Notimex. Contemplar la ciudad desde una estela de 35 metros de altura, viajar en un catamarán para observar el comportamiento de los monos que habitan en tres islas o realizar un viaje en safari, es posible en el Parque Zoológico del Bicentenario Animaya.
Sobre una extensión de 23 hectáreas, el zoológico meridano ofrece una variada oferta de diversión para las personas que acuden al sitio y que también pueden complementar con un paseo por el herpetario, por el jardín de especies epífitas y refrescarse en el parque acuático.
Abierto el 30 de abril de 2010, dicho zoológico se ha consolidado como punto de reunión familiar; en un pulmón de Mérida, así como un espacio para la enseñanza a las nuevas generaciones del respeto que deben tener a las especies animales, su cuidado, protección y preservación.
Iber Rodríguez Castillo, director de este sitio, recordó que uno de los principales atractivos con que cuenta este parque es el contacto cercano con casi 400 animales que habitan en este sitio, principalmente mamíferos, la mitad de ellos producto de intercambio con otros zoológicos o por reproducción.
Una especie de fachada maya con figuras de animales, da la bienvenida a los visitantes y desde ella se puede apreciar una amplia calzada que lleva a la estela de 35 metros de alto, que en sus cuatro lados muestra a la especie animal como eje del mundo maya.
Desde ésta, el visitante puede contemplar cada uno de los cuatro puntos cardinales de la ciudad que se extiende más allá de su zona periférica, pero también, cada espacio del zoológico en el que animales de diversas especies conviven sin problema alguno.
Una cavidad formada por el prolongado proceso de extracción de materiales pétreos, dan vida al hábitat de aves y mamíferos propios de las praderas africanas donde destacan las jirafas, las cebras, los búfalos o los antílopes acuáticos.
Carlos Moo se encarga de narrar a las decenas de niños que suben al carrito-safari las características principales de los animales que se dejan ver al paso del convoy, los posiciona en la mente de los visitantes con su asociación a personajes de cintas como “Río” o “Madagascar”, al tiempo que rompe mitos sobre ellos.
“La avestruz no esconde la cabeza, imagínense que lo intentara en Yucatán que es pura piedra su suelo. Además, es el ave más grande del mundo. Las jirafas ¿Cómo creen que se comunican? No con las orejas, ni con los cuernitos, sino con el cuello…”
Se avanza por las praderas americanas y los niños gritan de alegría con la cercanía de los venados temazate y los de cola blanca; con el pavo real, con el tepezcuincle que se esconde ante el intenso sol, o el colorido de los flamenco rosas, cuyo hábitat está cercado, pues explica el guía, “para volar necesita correr y tomar vuelo”.
Los gaures, vacas sagrada en la india, encabezan a las especies correspondiente a la pradera euro-asiática, con la advertencia a los futuros exploradores y aventureros que esta es una especie que no se come o mata en esa nación donde es una animal sagrado.
El grito del mono saraguato es a la vez una invitación a subirse al catamarán e iniciar una travesía de unos 20 minutos por hermoso lago y con la ilusión de mirar al mono ardilla, al saraguato y al mono araña.
Este último el que más se deja divisar por su color negro y porque parece disfrutar mejor de los árboles y del calor en Yucatán.
Michel Rejón es uno de los guías encargados de explicar a los presentes las características de los animales que se logran ver al paso de la embarcación y cuya tripulación ha sido revestida con chalecos salvavidas.
Mira a un lado y al otro, busca entre los árboles a los monos saraguato, primates que recuerda tienen un grito intenso que puede llegar a escucharse hasta los tres kilómetros para avisar a la manada que hay peligro en el área, aunque los machos también pueden emitirlo para atraer a la hembra.
Un emú camina muy cerca de la cerca que divide a las praderas del lago y de nuevo la voz del guía se escucha: “Esta es la segunda ave más grande del mundo y una característica de ella es que a simple vista no se sabe cuál es la hembra y el macho, sólo hasta que la primera ove y el segundo empolle”.
