Sólo en Japón: ¡El festival que celebra a los penes!

Redacción. Durante los últimos años, Japón comenzó a darse a conocer ante el resto del mundo como ese país en el que todo lo extraño y lo random puede suceder. Tan sólo tenemos que ir a internet para ponernos al tanto de todas las cosas raras que hacen los habitantes de aquel país: desde programas de tele en donde la gente canta mientras reciben estímulos sexuales, hasta festivales que celebran al aparato reproductor masculino.

Así es, señoras y señores, el festival Shinto Kanamara Matsuri reúne a mucha gente en la tierra del sol naciente para honrar al pene de distintas maneras. En esta celebración todo mundo exhibe enormes figuras con la forma del órgano viril, come golosinas o vegetales con forma fálica e incluso cargan un enorme pene de madera que pesa 280 kilogramos para llevarlo a un templo conocido como Tagata Jinja.

¿Por qué lo de la última actividad? Bueno, es complicado pero el texto de Basil Hail Chamberlain, un profesor japonés que nació en 1850, describe bien la razón.

Resulta que hace muchos años, los japoneses creían en la leyenda de un demonio celoso con dientes afilados que se ocultaba en la vagina de una joven doncella. Después de un tiempo, la entidad se enamoró de ella y, como esta chica contrajo matrimonio dos veces en su vida, éste la castigó arrancando los penes de sus dos parejas a mordidas durante sus noches de bodas.

“Después de que la mujer buscara ayuda de un herrero, este le forjó un falo de hierro para poder romper los dientes del demonio, lo cual llevó a que se hiciera un templo para este objeto.”

Un par de siglos después, las personas se dieron cuenta de que no había demonios devoradores de penes y decidieron darle un giro diferente a su tradición. Actualmente sólo se celebra el Shinto Kanamara Matsuri para generar consciencia en la gente hacia el VIH.

Así que ahí lo tienen, un festival que tiene penes por todas partes y la gente se sienta con gusto a comerlos o simplemente se los llevan para el camino. Vaya mundo en el que vivimos, ¿no?