Muy Interesante.- Las últimas investigaciones sugieren que la tumba del faraón niño podría contener estancias escondidas.
26 de noviembre de 1922. Se produce uno de los hallazgos más legendarios de la arqueología moderna: la tumba del faraón Tutankamón, que hoy vuelve a la actualidad por los trabajos que se están realizando en ella para averiguar si el egiptólogo británico Nicholas Reeves está en lo cierto al asegurar que, tras uno de sus muros, es muy probable que se encuentre la cámara funeraria de Nefertiti, otro de esos grandes nombres del glorioso pasado del Nilo.
La comunidad científica se divide en dos grandes bloques: los que opinan que tras esas paredes podría encontrarse alguna cámara secreta, aunque no sea necesariamente la de Nefertiti; y quienes piensan que las investigaciones realizadas no son suficientes para aventurar tal hipótesis.
De momento, la tumba del faraón niño ha sido escaneada en tres ocasiones: primero con rayos infrarrojos, luego por el equipo liderado por el japonés Hirokatsu Watanabe y, en tercer lugar, por un equipo de la National Geographic Society. Ninguno de ellos ha sido concluyente. Ante esta situación, el actual ministro de Antigüedades egipcio, Jaled al Anani, ha sido contundente: “No aprobaré ninguna perforación hasta que no esté convencido al 100 % de que existe una cavidad detrás de la pared”.
Palabras sensatas que chocan con el deseo mundial de revivir la emoción experimentada en aquel 1922, cuando el hallazgo de la tumba de Tutankamón dio la vuelta al mundo. Su principal artífice fue el arqueólogo inglés Howard Carter.
Un niño de diez años descubrió la tumba
El hallazgo se produjo de un modo totalmente fortuito, cuando un aguador de la excavación, un niño de diez años, tuvo que limpiar el suelo para acomodar sus vasijas. De este modo se topó con ese primer escalón. En las horas siguientes, más escalones fueron saliendo a la luz, hasta dejar al descubierto los dieciséis que hoy siguen llevando hasta la tumba.
El día 26 de noviembre, Howard Carter, el mecenas de la excavación –lord Carnarvon–, su hija y el ingeniero Arthur Callender se agolparon ante un pequeño orificio abierto en la tumba aún sin abrir. “Introduje el candil y eché un vistazo. Lord Carnarvon, lady Evelyn y Callender permanecían ansiosos junto a mí esperando el veredicto. Al principio no podía ver nada, el aire caliente que salía del interior de la tumba hacía que la llama del candil se agitara, pero al momento, a medida que mis ojos se iban haciendo a la luz, como si surgieran de la niebla, aparecieron lentamente unos extraños animales, estatuas y oro; el brillo del oro por todas partes”, explicó después Carter.
En 1932, Carter dio por finalizadas las investigaciones en la tumba y, tras ello, se retiró a vivir en soledad. Primero en su casa de El Cairo y, cuando se le diagnosticó un cáncer, en Inglaterra, donde continuó relatando la historia del descubrimiento a quien quisiera escucharla. Falleció el 2 de marzo de 1939 y a su entierro no acudió ningún compañero egiptólogo, ni autoridad política o académica. La noticia de su muerte fue una sencilla necrológica.
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