Poniatowska, testigo de autoridades corruptas e incapaces de manejar caos del terremoto del 85

Written by Redacción. Posted in Minuto a Minuto, Noticias Destacadas, Sociales

Published on septiembre 14, 2015 with No Comments

elena-poniatowskaEFE. Desde su infancia la Premio Cervantes 2013, la mexicana Elena Poniatowska, escuchó hablar de guerras pero nunca entendió bien lo que significaban hasta septiembre de 1985, cuando las entrañas de la Ciudad de México rugieron por un magno temblor y todo se llenó de los horrores de un campo de batalla.

“Mis padres estuvieron en la guerra y yo sentí que ahora yo entendía qué había sido su guerra. Mi mamá fue enfermera, manejó una ambulancia. Mi papá fue capitán, entonces sentía yo que, bueno, ahora sí sabía lo que era eso”, cuenta a Efe en una entrevista.

A sus 83 años, a la escritora y periodista no le gusta hablar de aquellos días de polvo, sudor y escombros manchados de sangre. Ya juntó miles de palabras en su “Nada, nadie. Las voces del temblor”, un libro que publicó en 1988 recopilando los artículos que escribió los días posteriores al 19 de septiembre.

“A mí no me gusta hablar de eso, hago todo con tal de no hablar”, cuenta en el salón de su casa de la capital mexicana, donde accede a recordar los agotadores días en los que ella se dedicó a dar voz a todo aquel que no era escuchado, para que quedaran sus nombres y apellidos como testigos del horror.

A Poniatowska el terremoto la sorprendió en su casa, pero no se dio cuenta de la magnitud porque su zona no quedó afectada. “Aquí en el sur y en todas las Lomas de Chapultepec es donde menos se notan los terremotos, siempre les toca a la gente más fregada (arruinada), la más amolada (desgraciada), la que vive en el centro”.

Cuando fue consciente de lo sucedido, se lanzó a la calle a recoger testimonios. Por aquel entonces, cuenta la escritora, ella trabajaba en el ya extinto periódico Novedades.

A los pocos días del temblor se les dio la orden a los reporteros de “volver a la normalidad”, de “no volver a cubrir una sola de estas tragedias” porque “era deprimente y contraproducente”.

Aguerrida y habiendo sido una de las principales periodistas en denunciar y escribir sobre la masacre estudiantil de 1968, Poniatowska no se plegó a esta regla y se empeñó en contradecirla.

“Dejé ‘Novedades’ porque ya no me dejaban escribir lo que quería. Como periodista todo es duro, ser periodista en México es duro, yo creo que es más duro que en cualquier otro país del mundo”, apunta recordando que el suyo “es el país donde más se mata a periodistas”.

Acudió entonces al diario La Jornada, de reciente creación, y “de inmediato” Carlos Payán, director y fundador, le dijo “tráigame usted un artículo mañana, y así hice toda una serie de artículos todos los días, incluso los domingos, durante cuatro meses”.

Trabajaba “todas las horas” que tiene el día. “Soy muy chaparrita, entro como ratón a todas partes, la gente me tiene confianza, entonces me cuentan todo”.

“En la mañana salía a los lugares de siniestro, en la tarde escribía y después regresaba a llevar el artículo “y al día siguiente otra vez”, recuerda.

“Septiembre, octubre, noviembre y diciembre y en enero me enfermé, me dio una depresión horrible, tomé pastillas antidepresivas”, confiesa.

“Fue una depresión tan horrible que clavé el pico y por poco me muero de todo lo que había visto, de todo el sufrimiento, de toda la corrupción, de que los arquitectos y los ingenieros de México hacen edificios mal construidos, ponen muchísima grava en la mezcla (del concreto). Por ejemplo, se cayeron todos los edificios del Gobierno”, apunta, y recuerda aquellos días como algo “sumamente frustrante” porque “las palabras nunca remedian nada”.

“Carlos Monsiváis, que era posiblemente el mayor cronista de México, me decía ‘no te metas, no pidas camas, no vayas por almohadas, no pidas sillas de ruedas’ porque yo sí hacía eso, pero creo que es por ser mujer”, relató a Efe.

En sus recorridos, Poniatowska pudo ver cómo cambió la ciudad y cómo la gente vivió en la calle durante meses, en tiendas de campaña y, sobre todo, vio quién salvó a México de la tragedia.

“Fue la gente más pobre, la que iba pasando por la calle y veía llorando a una persona y le decía ‘no llore, ¿por dónde pasaba su mujer?, ahorita traigo un pico, una pala y vamos a escarbar’, esos fueron los que más ayudaron”, cuenta.

Ramón Aguirre, entonces jefe de Gobierno, “llegaba a todos lados con los ojos saliéndose de las orbitas, no sabía qué órdenes dar”. El caos dentro del caos. Los ciudadanos se preguntaron “¿quién es nuestro presidente? A partir de entonces se empezaron a organizar”.

Ahí, en medio del caos y con unas autoridades “corruptas e incapaces” de manejar una tragedia de esas magnitudes, “nos dimos cuenta que si uno no hace las cosas por uno mismo, nadie lo va a hacer, es una realidad dura, una lección dura de aprender”, remata

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