Muy Interesante.- Los restos de una cruenta batalla ocurrida en el siglo XIII a. C. podrían obligar a los expertos a reinterpretar la Edad del Bronce en el norte de Europa.
Todo empezó, como tantas veces en la arqueología, con un descubrimiento casual: un hueso de húmero humano sobresaliendo en la orilla del río Tollense, en el noreste de Alemania. El hueso tenía algo clavado en él: una punta de flecha de pedernal que había penetrado profundamente, unos veintidós milímetros. Fue encontrado un día de 1996 por Ronald Borgwardt, un arqueólogo aficionado, mientras exploraba la zona con su padre. El hallazgo los dejó tan sorprendidos que decidieron acometer más excavaciones a lo largo de un kilómetro y medio del lecho del río. En los años siguientes desenterraron más restos, entre ellos, un cráneo agujerado y una especie de gran garrote o cachiporra que bien podría haber causado tal herida. El artefacto, de 73 cm, era parecido a un bate de béisbol y estaba hecho de madera de fresno, fuerte y elástica. Todos los indicios apuntaban a que allí había tenido lugar un episodio brutal. Más adelante, Borgwardt hallaría un segundo cráneo fracturado.
En 2008, la cuenca del Tollense pasó a ser objeto de un estudio sistemático y se sucedieron distintas campañas encabezadas por investigadores profesionales. En ellas han aparecido multitud de huesos humanos arracimados que pertenecen a unos 130 individuos, la inmensa mayoría de ellos jóvenes, de entre veinte y treinta años. Estos presentan señales de distintos tipos de agresiones, en una proporción superior a la que se observa en los huesos aparecidos en antiguos enterramientos. Para los expertos, esto sugiere que la mayor parte de las muertes tuvo lugar durante un combate. En un artículo publicado en la revista Antiquity, el arqueólogo Detlef Jantzen, responsable de la excavación, y sus colaboradores, interpretan los despojos como “los restos de un choque violento, cuyas víctimas fueron lanzadas al río o abandonadas en aguas poco profundas y zonas pantanosas a ambos lados del mismo”.
Los arqueros fueron decisivos
Hoy se sabe que, protegidos por los sedimentos, miles de huesos de cientos de soldados caídos han permanecido ocultos durante milenios en el lecho del Tollense y en sus húmedas riberas, cerca del mar Báltico, a algo más de cien kilómetros al norte de Berlín. Entre ellos han aparecido las osamentas de cinco caballos y distintas armas y utensilios. Así, se han encontrado más de dos docenas de puntas de flecha de bronce y pedernal. El examen de las lesiones parece confirmar que estos proyectiles tuvieron gran importancia en el transcurso de la batalla. De hecho, fueron los causantes de las heridas de muchos de los combatientes que acabaron en el fondo del río.
Jantzen y otros científicos sospechan que en aquel remoto lugar pudo tener lugar una batalla tan multitudinaria como, según se ha venido creyendo hasta ahora, solo eran capaces de entablar por entonces los ejércitos griegos, hititas o egipcios, a miles de kilómetros al sur. En aquel combate, en el que los arqueros jugaron un papel clave, participaron guerreros profesionales, muchos ajenos a aquellas tierras y todos ellos anónimos. No se conocen sus nombres o su filiación; ni siquiera los bandos en los que lucharon o la tribu a la que pertenecían, y mucho menos quién era su señor o su rey. Probablemente, no se sabrá nunca.
El suceso ocurrió entre 1250 y 1200 a. C., cuando nadie dominaba la escritura en la región. Podría decirse que esa zona del mundo se encontraba aún sumida en la prehistoria. No hay registros o documentos que se refieran a este u otros acontecimientos o que arrojen luz sobre los descubrimientos arqueológicos. No obstante, lo que está claro es que el área no estaba tan atrasada en la Edad del Bronce como podría parecer.
Profesionales de la guerra
El trabajo se ha concentrado en una superficie aluvial enormemente rica en vestigios. En solo doce metros cuadrados se acumulaban veinte cráneos y otros 1.458 huesos. El estudio fisiológico de las heridas que presentan muestra que una gran cantidad de los golpes, cortes y lesiones se concentran en un mismo lugar del hueso, lo que denota el encono propio de una lucha armada. Esta circunstancia se ha observado en numerosas de las costillas encontradas, en las que hay cortes muy cercanos que convergen sobre el mismo punto, como producidos por una serie de apuñalamientos persistentes efectuados en el pecho de la víctima. Otras lesiones fueron causadas por flechas que alcanzaron sus objetivos por la espalda –se ha encontrado una punta de bronce en la parte posterior de un cráneo–, así que todo indica que los perdedores fueron hostigados sin piedad mientras huían. También los caballos, de pequeño tamaño, recibieron flechazos.
valle del río Tollense
Los arqueólogos alemanes escanearon los huesos mediante tomografía computarizada, una técnica de visualización que permite generar imágenes en tres dimensiones. Así, pudieron apreciar la forma que debieron de tener las laceraciones y compararlas con la hechura de las armas halladas en el propio yacimiento. Se han observado notables coincidencias, como la del perfil de las puntas de flecha de bronce con unas lesiones en forma de diamante que presentan algunos restos.
