Forum en linea. Sara Lovera. La tradición priísta que nos envuelve, sugería cada sexenio que el sexto año de gobierno de un presidente significaba la pérdida total del control que era, en estas fechas, transferido al candidato presidencial, que durante muchos años ya se sabía quién sería el nuevo ungido.
Hoy, Felipe Calderón, nacido de unas elecciones bajo sospecha, muestra que ha quedado totalmente sin poder. A los 23 mil mexicanos y mexicanas que han demandado del Tribunal de La Haya que se le juzgue, se han sumado nuevas voces ante la imparable violencia, las cifras de persecución de quienes defienden los derechos humanos, el asesinato o secuestro de otros y otras, así como el atentado criminal contra Norma Andrade, fundadora de Nuestras Hijas de Regreso a Casa, todavía en el hospital.
Este nuevo atentado contra Norma Andrade se suma a las amenazas que recibieron María Luisa García, Marisela Ortiz, Cipriana Jurado, Sara Salazar y Emilia González, y se agrega a los asesinatos de las activistas Marisela Escobedo, Susana Chávez, Josefina Reyes, Luisa Ornelas y Malena Reyes. Todas ellas defensoras de los derechos humanos en Ciudad Juárez, Chihuahua.
Como dice una amiga, ni manera de defender al señor que vive en la casa presidencial de Los Pinos, sin considerar que la cifra de 67 mil asesinatos en los últimos cinco años, establece que en el 98 por ciento de los casos hay impunidad, como la hay de miles y miles de mujeres caídas por razones de género, es decir, por el solo hecho de ser mujeres.
Felipe Calderón no tiene ya ningún poder. Está interpelado por donde quiera que se le vea. Sus correligionarios no ofrecen ninguna alternativa viable. Es claro que la clase política ha perdido toda credibilidad. No obstante hay quienes desean y tienen razón, que aparezca una luz en el camino, para parar la ola de violencia y recuperar del todo, una estela de derechos perdidos para las mujeres, algunas todavía encarceladas por interrumpirse un embarazo no deseado.
La pérdida. En el año 2000, pensamos que pasaríamos rápidamente de la alternancia presidencial a la transición democrática, de ahí a un estado de derecho y al desarrollo social y político. Ya nos veíamos como espejo de los estados democráticos que habían saltado las dictaduras, como en España o en Chile.
La primera gran evidencia había sido la recuperación de los derechos políticos de la ciudadanía del Distrito Federal en 1996, en que hicimos las primeras elecciones de un jefe de gobierno y creamos ciudadanía, partidos políticos y gobernantes, un espacio de vanguardia en derechos y posibilidades para las mujeres. Camino sinuoso pero posible, aún con antiguos pendientes.
Muy pronto, se pensó, que las sucesivas reformas políticas nos darían cuenta de avances y no de retrocesos. Desde aquella de la que ya nadie se acuerda, impulsada por Jesús Reyes Heroles, durante el sexenio de José López Portillo, en que se abrieron las puertas al registro de nuevos partidos políticos, entre otras muchas cosas.
Hoy sabemos que todo fue un sueño.
Con la llegada de la democracia capitalina, una de las ganancias más importantes fue la creación del Instituto de las Mujeres, que para toda la república se creó hasta el año 2000 y más tarde nos invadió de esperanzas el paquete de acuerdos y políticas comprometidas por el gobierno mexicano en las sucesivas conferencias impulsadas por la ONU que sobre Derechos Humanos, Población y Desarrollo, del Medio Ambiente y la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer, abrían el camino para reconocer derechos que se habían pasmado.
Y no sólo ello, fue exponencialmente positiva la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, conocida como Belem do Pará, de donde germinaron las diversas leyes, general y locales, de Acceso de las Mujeres a una Vida sin Violencia.
La realidad es toda otra. La alternancia nos ha dejado con la boca seca. Además de que menudearon los ataques de militares a las mujeres –las tzeltales, doña Ernestina Ascensio Rosario en la Sierra de Zongolica, las violadas de Atenco y a 14 trabajadoras de la zona de tolerancia de Castaños, Coahuila–, por mencionar los asuntos más conocidos en esta etapa de la vida del país.
Es otra, insisto, porque a los 63 años de la declaración de la Carta Universal de los Derechos Humanos, para México y su flamante artículo primero de la Constitución, que garantiza esos derechos, las cuentas aterrorizan y el creciente atentado sobre la integridad de mujeres y hombres llena todos los días las páginas de los diarios.
¿Qué podemos esperar del 2012? Nada en progreso, todo en retroceso. Lo más grave es que los priístas que ya se sienten gobernando de nuevo tras 12 años de fracaso panista, en el momento de mayor emergencia en el país, donde no baja la cifra de desocupación, pobreza y la pérdida de 22 puntos en el Índice de Desarrollo Humano y ellos como si nada.
Además de las formas, que son fondo, como diría el maestro Reyes Heroles, a propósito de la ungida de Enrique Peña Nieto, asustan sus visiones, sus declaraciones. El nuevo dirigente del PRI dijo al tomar protesta de su nuevo cargo que México le “debe” al PRI la democracia, la educación gratuita y los servicios de salud. No importa que cada vez menos jóvenes tengan acceso a universidades y los trabajadores a servicios de salud.
Pedro Joaquín Coldwell, un “viejo lobo de mar”, diría una voz del pasado, ahora dirigente nacional se atrevió a decir que su partido salvó al país del fascismo y del comunismo y hoy “nos dirigimos a la renovación, no a la restauración”. ¡Qué barbaridad!
Este hombre, sacado del pasado, se refirió a temas que ya nadie recuerda, porque se cayó el Muro de Berlín, se terminó la Guerra fría y los poderosos del mundo, sin cuidado organizan nuevas guerras, pero no con esos fantasmas que él vuelve a sacar a la luz como si el tiempo no hubiera transcurrido.
Por supuesto que no tuvo una sola palabra este político jurásico, sobre los dolorosos hechos como la guerra sucia de los 70, los asesinatos de perredistas en los 80 y menos de Tlatelolco en el 68.
Claro, pensando en nuestra desmemoria, cree que no sabemos de la lucha de miles de mexicanos y mexicanas que se enfrentaron, muchos con el costo de sus vidas o la cárcel, a la frase precisa del premio Nobel de Literatura 2010, Mario Vargas Llosa, que definió a ese partido que nos quiere envolver y convocar, como la “dictadura perfecta”, él mismo hace unos días en Guadalajara, rechazó el combate a la violencia con más violencia.
El panorama es desolador, para quienes nacimos y vivimos en México. Ninguna voz precandidateada garantiza la interrupción del embarazo como un derecho; a nadie se le ocurre que hay que parar los asesinatos y la violencia de género, menos podrían considerar que las mujeres tenemos el derecho a tener derechos y tampoco enarbolan ni pueden darnos una alternativa para un sistema educativo nacional, que se ha desmoronado.
La esperanza está en las personas. Sin duda. Leí con cuidado a Raymundo Ramos, del Comité de Derechos Humanos de Nuevo Laredo, Tamaulipas, quien amenazado y perseguido, dice tener fe y se enfrenta sin desazón al gobierno que define como de “terror, impunidad y miedo” y simplemente ofrece, como muchísimas más personas, su trabajo cotidiano en la defensa de los derechos humanos. Yo debería tener también fe.
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