AFP. Michel Houellebecq, uno de los escritores franceses vivos más famosos, se prestó al juego del exhibicionismo en una muestra en París que pone en escena en 18 salas sus obsesiones: el vacío de la existencia moderna, el sexo o la muerte de su perro.
Presentada en el Palais de Tokyo, la muestra Rester vivant (Seguir vivo) que retoma el título de uno de sus libros, es un caleidoscopio de los pensamientos atormentados del controvertido novelista.
Se abre con la foto de un paisaje -crepuscular o de sol naciente- y la frase “es hora de que hagan sus apuestas”.
A lo largo de las salas, el visitante descubre un bar donde podrá fumar y tomarse una cerveza, una “tumba” dedicada a su perro Clément y una máquina de mezclar tintas. “Una sala por cada obsesión”, resume el enfant terrible de las letras francesas. Hay fotografías de peajes de autopistas, de Avallon, a 200 km al sureste de París donde pasó la infancia, o de los paisajes desiertos de Almería. Y de vacas, el animal predilecto del autor de Las partículas elementales.
Los únicos seres humanos son retratos muy clásicos de mujeres jóvenes desnudas o en atuendo sadomasoquista, entre ellas su esposa Marie-Pierre. Michel Houellebecq presenta luego La Rivière (El río), cortometraje campestre que muestra los juegos eróticos de mujeres en la orilla.
En otra sala hay frascos y recipientes de laboratorio dispuestos sobre una mesa: los treinta ingredientes (agua, nitrógeno, grafito, sodio…) necesarios para fabricar un ser humano. La lista y las proposiciones están presentadas en la pared.
En calidad de invitado, el pintor Robert Combas, amigo de Houellebecq, aportó una decena de cuadros.
El escritor lo convenció de trasladar a la exposición una habitación de refugio, repleta de papeles, discos, diarios y restos de pintura, donde sólo el artista tiene derecho a penetrar. La muestra permanecerá abierta hasta el 11 de septiembre.
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