Muy Interesante.-Con un simple movimiento de cejas, podemos mostrar ira, sorpresa, agrado… Ahora, un nuevo estudio revela que, además, han sido fundamentales para la supervivencia humana.
La función de las cejas ha sido objeto de debate entre los expertos durante décadas. Una de las hipótesis más extendidas y aceptadas sostiene que se trata, fundamentalmente, de elementos protectores de los ojos. Así, contribuirían a mantener a raya el polvo, la lluvia o el sudor. También juegan un papel relevante en la comunicación no verbal. Cuando las alzamos, por ejemplo, nuestra expresión facial denota asombro; si las fruncimos, manifestamos desacuerdo o incluso agresividad. Pues bien, un equipo de investigadores del Departamento de Arqueología de la Universidad de York, en el Reino Unido, sostiene que este aspecto es mucho más relevante de lo que se ha venido creyendo hasta ahora y que, de hecho, las cejas han desempeñado un papel determinante en la supervivencia de nuestra especie.
En un estudio publicado en la revista Nature ecology & evolution, estos científicos indican que uno de los rasgos que nos distinguen de otros homininos –homínidos bípedos que caminan erguidos– del Pleistoceno medio –hace entre 780.000 y 126.000 años– es que carecemos del marcado arco superciliar que caracteriza a nuestros ancestros. Por el contrario, los humanos modernos poseemos una frente mucho más plana y vertical y cejas con mayor movilidad. Según explican, la presencia del citado arco superciliar en las especies arcaicas del género Homo han suscitado dudas entre los paleontólogos. Algunos señalan que su peculiar morfología es el resultado de la relación espacial entre las órbitas y la parte superior del cráneo. Otros, que esta estructura anatómica se ve muy influenciada por la forma de masticar.
Pero ¿para qué sirven?
Estos especialistas aseguran, sin embargo, que no hay pruebas de que esto haya sido así, y que ambos planteamientos podrían estar equivocados. Para determinarlo, recrearon digitalmente un cráneo fósil de Homo heidelbergensis conocido como Kabwe 1. Este tiene una antigüedad de entre 300.000 y 125.000 años, y fue descubierto en lo que hoy es Zambia, en 1921. La reconstrucción tridimensional de la pieza mostró que las prominencias óseas son más grandes de lo que habría sido necesario si su función principal hubiera sido proteger las cuencas oculares o el cráneo. Igualmente, parece descartar su relación con el hecho de masticar.
“La herramienta informática que empleamos nos permitió averiguar que no ofrecía una determinada ventaja espacial, pues podía reducirse en gran medida sin causar dificultades. Luego, simulamos la mordedura de distintos dientes y descubrimos que apenas se ejercía tensión en esta parte. Es más, cuando la eliminamos observamos que no se producían efectos en el resto del rostro durante la masticación”, explica el profesor de anatomía Paul O’Higgins, uno de los firmantes de este ensayo.
Rostros más amistosos
A medida que nuestros antepasados se volvieron más sociables, experimentaron un progresivo aplanamiento de la frente. Se trata de una especie de efecto secundario de otro fenómeno: la reducción de tamaño que ha ido experimentando el rostro humano en los últimos 100.000 años. Este proceso, que se ha acelerado desde que nuestros antepasados dejaron de ser cazadores y recolectores para convertirse en agricultores, hizo que las cejas se volvieran más visibles. Según comentan O’Higgins y sus colaboradores en un comunicado, todo indica, pues, que su principal función tiene que ver con la expresión de las emociones. “La frente más vertical de los humanos modernos les permitió mostrar sutilmente emociones amistosas. Estas seguramente reforzaron los vínculos entre los individuos”, asegura O’Higgins.
Para la arqueóloga Penny Spikins, que también ha participado en esta iniciativa, “las cejas son las piezas que nos faltaban para entender cómo los humanos modernos lograron llevarse mejor con los demás que otros homínidos ahora extintos”.
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