Muy Interesante.- En esta ocasión se ha tratado de la fusión de dos agujeros negros de 7 y 12 masas solares situados a mil millones de años luz de nuestro planeta.
Se ha confirmado una nueva detección de ondas gravitatorias. Aunque, lo de “nueva” tenemos que cogerlo con pinzas.
En realidad se trata de una detección de menor relevancia y que además fue eclipsada (nunca mejor dicho) por otras dos mucho más importantes y mediáticas: por un lado la relacionada con la fusión de estrellas de neutrones (GW170817) y por otro, la relacionada con la colisión, mucho más impactante que la actual, de otra pareja de agujeros negros (GW170814).
Curiosamente, esta última aconteció apenas unas semanas tras la que ahora nos ocupa.
La detección tuvo lugar el 8 de junio pasado y ha recibido el nombre de GW170608. Recordemos brevemente que estos hallazgos son bautizados con las letras “GW”, seguidos de la fecha en formato americano (año-mes-día). En esta ocasión se ha tratado de la fusión de dos agujeros negros de 7 y 12 masas solares situados a mil millones de años luz de nuestro querido planeta Tierra.
Como en las otras dos fusiones que hemos mencionado más arriba, esta ha sido otro fruto de la exitosa colaboración LIGO-VIRGO, aunque en este caso, y como ahora explicaremos, solo un interferómetro estuvo real y plenamente operativo. Otra razón “menor” para el retraso en la difusión de este descubrimiento ha sido, como en otras ocasiones, el deber de los científicos de publicar primero en revistas del ramo y gestionadas y revisadas por la comunidad científica.
El artículo en cuestión está a libre disposición y no hay más que echar un vistazo a la lista de autores para hacernos una idea de lo ingente que es este tipo de retos científicos.
El 8 de junio de 2017 la Tierra volvió a ser sacudida por las hambrientas tripas del cosmos.
Pero como íbamos diciendo, existe una razón de más calado que ha influenciado todavía más en el retraso del anuncio de esta detección. La causa ha tenido que ver con algo, cuanto menos, ocurrente. Resulta que el interferómetro de Hanford (en Washington) estaba siendo revisado en el momento de la detección. Esta revisión consistía en “agitar” manualmente los espejos del mismo a frecuencias conocidas.
Al estar el dispositivo en modo ‘revisión’, no saltaron las alarmas al pasar la onda GW170608, pero sí lo hicieron en el interferómetro gemelo emplazado en Livingston (Louisiana). Concretamente, la mencionada onda modificó el camino de la luz en esta localización 7 milisegundos después, justo lo que tarda la velocidad de la luz en atravesar EEUU de costa a costa.
Lamentablemente, sólo con un interferómetro (el de Livingston) no es posible afirmar con rigor que el fenómeno acontecido se deba a una onda gravitatoria. Es necesario que se dé la confirmación del segundo detector (el de Hanford, en mantenimiento en ese preciso momento).
Sin embargo, no estaba todo perdido: un análisis más riguroso de los datos registrados por este último dispositivo, ha permitido separar las señales propias de la onda gravitatoria de las “artificiales” generadas durante la fase de mantenimiento. Tras este análisis ya ha sido posible afirmar más allá de toda duda, que en verdad, el 8 de junio pasado, la Tierra volvió a ser sacudida por las hambrientas tripas del cosmos.
En estos momentos tanto LIGO como VIRGO se encuentran apagados para sufrir mejoras mucho más sustanciales que mejoren su sensibilidad. Mientras tanto, los científicos seguirán examinando con lupa los datos recabados durante los pasados meses con el objetivo de encontrar nuevos eventos que hubieran pasado desapercibidos al sistema de aviso en tiempo real.
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