EFE. En pequeño pueblo del noreste de China sobrevive desde hace más de 500 años una de las tradiciones más espectaculares del país: el ‘dashuhua’, un sustituto de los fuegos artificiales que consiste en lanzar hierro fundido contra las murallas.
La palabra ‘dashuhua’ podría traducirse por “golpear al árbol para conseguir flores”, y es que el sorprendente efecto que consigue hace que las chispas de un vivo color rojo que se forman cuando el metal líquido choca contra la muralla recuerden a las flores cayendo de un árbol.
Nuanquan, una localidad de unos 17.000 habitantes a unos 300 kilómetros al este de Pekín, en la provincia de Hebei, se ha convertido en una atracción turística gracias a esta particular costumbre, ejecutada por los cuatro últimos artistas que saben cómo tratar este metal, que alcanza temperaturas de 1.600 grados centígrados.
El pueblo, que mantiene gran parte de sus edificios históricos, construyó hace unos años un teatro especial a sabiendas del atractivo espectáculo que suponía para los turistas, capaz de albergar a más de 2.000 personas. Pese a que haya funciones durante todo el año, la afluencia se multiplica durante las dos semanas que duran los festejos del Año Nuevo lunar.
En todos los carteles turísticos de la zona aparecen estos cuatro hombres, ataviados con un sombrero de paja y un chaleco de lana de oveja, sujetando con unos guantes especiales el cucharón de madera que usan para lanzar el incandescente material.
Por increíble que parezca, esta es la indumentaria con la que lanzan el metal fundido, que preparan en un horno artesanal y vierten en un caldero en medio del escenario.
El más famoso del grupo se llama Wang De, tiene 54 años y el resto del año es un humilde granjero que cultiva maíz. Sin embargo, cuando cambia la agricultura por los escenarios se siente importante. No en vano, es uno de los últimos maestros de una tradición de más de 500 años de historia.
“Es muy emocionante, me siento muy feliz cuando escucho a los espectadores aplaudir y gritar”, explica a Efe Wang, que lleva treinta años lanzando metal fundido contra las murallas de su ciudad.
Entre espectáculos folclóricos con danzas, tambores y luces de neón, las mayores ovaciones se las llevan los cuatro campesinos que se convierten en estrellas en el escenario.
Wang asegura que no gana mucho más con el ‘dashuhua’ que con el maíz, pero sabe que es su “responsabilidad mantener la tradición”.
El ‘dashuhua’ ha pasado de padres a hijos durante trece generaciones hasta llegar a Wang. Él tiene un hijo, pero ha preferido estudiar en la gran ciudad y no tiene interés en recibir la herencia artística de su padre.
De todos modos, Wang asegura que “no es posible” que la tradición desaparezca “porque debe haber alguien a quien transmitírselo”, y encontró en el pueblo un discípulo al que enseñar, que lleva ya más de un año practicando a su lado y del que cree que “pronto” será capaz de hacer ‘dashuhua’.
El maestro del metal fundido cuenta que no tuvo problema a la hora de enseñar a alguien de fuera de la familia, pero no aceptaría a nadie que no fuese habitante de Nuanquan.
Pese a que el éxodo rural afecte a los pueblos de la cada vez más moderna China, Wang no teme por el futuro del ‘dashuhua’: “Cada vez hay más turistas interesados”, dice, y añade que “el gobierno está ayudando mucho para protegerlo”.
Lanzar hierro fundido sin apenas protección especial contra una pared no parece la mejor de las ideas: Wang no titubea a la hora de afirmar que “es peligroso”, y se señala los brazos cuando habla de las heridas que le ha causado el ardiente metal.
Pero el peligro y el dolor pasan a un plano secundario cuando Wang piensa en lo importante que es mantener la tradición y la fama que ha ido ganando en China desde hace una década: “Me hace muy feliz que venga tanta gente de todo el mundo para verme”, asegura con una sonrisa.
Echando un vistazo a las gradas, se nota que la felicidad de Wang y sus compañeros es ampliamente compartida por el público, que contempla maravillado cómo los artistas lanzan el hierro fundido contra la pared y cómo caen las chispas formando una cortina de fuego.
Pronto tendrá que volver a los campos de maíz, pero nadie le podrá quitar a Wang el orgullo que supone ser el protector de una de las tradiciones más espectaculares y vistosas de China y honrar así el legado de sus antepasados mediante el ‘dashuhua’.
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