Agencias. En un minuto, en el que el corazón emite entre 50 y 100 latidos, se toman decisiones o se resuelven los problemas más complejos, también se puede realizaron la lectura de un cuento, señala la Secretaria de Cultura.
Los Cuentos de un minuto, de István Örkény forman parte de las ediciones del Programa Nacional de Salas de Lectura, de la Secretaría de Cultura.
Los cuentos llegan con instrucciones de uso dictadas por su mismo creador: “ahorran tiempo y no ocasionan ningún obstáculo para nuestra ocupadísima vida cotidiana –pueden ser leídos– mientras se cocinan los huevos pasados con agua o mientras logramos comunicarnos con el número telefónico que estamos marcando, sentados o de pie, en medio del viento o bajo la lluvia”.
El autor recomienda poner atención a los títulos, su brevedad ha sido pensada para que sirva igual que cualquier señalización. Por último, si no se entiende el cuento, vuelva a leerlo, si después de esa lectura continúa sin entenderlo, entonces el narrador asume toda la responsabilidad.
István Örkény (Budapest, 1912-1979) fue dramaturgo, novelista y cuentista, pero lo que le proporcionó gran popularidad fueron sus famosos Cuentos de un minuto.
Acerca de lo grotesco, es el siguiente cuento, y éste sienta el tono, la perspectiva y la idea que aproxima cada narración, es sencillo: se invita al lector a doblarse sobre sí mismo, y mirar el mundo a través de sus piernas. Un vaso de cerveza, un letrero, la muerte, vistos en esa posición, se transforman. Esta sencilla sugerencia vale para entender el movimiento que Órkeny le ha encontrado al mundo.
El señor D, ingeniero, trabajó horas extras casi sin descanso, la señora D, se encargó de todos los trámites, consiguió préstamos, buscó profesionales y hasta la madera necesaria, todo ello la llevó a un desequilibrio psicológico, la hija estaba enamorada de otro, pero la casaron con un veterinario, porque su familia les prestó dinero, el hijo “aspiraba a estudiar medicina. Pero el asunto se redujo a la pregunta: ¿la carpintería del techo o el diploma de médico”. Los D han facilitado toda la información para que cualquier lector les ayude a resolver una pregunta que no los deja vivir: ¿Qué es esto? ¿Qué es esto?
“Era un hombre que no valoraba demasiado las bendiciones de la civilización”, era el doctor Gróh, uno entregado al cuidado de sus pacientes. Paraba poco en casa, dos veces a la semana dormía en casa de su jefe, las otras noches se quedaba de guardia o visitaba a sus amigas. Tenía una estufa de hierro, y no un termocox, para la calefacción de su hogar. ¿Sabe el señor doctor qué es el termocox? le pregunta tío Kreibich, su paciente y estufista. Desde ese momento, Kreibich fue triturando la resistencia del doctor, no con argumentos, sino con la fuerza de la pasión. Después de instalarla le nacieron ideas tan extrañas como que “ningún ser vivo -incluido él mismo- podía ser tan perfecto como un termocox”. Tal vez el calor sea la fuerza más poderosa y amorosa para la íntima transformación.
La narrativa y la dramaturgia de István Örkény no escapan a su autobiografía. Sus experiencias como soldado del ejército húngaro, como prisionero de guerra en la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, como miembro del Partido Comunista, como entusiasta defensor de la Revolución de 1956 y sus años de ostracismo impuestos por el gobierno socialista, nutren una obra valorada como una de las más relevantes de la literatura contemporánea húngara.
Las cosas pueden parecer absurdas cuando se describen de una manera distinta a como normalmente las vemos, lo cual no significa que no puedan ocurrir de esa forma. Por ejemplo, planear exhaustivamente la construcción de la propia cripta. Interesado, empleado e ingeniero, se reúnen para hacer presupuestos y diseñar esa última morada. El interesado desea asfaltarla, la lápida no es necesaria, pero sí lo es un tubo de chimenea, no importa de qué material, lo que es imprescindible es la luz eléctrica, “¿luz eléctrica? -lo miraron asombrados los dos- ¿qué falta hace ahí la luz?” La respuesta irritada que dará el interesado nos demuestra lo acertado del título: “La esperanza nunca se pierde”.
En los vastos campos de las horas de todos los días llega como una luz el sereno (a veces también desenfrenado), placer de leer noticias. Esto ha desencadenado toda una industria que gira en torno a perseguir lo que ocurre. Pero no hay necesidad de tal despliegue de recursos y personas, así al menos lo ha descubierto el personaje del cuento: Noticias y pseudonoticias, quien durante un viaje se da cuenta que ese placer permanece intacto si lee noticias ocurridas tiempo atrás. Entonces, concluye que da igual que sean verdaderas o falsas, no existe tampoco una diferencia entre noticias o pseudonoticias, y para probarlo construye algunas de estas últimas. El resultado es hilarante, es también una prueba del absurdo contenido de lo que consideramos relevante como absurda es la persecución del último momento o la veracidad.
El futuro es todo, ahí está nuestra cosecha de perfección, la vida de las horas muertas, el reflejo brillante que se desprenderá de la actual oscuridad, por eso “¡Confiemos en el futuro!”, dentro de 110 o 115 años el palacio de Visegrád se habrá reconstruido, sonarán las campanas para anunciarlo y en ese momento cesará la mala racha que ya dura mil años, instaurándose la República Húngara del Danubio. Entonces será tan bueno ser húngaro, que incluso se transformará en un verbo: Hungarizar. Este verbo tendrá distintas acepciones dependiendo el idioma, en francés, por ejemplo, significará: “estoy hecho una cuba”, mientras que en español se traducirá como: “encontrar dinero en la calle, agacharse por él”, “Y si alguien en Londres dice I am going hungarizing (o sea, textualmente, “voy a hungarizar”) eso significa “voy hacia esa divina mujer, a la que ves ahí, ahora voy para allá, le hablo, la abrazo, me la llevo a casa”. Como verá el lector todo es cuestión de apostar al futuro, soportemos el presente anhelando toda esa gran posibilidad que será.
Seguramente nadie está consciente de ello, pero lo que se encierra en el espacio de una cabina telefónica es un baúl de tesoros para quien se detiene a pensarlo. La que protagoniza Balada acerca del poder de la poesía, se encuentra en un bulevar, y en ella entraban toda clase de personas a tratar sobre asuntos de amplia diversidad. Una tarde entró el poeta a llamar a la redacción del periódico para avisar que ya tenía los cuatro últimos versos. “¡Ay, qué deprimente! –dijo el jefe de redacción- Reescríbelo de nuevo, de un modo más risueño”.
El poeta defendió sus versos sin éxito, así que se marchó. Entre él y el siguiente usuario se produjo una transformación, cuando una mujer quiso entrar la puerta presentó una gran resistencia, y cuando se abrió lo hizo con tal fuerza que la mujer salió volando como si hubiera recibido una patada. Los testigos fueron a enfrentarla, semejante afrenta no puede tolerarse, todos recibieron el mismo trato, hasta que verdaderamente harta, la cabina desprendió sus cimientos y se marchó andando por las calles. No sabemos si fue el rechazo de esas palabras o si eran realmente deprimentes, el caso es que la poesía siempre determina el destino.
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