Muy Interesante.- A finales del Cretácico, hace entre 100 y 66 millones de años, la actual América del norte se encontraba dividida en dos continentes, separados por un mar poco profundo que discurría entre el océano Ártico y el golfo de México. En general, los dinosaurios que vivían en la masa de tierra occidental, una gran isla denominada Laramidia, presentaban unas características morfológicas similares a los que poblaban lo que hoy es Asia. No obstante, apenas se han descubierto restos de aquellos que habitaban la isla oriental, Appalachia.
La fauna que prosperó en ella permaneció aislada durante mucho tiempo y se desarrolló de forma diferente a la que se podía encontrar en el oeste. Por ejemplo, mientras que el Tyrannosaurus rex, de 12 metros de largo y 7 toneladas de peso, rondaba en Laramidia, su equivalente en Appalachia era el driptosaurio, otro terópodo carnívoro, pero mucho más pequeño, de tonelada y media y apenas 7 metros de largo.
Durante las glaciaciones del Pleistoceno, que se sucedieron entre hace 2,59 millones de años y 10.000 años atrás, buena parte de los depósitos fosilíferos de lo que fue Appalachia quedaron destruidos. Además, la región está densamente cubierta por vegetación, lo que dificulta el estudio de los que han podido encontrarse.
Ahora, el paleontólogo Nick Longrich, del Departamento de Biología y Bioquímica de la Universidad de Bath, en el Reino Unido, ha identificado los restos de un pequeño ceratópsido, un dinosaurio cornudo del tamaño de un perro, que vivió precisamente en esa zona.
El hueso, un fragmento de la mandíbula, se encontraba en la colección del Museo Peabody de Historia Natural de la Universidad de Yale, y, según indica este experto en la revista Cretaceous Research, se trata del primer fósil de este tipo de dinosaurio hallado en el este de América del Norte. Según Longrich, el descubrimiento aportará pistas sobre el distinto curso evolutivo que siguieron los animales de ambos continentes.
Debía haber sido herbívoro, al igual que su gran pariente de Laramidia, el triceratops, que alcanzaba los 8 metros de largo, si bien presentaba una mandíbula más fina. A partir de los escasos restos disponibles –de hecho, ni siquiera es posible atribuirlos a una especie concreta– se ha podido saber que esta se curvaba de tal modo que le confería al morro la apariencia de un gran pico. Longrich sospecha que esto se debe a que seguía una dieta distinta a la de otros ceratópsidos.
“En este caso nos encontramos con algo similar a lo que ocurre en Australia. Allí se pueden encontrar animales y plantas muy distintos a los que se dan en otras partes del mundo. Del mismo modo, parece que a finales del Cretácico, la fauna del este de Norteamérica, que permaneció desconectada de la del oeste por el mar, siguió un camino evolutivo completamente diferente. El mismo fenómeno tuvo lugar en otras zonas del mundo, en lo que hoy es Europa, la India, África o Sudamérica”, indica Longrich.
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