Notimex. Expertos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) elaboran un expediente sobre la danza de los pascolas y el venado, elemento identitario del norte de México, con el fin de inscribir esta manifestación en la Lista Indicativa del Patrimonio Cultural Inmaterial.
De acuerdo con el INAH, se trata un ritual de origen prehispánico que los misioneros jesuitas utilizaron en el siglo XVI durante su labor evangelizadora en el norte de México, especialmente en Sonora y en Sinaloa.
Además, es una de las tradiciones más arraigadas de las comunidades de yaquis y mayos, que practicaban los bailes rituales de pascolas y venados para el pedimento de lluvia y el florecimiento del juya ania (mundo del monte).
Estas comunidades indígenas desarrollaron tanto el catolicismo nativo como las prácticas de los pascolas y el venado, lo cual convirtieron en un elemento fundamental para las fiestas religiosas (patronales, cabos de año, el final de la Cuaresma y celebraciones familiares).
El antropólogo adscrito al Centro INAH Sonora, José Luis Moctezuma, refirió que esta tradición con más de 300 años de antigüedad ha permeado en otras comunidades como los guarijíos, pimas, pápagos o tohono o’odham, tarahumaras y tepehuanos del norte.
De acuerdo con su cosmovisión, los pascolas (los ancianos de la fiesta) eran seres malignos, hijos del diablo, pero Dios se los ganó en un juego, mientras que el venado es un ser primigenio y benigno.
En la danza, los pascolas llevan un cinto con 12 cascabeles que representan a los 12 apóstoles y la máscara tiene pintada la cruz, a la vez que sus piernas están rodeadas de capullos de mariposas, que simbolizan a las víboras de cascabel.
Mayos y yaquis se enredan cordones negros o multicolores en las piernas, donde unos representan la víbora prieta y otros la coralillo, y en su cabeza portan una flor para simbolizar el renacimiento del juya ania.
La danza del venado simboliza la vida misma, el mundo flor “el cielo de los católicos”, y representa a la humanidad en un mundo mágico, por eso portan flores en su cabeza.
Tanto pascolas como venados bailan en una ramada frente al templo, cuando es una fiesta comunitaria, y en una ramada construida dentro de un solar, cuando es familiar.
El antropólogo detalló que en el pasado los hombres que deseaban ser pascolas o venados entraban a las cuevas y se introducían en el mundo de juya ania a fin de obtener el don de la danza y de la transformación: en cuanto los pascolas se colocan la máscara, pese a ser tímidos, se convierten en seres alegres e irreverentes.
De igual forma, el hombre que pedía ser venado debía entrar al teku-ania, “mundo de los sueños”, y tener una vivencia de enfrentarse con una víbora u otros seres malignos; sólo si salían victoriosos obtendrían el don.
El investigador mencionó que en la ramada, a los danzantes pascolas los acompañan un par de violines y un arpa; el venado es acompañado por un grupo que canta con dos raspadores y un tambor hecho con medio bule colocado sobre agua, que representa los latidos de su corazón.
Advirtió que en el caso de los yaquis está muy vivo, pero en la sierra de Sonora y Sinaloa hay un rompimiento con la tradición cultural, por lo que su interés es que la danza se revalorice y se replique en la región, para que continúe esta tradición.
Para conocer más acerca de esta práctica se presentará mañana el documental “Encuentro de Pascolas y Venados”, dentro del ciclo de cine de la Primera Jornada: Distintas Miradas sobre las Ciudades Históricas, en el Museo Nacional de Antropología, en el marco de la XXVII Feria Internacional del Libro de Antropología e Historia.
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