Oscar Ramírez: un actor entre la guerra, la paz y la vida en Medellín

Written by Redacción. Posted in Minuto a Minuto, Sociales

Published on junio 17, 2017 with No Comments

oscar-ramirezNotimex.- Oscar Ramírez es un maestro de las artes escénicas que empezó su carrera hace 52 en Medellín y es un testigo, desde el arte, de la violencia política, de la guerra del narcotráfico que vivió su ciudad, considerada hace tres décadas la más violenta del mundo.

Actor y director de teatro, Ramírez es uno de los mimos más representativos que tuvo Medellín en su época más violenta y fue alumno de profesores que estudiaron artes escénicas en México y en la escuela Marcel Marceau y una voz autorizada, por su experiencia, para reflexionar sobre: Teatro-Guerra y Paz.

El maestro Ramírez, con su locuacidad verbal y gestual hoy vive en una casa de campo en la población de Guarne, en el departamento de Antioquia, en el noroccidente de Colombia, con su esposa, hijos y nietos, además rodeado de sus cuatro perros, pájaros y cultivos orgánicos.

En este espacio, a 25 minutos de Medellín, Ramírez rememora su vida de actor, su experiencia en los barrios, parques, teatros, sindicatos, universidades, en la guerra y en los procesos de una ciudad con sus 2.4 millones de habitantes, que hoy lucha para derribar los símbolos de la muerte y el terror que el narcotráfico dejó.

“Empecé teatro en 1965 en Medellín en el barrio popular Alfonso López. Empezamos a vislumbrar que era un gran éxito hacer arte y un gran compromiso”, dijo Ramírez a Notimex.

En esa época surgieron movimientos artísticos como “La Muestra”, que reunió actores, directores, poetas, grupos musicales y pintores, que fueron construyendo las voces rebeldes del arte.

La década de 1960 es el referente del origen de los grupos insurgentes colombianos, que desató una confrontación con el Estado colombiano que por 52 años dejó más de 300 mil muertos y unos 7.5 millones de víctimas, entre ellas decenas de artistas “La guerra afectó terriblemente a todos los artistas: Actores de teatro, músicos, danza, poesía La guerra nos mató a mucha gente.

Tanto a actores de derecha como de izquierda. Recuerdo el caso de nuestro amigo Jesús Peña a quien le decíamos cariñosamente Chucho Peña”, dijo Ramírez. El joven poeta Chucho Peña viajó al departamento de Santander, en el oriente de Colombia, a un recital y no regresó a Medellín. “Hoy no sabemos qué pasó con él, para mí uno de los mejores poetas que hemos tenido. Como el caso de “Chucho”, hay un montón de artistas desaparecidos”, consideró Ramírez.

“La guerra siempre hace mucho daño. En Medellín la guerra se dio a muchos niveles. El narcotráfico fue terrible. Creó unos ídolos falsos en la ciudad. Referentes también terribles”, comentó.

Durante esa época sangrienta que vivió Medellín, en la guerra de los carteles de la droga, Ramírez fue uno de los gestores para celebrar el Día del Teatro y denunciar “la violencia en los barrios populares por el narcotráfico”.

“Había unos referentes y uno se daba cuenta cuando el narcotráfico que coronaban un cargamento, porque en algunos barrios celebraban con pólvora. Por eso la alborada en diciembre en Medellín se convirtió en un mal referente. No fue un símbolo lindo, sino malo”, subrayó sin dejar de gesticular.

Recordó que Pablo Escobar y Carlos Ledher, los dos máximos capos del desaparecido cartel de Medellín, “hicieron un gran evento en el parque Berrio y cada uno se echaron un discurso y Ledher decía que tenemos plata para pagar la deuda interna del país.

La gente aplaudía eso”. “Los artistas sacamos adelante muchos proyectos y manifestaciones, pero lo paradójico fue que para el evento de Escobar y Ledher no hubieran puesto problema las autoridades de la época, pero nosotros los artistas teníamos que luchar hasta con la policía para poder hacer un acto defendiendo la vida. Qué dolor”, lamentó.

Por esa época “se unieron grupos de poesía, de actores, títeres, de danza y salimos a la calle para visibilizar a los artistas de la ciudad y marchamos desde el Parque Berrio hasta la Plaza de Banderas. No nos iban a dejar marchar por Colombia. Era imposible marchar”, contó.

“Recuerdo que tenía que luchar con la policía con una bandera, con los carros porque teníamos que avanzar. Logramos llegar. Luego hicimos como tres eventos de la celebración internacional del teatro. De ahí se empezó a celebrar en toda Colombia”, narró.

Para Ramírez “estas memorias aún retumban en los muros y en la gente. Estas posibilidades de recordar y de sentir que el arte conquista los espacios, conquista la vida y deja un recuerdo permanente para que seamos mejores personas, hoy es un ejercicio muy importante para escribir la historia”.

Lo más grave “que le puede pasar en una comunidad es vivir en la violencia. La violencia, genera violencia (…) En esa época la gente era violenta en las calles. La gente no podía caminar y golpearse con el hombro de alguien porque venía el ‘madrazo’, agresiones, golpes y el que tenía un arma mataba, simplemente por chocarse con alguien en la calle”, dijo.

En Medellín “yo me ponía a ver el comportamiento de la gente en la ciudad y era muy paradójico. Esa era una de mis tareas, me sentaba y veía a la gente que caminaba haciendo como círculos, para no encontrarse con alguien. Eso era una cosa terrible. No caminaban tranquilos y a unos pasos rápidos como si estuviéramos condenados. Era a una gran velocidad”, recordó

En uno de sus talleres de sensibilización por la cultura ciudadana, de seres humanos y sus espacios físicos y sociales, a partir de las artes dramáticas, que denominó “Cuento para la tierra viva”, Ramirez vivió la experiencia de jóvenes que tenía una gran carga de violencia.

El primer día de este taller en el populoso barrio Manrique, uno de los jóvenes “me puso el revolver en el escritorio y me dice: Hola profe, cómo estás? Eso fue el primer día. Le dije: esta es una herramienta que no vamos a trabajar aquí. Este no es el momento”, recordó.

Ese joven “era muy violento, pero también había muchachos muy violentos en ese grupo que no podían compartir unos con otros. Al cabo de tres meses, estos jóvenes ya podían saludar, ya podían abrazarse, sentarse juntos. Ya podíamos hacer grupos para hablar, de sentirnos, contar historias. Era la juventud viva y transformada”, afirmó.

Por fortuna “creo que hemos cambiado mucho en Medellín. Ese tipo de cosas ya son impensables. No tendría sentido que eso pase. No hay orden humano para pensar que eso pueda pasar. Pero en ese tiempo era de ese corte”.

Los artistas tenían que retomar “todo ese tipo de cosas, vivir con eso y poner la vida en una dimensión diferente. En un sentido vital para poder tener posibilidades de siempre hablar de la vida y que la muerte fuera ajena a nuestros pasos como decía el poeta Chucho Peña”, indicó.

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