Eduardo López Betancourt. La discusión es bizantina, quienes consideran que los jueces mexicanos son honestos y capaces, auténticamente viven engañados; es innegable que la habitual conducta de los juzgadores aztecas es vender la justicia al mejor postor, así como seguir al pie de la letra las órdenes que les dictan los encumbrados dignatarios. Para nadie es secreto, en nuestro país las mafias que operan en el Poder Judicial, se manejan sin prudencia y con absoluta impunidad; la monarquía que han creado los togados, no tiene precedentes.
En poco tiempo, realizaré una encuesta en los ámbitos a mi alcance, para comprobar de manera fehaciente lo anteriormente expuesto; el 90% o tal vez más de los mexicanos están ciertos del ímprobo comportamiento de los órganos de justicia, y sin duda el 50% de connacionales ha sufrido en carne propia la venta de resoluciones jurídicas y/o padecido la consigna.
Lo lamentable es que no se vislumbra alternativa; todo indica que el descaro seguirá en plenitud a la par de la inmoralidad; inclusive, el propio jefe del Ejecutivo ha denunciado la venalidad en el rubro judicial, sin embargo, lo hace con “pincitas”, ya que asegura son unos cuantos los jueces corruptos, empero muchos afirman que la realidad es todo lo contrario, los togados rectos son los menos, tan es así que su obra es mínima en relación con la magnitud de la marrullería que existe.
Tengo presente el caso muy concreto de un presidente de la Corte, a quien cuando le denuncié a una sátrapa magistrada federal, que me había exigido prebendas, como eran dos boletos de avión a nombre de ella y su hijo, así como cubrir dos habitaciones de un hotel en San Diego, California, amén de las comidas, pero aún más, un par de entradas para el Super Bowl, sin embargo, el alto funcionario me dijo: “yo quiero pruebas de que recibió dinero, no sólo regalos”, le contesté, y le sigo diciendo, que es un desvergonzado.
De las codiciosas peticiones de la impresentable magistrada, debo decir con pena, que ese tipo de conductas se daban y hasta la fecha las padecen de forma cotidiana muchos litigantes, sistemáticamente se ven obligados a ser parte de la corrupción, en algunas ocasiones, como me ocurrió a mí, para comprar la “justicia”, esto es, lograr lo que nos corresponde legalmente, sin olvidar que también en muchas ocasiones se compra la injusticia. Lo peor fue cuando la innoble magistrada no cumplió lo que habíamos formulado, y con descaro me indicó que la contraparte del asunto había otorgado más dinero a sus colegas del tribunal. Le pedí devolviera el monto de la “sinvergüenzada”, cantidad que sobrepasaba los 15 mil dólares, pero cínicamente la aviesa mujer, quien se volvió magistrada federal, se negó a hacerlo, y por el contrario, desde entonces sufro una brutal persecución.
Al final de cuentas, los jueces son un grupo de perillanes de la más baja estofa. Entiendo que me he ganado un pésimo ambiente en los juzgados, los cuales más bien deberían llamarse Cuevas de Alí Babá.
Pese a lo anterior, y lejos de causarme molestia, constituye un enorme orgullo que los pusilánimes “impartidores de justicia” tengan hacia mí las peores expresiones y el proceder más abyecto. Lo real es que sin moderación resuelven siempre en contra de quienes les dicen sus verdades, obviamente ocupo un lugar preferente dentro de esa lista.
En síntesis, si el presidente de nuestra república no procede como corresponde contra la vileza de los malos jueces, no existe opción, seguirán haciendo de las suyas con total libertad e impunidad. No obstante, resulta importante aclarar, hay jueces rectos, de una honorabilidad intachable, pero por desgracia para México son los menos.
La pregunta es: ¿Qué se puede hacer? La respuesta es única, quitar a todos esos ominosos togados que han demostrado su picardía; por ejemplo, los que apoyaron al famoso Góber Precioso, o quienes han liberado a tanto criminal y condenado a infinidad de inocentes.
Dado que al parecer quien reside en Los Pinos respeta mucho a los jueces, y no se atreve a cesarlos, tendremos que esperar al próximo sexenio para que se haga algo.
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