Notimex.- Con un programa titulado “La música que baila”, la Orquesta Sinfónica de Stanford (California, EUA) engalanó anoche la Sala Principal del Palacio de Bellas Artes, con un concierto armonioso, potente y encantador que cautivó a la concurrencia.
Conformada por estudiantes de Europa, Estados Unidos, Asia y otras partes del mundo, esta agrupación multicultural que se encuentra de gira por México demostró porqué agotaron las localidades para la ocasión, en la que exhibieron un gran nivel musical.
Bajo la dirección de Anna Wittstruck, quien despertó y atrapó las miradas y suspiros de los caballeros al momento de pisar el escenario, estos jóvenes que además de ser músicos estudian Ciencias de la computación, Biología e Historia se llevaron los aplausos en el máximo recito cultural del país.
La velada incluyó un repertorio conformado por “Danzón núm. 2”, del compositor mexicano Arturo Márquez (1950); la Suite de “El pájaro de fuego” (versión 1919), del ruso Igor Stravinski (1882-1971), y “Sinfonía núm. 7”, del alemán Ludwig van Beethoven (1790-1827).
La joven y atractiva concertista Wittstruck recibió también una fuerte ovación, tras dirigir a los 75 miembros del conjunto más grande del campus de la Universidad de Stanford, y su programa cuidadosamente estructurado.
Estudiantes, muchos de los cuales no se reciben, dieron al público mexicano por espacio de poco más de hora y 30 minutos, una muestra de que están para grandes cosas en un futuro no muy lejano.
La velada arrancó con una pieza que para muchos críticos es un “himno de México’, el “Danzón Numero 2”, de Arturo Márquez, una sabrosa estilización de todo aquello que define al danzón, permitiendo al oyente una clara identificación de la raíz popular de esta pieza de concierto.
Tras esa ejecución vinieron los primeros aplausos de la noche no sólo para los jóvenes músicos, sino para guapa concertista, quien lució en todo momento.
El recital continuó con la Suite de “El pájaro de fuego”, de Stravinski, una de las obras más populares del ruso, la cual fue encargada a Stravinsky por Diaghilev para los ballets rusos de París.
El ballet está basado en historias folclóricas rusas sobre el ave mágica de brillo intenso conocido como el zhar-ptitsa o el pájaro de fuego, que es tanto una bendición como una maldición para su captor.
La gala musical concluyó en su segunda mitad con la pieza de quien fuera considerado el último gran representante del clasicismo, Beethoven y su “Sinfonía núm. 7”, una obra integrada por cuatro movimientos musicales.
De acuerdo con las notas al programa, la obra “es la alegría, que con una omnipotencia orgiástica nos lleva a través de todos los espacios de la naturaleza, de todas las corrientes y los océanos de la vida, dando voces de alegría y consciencia, por donde caminamos al ritmo audaz de esta danza humana de las esferas. Esta sinfonía es la apoteosis de la danza, la mejor realización de los movimientos corporales en forma ideal”.
Al final, músicos y su concertista fueron arropados por aplausos que invitaron a ofrecer un fragmento más de la obra de Beethoven, y sin dudar los californianos, complacieron a los presentes para cerrar de esta manera su recital en el coloso de mármol.
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