Notimex. El textil es uno de los rasgos más importantes de la cultura chiapaneca, pues en él se encierra el conocimiento transmitido de generación en generación y en sus bordados se retrata la historia de un pueblo a través de sus símbolos y su imaginación.
En Zinacantán, poblado de Los Altos de Chiapas, María Hernández ha trabajado como tejedora desde la infancia e hincada frente a su telar, con su mecapal (soporte que se coloca en la espalda para sostener el telar) puesto, comparte cómo inició en esta labor que se ha vuelto legendaria para la cultura chiapaneca.
“Me enseñó mi mamá, vamos de generación en generación, yo a mis hijas ya les estoy enseñando. A la de 12 años ya le pongo su telarcito para que empiece a hacer cosas”, dijo María sin dejar de trabajar en su pieza de lana blanca que se va tejiendo entre trama y urdimbre a través de distintas varillas de diferentes maderas.
También está el llamado machete o tzotzopastli, una pieza grande de madera que baja por el telar haciendo que cada hilo tejido quede perfectamente apretado para volver a iniciar el proceso otra vez: pasar cada hilo con la bobina o lanzadera y realizar el tejido.
Antes de iniciar, María confirma que cada hilo que está en la bobina ha sido hervido en atole, pues “no se puede tejer si no se hierve con atole, es con lo que se almidona, se agarra resistencia y luego se seca al sol”, señaló.
“Avanzamos 20 centímetros con cuatro o cinco horas de tejer”, dice María, para luego voltearse y responder a su compañera en tzotzil, lengua con la que ha sido criada y cuyos tonos se escuchan por toda la casa en la que trabajan cerca de 20 mujeres que tejen y bordan.
Blusas, rebozos, fundas de cojines, caminos de mesas, colchas, bolsas, jorongos y hasta muñecos de trapo inundan cada rincón de la casa que se llena con coloridos diseños en los que María logra destacar la figura del maíz, las flores, el sol, la tierra, los animales, pero todo a través de símbolos que no siempre marcan una narrativa.
“No todo lo que bordamos tiene un significado, son cosas que vienen de nuestra imaginación”, señala María mientras pasa un delgado pero deslumbrante hilo azul por su trama.
Aún no se sabe si la tela que trabaja será para una colcha o un jorongo, falta tiempo para saber su fin, pues una colcha hecha con este tipo de técnica puede tardar en concretarse entre dos y cuatro meses, pues el bordado también es realizado completamente a mano.
La casa donde María Hernández trabaja está abierta el público. Todos los días del año recibe turistas de distintas partes del mundo, quienes admiran no sólo la forma en la que se trabajan los textiles, sino la forma en la que viven las familias en Zinacantán.
La casa tiene varios cuartos, no puede faltar el altar en la entrada, con velas encendidas para pedir fertilidad para las mujeres y fuerza para los hombres, éstos últimos están ausentes pues todos los días salen a cultivar flores en los invernaderos, principal actividad del pueblo.
En el hogar de María se exhiben distintos vestidos tradicionales de Chiapas, el de Ocosingo, Oxchuc, Chanal, Amatenango, Chamula y Huixtán, cada uno con sus colores, sus figuras y sus telas, de acuerdo a su clima y sus costumbres.
Además del tejido y el bordado, en torno al cual las mujeres se reúnen en medio de largas charlas en tzotzil, también está la cocina, un espacio donde los olores se dispersan y se cocinan tortillas de manera tradicional.
La dieta de las tejedoras y sus familias no ha cambiado mucho desde tiempos prehispánicos. Los frijoles, la pepita de calabaza tostada y molida, así como el chile siguen formando parte de su ingesta diaria, pero cuando uno llega a esta casa es inevitable no probar un taco hecho al momento.
Además, hay fiesta en Zinacantán “Lugar de murciélagos”, las mujeres parecen uniformadas con jorongos de color morado con grandes flores bordadas con cuidado.
Los hombres bailan con entusiasmo mientras las mujeres esperan cubriéndose del sol y en la capilla de San Sebastián, los textiles vuelven a poner su sello en las tradiciones.
Los mayordomos, encargados de los festejos del pueblo, lucen sus mejores galas con unos huaraches de suela de madera, sus grandes calzones blancos, sus sombreros con listones los cuales llevan en la espalda mientras cantan relajadamente con la cabeza cubierta en la capilla de San Sebastián, donde cuelgan frutas y las velas se mezclan en cada ritual maya.
La belleza de sus raíces luce no sólo en su vestido, sino en la riqueza de cada rincón al que se voltea, pues las figuras llaman, los olores deslumbran y la intención de conocer más sobre cada símbolo crece.
En su libro “Diseño e iconografía. Chiapas, geometrías de la imaginación”, Óscar Oliva, director general del consejo estatal para las culturas y las artes de Chiapas señala:
“Los diseños más que figuras geométricas, representaciones de plantas y animales, dan significado a los sentimientos y pensamientos de un pueblo, son memoria de los ancestros.
”Es la búsqueda por mantener la comunicación con los hacedores y creadores del infinito, es una ofrenda que muestra la continuidad de su enseñanza, de su creación”.
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