicas acordes con la época.
“Pero no hasta el otro extremo de la cuerda, si hubiera habido un poco de sensibilidad y si hubieran preguntado a la gente que sabe, esa hubiera sido una intervención cuidadosa y en los puntos que era necesario, no en todo como se hizo”, concluyó.
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