Notimex. El 10 de diciembre de 2011 se conmemoró el vigésimo séptimo aniversario de la Convención contra la Tortura aprobada en 1984 por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), ratificada por el gobierno de Brasil cinco años después, a punto de cumplirse el Centenario de la Proclamación de la República.
Una semana antes, el sábado 3 de diciembre, el país -que recobró la democracia representativa en 1985 luego de una dictadura militar que entró en funciones el 1 de abril de 1964-, tuvo acceso a un documento gráfico estremecedor desclasificado del Archivo de la Justicia Militar.
Al hacerse público, éste se convirtió en el mejor retrato de una época, en la imagen más emblemática de una era conocida por los gritos de espanto de los torturados, símbolo elocuente de los 21 años de régimen militar, de un modelo teórico y práctico para las dictaduras que tomarían el poder en los siguientes quince años en América Latina.
La historia de esa fotografía ha sido reseñada y expuesta por numerosos autores, relevantemente cuando una mujer apareció en escena como ministra del gabinete presidencial de Luiz Inácio Lula da Silva, luego como candidata vencedora y finalmente mandataria electa de Brasil.
Es una fotografía en blanco y negro como aquellos tiempos oscuros del “milagro” económico de desarrollo que corría paralelamente a los “años do chumbo” (años del plomo), captada en la primera Auditoría Militar de Río de Janeiro de cualquier día de noviembre de 1970, cuando Emilio Garrastazú Médici, el líder más temido de la etapa más dura de la satrapía de los generales brasileños, completaba su primer año en el poder.
La revelación la tomó Ricardo Batista Amaral para su libro “A vida quer é corajem”, publicado en Brasilia a fines de 2011 por la editorial Primeira Pessoa, en un testimonio gráfico que muestra sentada en una silla a una joven delgada de cabello corto, blusa blanca y manos cruzadas sobre las piernas, vistiendo un pantalón de mezclilla oscuro.
El semblante de ella es serio, cerrado como el clima político que imperaba en la nación, con una mirada absorta bajo unas cejas bien delineadas que reflejaban las tres semanas en que fue sometida a la tortura a la que sobrevivió sin delatar a nadie, no obstante que ya había permanecido diez meses presa hasta el día de ese juicio.
Fue detenida el 16 de enero de 1970 en el centro de Sao Paulo, presa en una de las cacerías del aparato represivo de la Operación Bandeirantes (Oban), como integrante de la Vanguardia Armada Revolucionaria-Palmares, una de las siglas de la guerrilla urbana que se enfrentaba a la ferocidad de una dictadura implacable.
Casi tres décadas después, la militante “Estela” –uno de sus sobrenombres- contó al reportero Luiz Maklouf Carvalho lo que pasaba por su mente, al recordar los días de horror que vivió en las sesiones de tortura del Destacamento de Operaciones e Informaciones del Centro de Defensa Interna (DOI-CODI) de São Paulo, sede y símbolo de la barbarie militar.
“Me dieron choques eléctricos, muchos choques. Comencé a tener hemorragias. No revelé donde vivía. Tuvieron que llevarme al Hospital Central del Ejército”, dijo aquella mujer a Maklouf en 1998, al revelar el nombre del capitán Benoni de Arruda Albernaz, su torturador en turno.
En 2011, miles de ciudadanos desconocían esa fotografía de “Estela”; pero luego sabrían que se trataba de la imagen inconfundible de la joven convicta que, ya como Dilma Rousseff, en octubre del año anterior, a través del sufragio universal, directo y secreto, se había convertido en la primera mujer presidenta de Brasil.
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