EFE. El cine mexicano retrata desde hace décadas al indígena de forma caricaturesca, como un ser infantil, irracional o violento, mantuvo a Efe el investigador Francisco de la Peña, profesor de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH).
“Lo que ha prevalecido es una imagen más bien caricaturesca y bastante distorsionada que tiene al indígena como un ser ahistórico e infantilizado que es retratado como una especie de menor de edad”, explicó De la Peña.
Los indígenas aparecen en centenares de películas mexicanas como personas “irracionales, supersticiosas, violentas, ingenuas o pasivas”, continuó el investigador, autor del libro “Imaginarios fílmicos, cultura y subjetividad. Por un análisis antropológico del cine”.
Según el etnólogo, esto “deriva de que quienes hacen este cine” no son indígenas, y aunque lo hagan con “buenas intenciones” no pueden evitar que “se les cuelen clichés” entre fotogramas.
Estereotipos que identifican distintas clases de indígenas; como personas que viven en medio de una naturaleza paradisíaca, una imagen del “buen salvaje” propia del filósofo francés Jean-Jacques Rousseau, explicó el investigador.
También la imagen del aborigen como “víctima inerme del abuso desmedido” de caciques y gobernantes, por ejemplo, en haciendas.
Curiosamente, estos primeros lugares comunes fueron establecidos por el cineasta soviético Serguéi Eisenstein en los años 30 con su película “¡Que viva México”.
No obstante, rápidamente el cine mexicano se apropió de estos patrones durante su Época de Oro (1936-1959) con títulos como “Tizoc: Amor indio” (1956), de Ismael Rodríguez, con María Félix y Pedro Infante, donde un ingenuo indígena, que vive en plena naturaleza, se enamora de una mujer blanca.
En “María Candelaria” (1943), protagonizada por Dolores del Río, muestras las sociedades indígenas como “cerradas y endogámicas”, mientras “Janitzio” (1935), de Carlos Navarro, habla de la violencia comunitaria.
“Tarahumara” (1965), de Luis Alcoriza, recurre al modelo del “extranjero, el blanco” que se convierte “a los valores de la comunidad indígena”, y “Macario” (1960), de Roberto Gavaldón, se encarna al nativo que vive en un mundo de superstición y magia, otra imagen frecuente.
En este género cinematográfico, colmado de melodramas, predominó el actor y director Emilio “Indio” Fernández, todo un emblema del cine nacional que explotó supuestos antepasados indígenas que nunca quedaron establecidos, subrayó el etnólogo.
Fernández buscó idealizar y mitificar la imagen de los indígenas y ganó varios premios en festivales internacionales con cintas como “María Candelaria”.
Aunque los argumentos de estos filmes pueden resultar algo gastados hoy día, en ese momento eran merecedores de superproducciones como “Ánimas Trujano” (1961), protagonizada por el actor japonés Toshiro Mifune, que ejemplifica esta visión simplificada del indígena.
“Es una de las grandes películas del cine nacional porque tiene una estética muy impresionante, la historia no es mala, pero es como el caso límite, donde el indígena es un actor extranjero”, resaltó De la Peña.
Mifune no hablaba ni gota de español, y por ello “tiene muy pocos parlamentos” y su actuación “mímica y textual” se relaciona con el indígena “instintivo” y “reducido a su expresión más elemental”.
Desde mediados de los sesenta se desarrolló un cine más independiente y de bajo presupuesto, continuó el investigador, con temáticas “más críticas y realistas”. Es el caso de “Llovizna” (1977), de Sergio Olhovich, recordó.
En los ochenta y noventa se elaboró un cine comercial “más sensible al discurso multicultural”, con cintas en lengua indígena o con actores indígenas, aunque “todavía son películas hechas por mexicanos no indígenas”, a diferencia de otros países como Bolivia o Brasil, afirmó.
Un ejemplo de buen cine indígena es “Corazón del tiempo” (2009) de Alberto Cortés, situada en las comunidades zapatistas y que contó con “la elaboración del guión, buena parte de la producción y actores indígenas”, señaló el etnólogo.
El filme se caracteriza “por mayor objetividad, pero es un cine muy reciente”, agregó.
Y es que, en general, el cine nacional, que cuenta con reputados directores como Alfonso Cuarón o Alejandro González Iñárritu, no ha desarrollado uno “de ficción comercial hecho y pensado desde la perspectiva y necesidad de los indígenas”.
“Nunca hay una suerte de reivindicación”, remató, y esta imagen simplificada, en la línea del cine hollywoodense, se acentúa en los actores secundarios, a menudo niñeras, peones, mayordomos o villanos, también en las populares telenovelas.
Según cifras oficiales, hasta 2010 el país tenía 62 pueblos indígenas con cultura y lengua propia, aunque algunos se encuentran en extinción. Unos 15 millones de mexicanos pertenecen a alguna de estas etnias, distribuidos en 64.172 localidades.
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