Los mismos análisis también han revelado detalles importantes sobre la vida de algunos guerreros. Está claro que muchos murieron como consecuencia de las heridas que sufrieron, pero algunos huesos presentan las características marcas que dejan las que se han curado hace mucho tiempo. La conclusión, según los expertos, es que una parte de los combatientes estaba acostumbrada a batallar, y sus cuerpos conservaban las cicatrices que dejaría tal profesión a lo largo de los años.
Esto pone de manifiesto que en el Tollense no se enfrentaron dos tribus ribereñas, enemistadas por cualquier circunstancia territorial, sino profesionales de la guerra curtidos en mil batallas. Si a todo ello le sumamos las estimaciones sobre la cantidad de soldados que, según los arqueólogos, participaron en la contienda, podemos trazar el retrato robot de una lucha sin precedentes.
De momento, solo se han excavado sistemáticamente 450 metros cuadrados, entre un 3 % y un 10 % de la superficie que, en opinión de los investigadores, podría ocultar más restos. Estos calculan que, de analizarse por completo, podrían aparecer los despojos de unas 750 personas. Algunos estudios apuntan que, por lo general, en este tipo de choques perecía un 20 % de los guerreros. De ser así, en las márgenes del Tollense podrían haberse dado cita entre 3.000 y 4.000 de ellos. Pero qué los llevó hasta allí resulta un misterio.
La zona estaba ocupada por pequeñas comunidades diseminadas, algo que choca con la presencia de dos grandes contingentes armados, con un nivel de organización y una estructura jerárquica que no casa en absoluto con la visión que se suele tener del norte de Europa en la Edad del Bronce. La civilización, en aquella época, era un patrimonio casi exclusivo de las culturas que prosperaban en Oriente Medio, Egipto y la India, y no se había extendido hasta una zona tan septentrional del planeta, con un clima frío, escasa luz solar y poco deseable para ser habitada. En general, se tiende a pensar que sus pobladores eran agricultores y recolectores con escasos conocimientos, pero los recientes hallazgos nos sitúan ante un mundo nórdico mucho más complejo y estructurado.
La época que los historiadores conocen como Bronce final estuvo marcada por una gran inestabilidad política y social, al menos en el Mediterráneo. Así, hacia 1250 a. C. tuvo lugar la guerra de Troya, en la que los griegos micénicos destruyeron este estratégico y rico enclave mercantil del oeste de Anatolia. Por entonces, también los enigmáticos Pueblos del Mar, procedentes de diversas islas del Mediterráneo, devastaron las tierras de los hititas, que vivían al este de los troyanos; el reino de Ugarit, en el norte de Siria; y, finalmente, Egipto, donde fueron detenidos por los ejércitos del faraón Ramsés III.
El episodio del río Tollense podría contarse entre los grandes choques del momento. De hecho, en ninguno de esos campos de batalla se han podido recuperar restos tan directamente relacionados con lo ocurrido como ha sucedido en Alemania. La memoria de su trascendencia se debe, sobre todo, a las narraciones que nos han llegado de ellos, como la Ilíada de Homero, o a algunos testimonios, caso de las peticiones de auxilio que los monarcas de Ugarit enviaron a sus homólogos hititas. Por el contrario, lo que nos falta en Tollense es el testimonio escrito.
Una de las pistas que siguen los investigadores es que, según parece, muchos de los combatientes podrían haber nacido lejos del valle. El análisis isotópico de algunos de los dientes, que permite conocer la dieta que siguieron aquellos a quienes pertenecieron, no se corresponde con lo que se esperaría de un nórdico. En concreto, muestran un importante consumo de mijo, un cereal que no era común en la zona –resultaban más habituales el trigo y la cebada–, sino en otras más meridionales. Otros hallazgos apoyan la posible presencia de guerreros sureños, como el de unos alfileres de bronce procedentes de Silesia, en la actual Polonia, a unos cuatrocientos kilómetros.
Valiosos yacimientos de sal
¿Podría haber invadido la región desde el sur algún pueblo belicoso? Y en ese caso, ¿a qué pudo deberse? Tal vez tuviera relación con un cambio en el clima. Los estudios dendrocronólogicos, que extraen datos de los anillos de crecimiento de los árboles, reflejan que en el siglo XIII a. C. se dio un acusado descenso de las temperaturas y un aumento de la humedad. Pero por qué o quiénes se citaron allí son cuestiones para las que aún no hay respuesta. Resulta evidente que debía de existir un motivo muy importante; quizá el control de los yacimientos de sal que hay en la zona.
En 2013, un estudio geomagnético del terreno mostró que había existido una especie de puente o paso elevado que permitía cruzar el Tollense en ese punto. Las excavaciones han revelado que se construyó unos quinientos años antes de la batalla, por lo que debió de ser un enclave estratégico, muy conocido y valioso. De hecho, algunas partes del puente fueron alzadas o restauradas hacia los años en que tuvo lugar el combate. Hoy, los arqueólogos piensan que uno de los grupos intentó cruzarlo y que otro trató de impedírselo. La lucha se fue extendiendo por las orillas del río, dejando una estela de cadáveres que, antes de quedar a su suerte en las aguas, fueron saqueados y despojados de las pertenencias que llevaban encima, como aros de oro, anillos de estaño o las fíbulas con las que se prendían las ropas. Una vez expoliados, quedaron a merced de la corriente hasta acabar reposando en el lecho pantanoso del río. Han pasado decenas de siglos hasta que sus restos han vuelto a ver la luz, pero su descubrimiento podría obligar a reescribir la historia.
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