Mientras la embarcación avanza en busca de la isla de los monos ardilla, un gamo o ciervo blanco se deja ver junto a su familia, especie que “en la época medieval eran cazados como adornos en los grandes castillos”.
Un pato copetudo hace saltar a los niños de su asiento, mientras éste se baña a la orilla del lago y busca alimentos, al tiempo que los gansos caminan en pareja con el mismo fin, cuya especie suele ser monógama “igual que el hombre”, bromea.
El cisne negro nada sin reserva cerca de la embarcación que avanza hasta él, mientras la voz que exalta las características de los animales recuerda que esta ave vive un matriarcado, es decir -detalla a los niños- son las hembras las que dominan en la familia.
Se llega a una segunda isla donde se encuentran los monos araña, que por su pequeño tamaño y su color verdoso son apenas perceptibles, no así sus hazañas y su vida en comunidad, donde el macho tiene la obligación de proteger a la manada y donde “Valentín” reina como mono alfa.
La travesía llega a su punto culminante a su paso por la tercera isla y un mono araña aparece. Le importa poco la presencia humana, pues brinca entre los árboles y luego se sujeta a uno de ellos, como si fuera el momento de reposar de sus travesuras para dejarse ver, ante la celebración de sus primos que los miran desde la embarcación.
Durante el retorno al embarcadero, un pato cormorán reposa sobre una estructura que sobresale del agua y deja ver intensos movimientos en el pescuezo, acción vital para poder recuperar el calor perdido al zambullirse para buscar alimento, pues sus plumas carecen del aceite que poseen las demás aves para hacerlas permeables.
El catamarán pasa cerca de una fuente en medio del lago, cuyas gotas refrescan a los navegantes y con su movimiento impide que se convierta en un afluente sin movimiento y vida.
Mientras el catamarán arriba al muelle, a una distancia que oscila entre los nueve y 10 metros de altura, las miradas de aquellos que no han alcanzado un turno para viajar por el interior del mundo animal, miran a quienes descienden de la embarcación o del safari.
Desde la altura es posible contemplar la belleza el lago y al mismo tiempo se complementa con la gallardía de las jirafas que buscan los árboles más altos para resguardarse de los inclementes rayos solares, mientras cebras y emús, comparten semillas dispuestas para ellos.
El rugido de un león es el anuncio de un proyecto que pretende crear un encierro felino, mientras que una estructura que simula una casa de paja maya, permite admirar a 13 especies diferentes de serpientes -la mayor parte de ellas habitantes de Yucatán-, de las cuales sólo tres de ellas son venenosas.
Numerosos terrarios contienen además a crías de tortugas, de cocodrilos o iguanas, con la intención de que las nuevas generaciones conozcan a todos estos reptiles y evitar que una falsa idea sobre su agresividad continúe con la destrucción de mismas o de sus hábitats.
Pero para los amantes de la flora, el Jardín de las Epífitas -especies que crecen sobre los árboles sólo como soporte- es el espacio ideal para ver la floración de al menos unas 200 variedades de orquídeas que ha sido traídas de diversas partes del mundo y donde crecen gracias al sol y los cuidados.
Bromelias, cactáceas, acacias y numerosas especies locales permiten superar las dos mil especies que se encuentran en este sitio, y al que amantes de la flora, sin importar la condición social o económica, acuden en especial en la estación seca a mirar el florecimiento de varias de estas especies.
Una vez que el calor y el sudor se dejan sentir en el cuerpo, se tiene la posibilidad de acudir a las áreas refrescantes, donde un rocío de agua deja sentir su agradable sensación sobre el cuerpo.
Sin embargo, de llevar ropa adecuada, el visitante puede acudir al parque acuático donde baldes de agua fresca o chorros salidos de diversas figuras geométricas, permiten dar por finalizado un día de convivencia familiar, donde el mayor aprendizaje es reconocer que es necesario cuidar el planeta y a las criaturas que en el habitan.
El Parque Zoológico del Bicentenario Animaya registró el pasado 13 de mayo el nacimiento de una jirafa, que fue bautizada como “Chouac’kal” (Cuello elegante).
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