Eduardo Macías Martínez. El ácido debate que se registra en las cámaras legislativas sobre la reelección inmediata de los diputados tiene mar de fondo.
Sus incansables impulsores argumentan que con ello “los ciudadanos podrán exigirle cuentas a sus representantes y premiarlos o castigarlos según sea el caso”. Falso.
Esa visión del premio-castigo no tiene soporte empírico y se esboza como acto de fe surgido de creencias mágico-religiosas. En América Latina sólo Costa Rica y México no tienen reelección legislativa.
Sin embargo, no por ello los congresos de Paraguay o Nicaragua, por ejemplo, tienen una excelente producción legislativa. Es decir, el derecho comparado desmiente a los reeleccionistas.
Lo evidente es que la propuesta de reelección que defienden alegremente el PAN y el PRD obedece a otras intenciones políticas que nada tienen que ver con el interés popular.
De últimas, el tema de la reelección es secundario para la vida nacional pero sirve como eficaz cortina de humo para proteger los intereses de la pesada partidocracia que agobia a la nación.
Los pluris, parásitos. Algo de verdad importante sería acabar con la costosa representación proporcional que cobija a los legisladores de partido, los famosos plurinominales, pero de ello casi nadie habla.
Entre los políticos, acabar con los legisladores “de a grapa”, es tabú; en público el tema no se toca y sólo se habla de él en lo oscurito.
Al efecto, se realizó un sondeo entre diputados y senadores en medio del debate sobre la reelección.
Al preguntarles sobre la importancia de eliminar los plurinominales para que lleguen sólo aquellos que elija el pueblo, la mayoría de los entrevistados evadió el tema como si se tratara del diablo.
De manera abierta o soslayada no quieren lastimar a sus conchudos jefes que llegaron a las cámaras “de a pechito”, sin que les costara nada, ni campaña, ni dinero, ni compromisos con la gente.
Lo grave es que esos legisladores “de a gratis” forman parte de las cúpulas en las juntas de coordinación política y las presidencias de los congresos; son los que mandan, los que deciden qué y quién legisla, aunque tengan cero compromiso con la gente.
Esos legisladores parasitarios se aprovechan de los votos de los diputados y senadores que sí gastaron las suelas de sus zapatos en la conquista del voto.
Padrotean el voto de otros. Por su génesis y práctica, los legisladores plurinominales ejercen una forma de proxenetismo político pues padrotean a quien si trabajaron y se comprometieron con sus electores.
Sólo el diputado federal Jorge Carlos Marín, del PRI, está de acuerdo en eliminar a los parásitos para que nadie ocupe un lugar en el Congreso sin ganárselo, pero hace una pregunta básica: “¿Querrán los jefes políticos dar el paso”. Allí se traba el asunto.
Arturo Zamora, diputado federal del PRI, de plano corrió. No quiere entrar al tema, él que es el subcoordinador Jurídico de su fracción parlamentaria.
Es por ello que la discusión de la reelección se ha vuelto bizantina pues encubre temas de fondo como los plurinominales a quienes nada les justifica la existencia. Son parásitos y punto.
Y lo que fuera práctica del PRI, cuando era aplanadora electoral, de darle voz a las minorías opositoras y con ello lavarle la cara al autoritarismo, devino en una perversa práctica que cobija a la partidocracia.
No se vale premiar a perdedores. Eso es injusto porque precisamente cuando ya hay elecciones libres y alternancia, se privilegia la perversión política.
La conchuda y comodina partidocracia ha llegado al extremo de premiar a los perdedores y pervertir el federalismo.
Los senadores de “primera minoría” (eufemismo que se usa para calificar a los perdedores, pero con mayor votación), hace que ocupen 32 escaños legisladores (¡para Ripley!) derrotados…
Ese tercio de legisladores apaleados son senadores de “mayoría relativa”. Es decir, que llegaron por la misma vía de quien les ganó en las urnas. Increíble pero cierto.
Pero no sólo esa cuarta parte de senadores forman el cuadro del horror legislativo, hay otro tanto de 32 senadores que representan nada, si acaso a sus nomenclaturas, pues llegaron por la vía plurinominal y su presencia es un insulto para el federalismo.
La Constitución política dice que los senadores de la república representan a las entidades federativas en el Congreso de la Unión. Esto es, son parte del pacto federal, pero la perversión política nulifica tales preceptos y da pie a los “senadores de partido” que parasitan al cuerpo legislativo.
Que se vayan todos. En la Cámara de Diputados las cosas no son diferentes, pues de 500 legisladores que componen este cuerpo colegiado, 200 son de a gratis pues llegaron gracias al voto de los otros 300.
Ahora que Enrique Peña Nieto anunció que de llegar a la Presidencia en 2012 propondría la desaparición de 100 plurinominales, muchos lo aplaudieron, pero se quedó corto, pues no hay una razón válida para sostener a los otros 100.
Eliminar en su totalidad a los legisladores plurinominales sería un paso muy importante para la producción legislativa pues todos tendrían de verdad un compromiso con los electores. Así, el debate sobre la reelección legislativa es puro rollo sin sustancia, demagogia, pues.
La reelección por la que desgarran sus vestimentas panistas y perredistas, en realidad obedece a una orden del gobierno de Estados Unidos para hacer homogéneos a todos los congresos de América Latina.
EU requiere de cámaras más funcionales a su proyecto. Eso es todo.
Así, a los mexicanos se les quiere birlar su representatividad que, buena o mala, retrata la realidad del país. En los congresos mexicanos están casi todos los sectores y se debaten sus grandes temas. Eso es lo quieren cambiar.
El mito reeleccionista. Desde principios de año 2000, Robert Balkin, de la Universidad de Nueva York, anduvo por los congresos latinoamericanos, con un costal de dólares, “ayudando a su modernización”.
Desde ahí incubó en los intelectuales orgánicos, los profesores y políticos más reaccionarios, la idea de la reelección legislativa, obvio, sin importarle la historia de nuestra nación. Hoy en día, las opiniones sobre la reelección están divididas.
En la LVIII Legislatura, en la Cámara de Senadores se realizó sobre el tema uno de los debates más intensos y brillantes. Deliberaron grandes tribunos como Diego Fernández de Cevallos y Manuel Bartlett Díaz, entre otros.
La votación terminó empatada. Los reeleccionistas fueron derrotados pues para hacer los cambios se requiere de mayoría calificada.
Alonso Lujambio, quien asesoraba al PAN, junto con Benito Naciff, Salvador Olimpo Gomar y otros más, se quejaron amargamente de “la falta de democracia” porque no consiguió el objetivo de la reelección.
Hoy esa fuerza de la derecha ha vuelto a la carga apoyada en su peón de brega que es el PRD derechizado; ninguno de los dos partido se atreve a decir la verdad y mucho menos a terminar con la falaz discusión que es una pantomima distractora, una cortina de humo para ocultar y proteger a la partidocracia que se niega a morir.
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