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Para la mayoría de los hombres, en particular de “los mexicanos”, son comunes los desenlaces de un diálogo ordinario por la discusión de un tema político. Nos cuesta entender esta democracia, este sistema, estos políticos e incluso, esta cultura. Durante años hemos sepultado en nuestra memoria la opinión exacta de lo que creemos sobre nuestro país por el temor de ser vistos como ignorantes.
A pocos días de los comicios en distintas partes de la República, parece que esa memoria empieza a cobrar factura. Los casos de injusticia social y de corrupción en los diferentes niveles de gobierno, invaden nuestras redes sociales hasta rompernos la cabeza contra el suelo por las falsas promesas de campaña o los acuerdos políticos que sólo nos dejaron en quiebra al salir a flote sus desfalcos financieros.
En el año 2000, se soñaba con la transición democrática por la llegada del PAN a los Pinos, pero en pocos años el desánimo y la desconfianza predominó sobre las buenas intenciones de los ciudadanos que eligieron otro partido. El gobierno de Vicente Fox permitió y avaló la corrupción siendo esta su oportunidad de cambiar el rumbo histórico del país, pero además se desvinculó de temáticas tan fundamentales como la transparencia.
Al sexenio siguiente, los calderonistas llegaron con el objetivo de acaparar todos los espacios posibles tanto en gobierno como en el sector privado. Concesiones y licitaciones en el sector energético, de obras públicas, salud y educación fueron realizadas de manera ilícita para beneficiar al grupo cercano del Presidente. Al final de su mandato, Calderón no sólo había perdido la guerra contra el narcotráfico, sino la credibilidad con los empresarios y la ciudadanía, cosa que perjudicó hasta los cimientos la integridad del panismo.
Ante semejante debacle del PAN, sus filas se abrieron y personajes ajenos a su ideología llegaron para ocupar sus puestos y utilizarlo como herramienta. Del 2012 a la fecha con el regreso del PRI, el grupo de Peña Nieto sigue sin entenderse con los mexicanos, le importa poco la opinión pública y las recomendaciones internacionales sobre la falta de impartición de justicia o la preservación de los Derechos Humanos. Por todos lados persiste la crítica contra el Presidente y su Primera Dama, su gabinete e incluso ahora contra los empresarios, pero siguen sin haber liderazgos opositores que alcen la voz frente a semejante retroceso.
El contexto se tensa y hay quienes se declaran a favor de una revuelta civil o de las manifestaciones pacíficas, más sin embargo evitamos la aceptación de culpa o responsabilidad de que México continúa creando políticos corruptos o mejor dicho, ciudadanos acostumbrados al cohecho. Las candidaturas independientes emergen, florecen y tumban a los candidatos que supuestamente “declinan”. Ellos comienzan una nueva etapa del sistema democrático en nuestro país y por lo tanto, tienen mayores responsabilidades con el electorado.
En el mismo lapso, múltiples gobernadores inician sus proyecciones rumbo al 2018. Resuenan los de Querétaro, Chiapas y Puebla, éste último mejor posicionado y con miras de controlar autoritariamente al panismo a nivel federal para catapultar su grupo en estados como Monterrey, Guadalajara, Oaxaca y Michoacán que le permitan propagandear su imagen frente a los ciudadanos.
Es aquí donde nos llenamos de interrogantes: ¿Por quién votamos o para qué lo hacemos? ¿Conviene ejercer el voto por los candidatos independientes o los de partidos de reciente creación? ¿Debemos castigar el voto? Etc. Todo apunta a que no importa lo que pensemos u opinemos de la clase política, puesto que seguirán siendo ellos quienes decidan hacia dónde vamos y por qué.
Un hecho que no debería de amedrentarnos, sino provocar el diálogo para que logremos organizarnos y exigir una agenda pública a los gobernantes mucho más clara e incluyente. Si otros países han logrado su consolidación democrática en peores escenarios, no debemos desanimar el espíritu colectivo de un futuro mejor, más bien es momento de elegir adecuadamente a nuestros representantes.
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