Por: David Noceda.
Contacto: david.noceda@hotmail.com
En días pasados al platicar con académicos y servidores públicos cercanos, surgía el comentario nostálgico de “se está poniendo difícil”, refiriéndonos a la situación política y económica que vivimos. En la mayor parte de los círculos personales, es imposible que no hayamos escuchado ese tipo de opiniones desde las pésimas circunstancias por las que ha atravesado el gobierno de Peña Nieto.
La gente mayor o adulta, evita comentar algo específico sobre la actual administración por la vergüenza de reconocer que el voto de castigo a otros partidos políticos no fue una buena jugada. La clase media anhelaba los años dorados del priismo en que los salarios subían y la seguridad pública permitía las andanzas pacíficas en tiempos vacacionales.
El ex presidente Vicente Fox, ocupó un lugar importante en las emociones de los mexicanos, pero ha perdido de manera terrible su lugar histórico en la memoria de los ciudadanos. Los casos de corrupción con su personal de confianza e incluso de su familia han acelerado su destierro en el subconsciente colectivo, favoreciendo a las élites más oscuras del sistema.
Hoy es un reto entablar un diálogo sobre Fox o Felipe Calderón sin generar nexos entre las cúpulas que detentan el poder. Los mexicanos no son del todo ignorantes, las redes sociales siguen impactando positivamente en la cultura política más son necesarios otros medios para informarnos y tener opiniones certeras de lo que ocurre con los gobernantes.
Esa misma clase media que votó por el PRI en las elecciones presidenciales, retira su intención de hablar cuándo se le pregunta ¿Por qué lo hizo? Son pocos los valientes que se atreven a contestar sin tener titubeos o pensamientos largos que conllevan a silencios peligrosos. Detenernos a analizar nuestro país nos puede mantener ocupados por un largo tiempo, por lo que debemos de replantearnos la finalidad que tiene ser ciudadanos y tal vez imaginar una democracia que requiere menos de los partidos políticos.
Escaseo de ideas sobre estas temáticas y concuerdo en que la labor más trascendente o fundamental recae en los proyectos sociales. Esos que pueden venir desde una ONG para transparentar el gasto público en las instituciones o aquellas que favorecen por medio de actividades económicas a las clases desprotegidas. En un mundo tan cambiante como el nuestro, es un menester ordinario creer en los negocios sociales o asociaciones civiles para consolidar los sistemas democráticos.
La cultura de la impunidad, el crimen organizado y la corrupción, son el virus de las próximas generaciones. Tenemos la obligación de proponerles alternativas de participación y desarrollo que no necesariamente se basen en la inserción a un partido o la administración pública. Otros países han tomado esta vía y no porque sean superiores o más evolucionados que México, sino porque reconocen los errores de la democracia.
Podemos dedicarle una o mil columnas a la crítica de Peña Nieto para sentirnos satisfechos de una participación responsable, pero lo que la Nación demanda es la activación del ingenio por parte de su sociedad. No hablemos del Presidente, mejor hablemos de sus ciudadanos y los grandes retos que tienen por resolver.
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