EFE. Cuentan las crónicas que a Orson Welles la muerte le sorprendió en albornoz, una prenda que solía ponerse en los rodajes, en Hollywood, en el corazón de la meca del cine donde solo su arrogancia puso freno a su prodigioso talento.
Welles tenía 70 años, obesidad, problemas cardíacos y diabetes; era de buen comer, beber y fumar, por lo que, por muchos enemigos que su conocido ego le hubiera labrado durante su carrera, los forenses determinaron, lejos de cualquier sospecha, que el innovador cineasta falleció por unas ordinarias causas naturales.
“Sin ella (la muerte), el mundo sería ridículo” comentó Welles en una entrevista poco antes de fallecer, cuando la industria del séptimo arte parecía haber olvidado ya los desprecios que le hiciera su chico prodigio.
En sus últimos años, este hombre orquesta del cine fue celebrado como un obra maestra en sí misma. Atrás quedaba su exilio en Europa por su forma personalista e irreverente de hacer las cosas, que no tenía cabida en los estudios.
“Soy solo un viejo árbol de Navidad cuyas raíces han muerto”, dijo Welles tras recibir el Óscar honorífico en 1970.
Cierto es que el tiempo le había mermado físicamente, pero su agenda seguía en ebullición.
El autor cuya ópera prima había sido “Citizen Kane” (1941), considerada una de las mejores películas de la Historia, había empezado sus memorias y tenía aparcado, por falta de financiación, el film “The Other Side of the Wind”, entre otros proyectos que dejó inacabados.
Tres décadas después de su muerte, los materiales de “The Other Side of the Wind” han caído en manos de los productores Frank Marshall y Filip Jan Rymsza, quienes esperan terminar de editar lo que Welles no pudo y estrenar la cinta póstuma del artista en 2016.
“Voy de un lado a otro haciendo cosas diferentes y parece que hago mucho, pero no, en realidad, me siento avergonzado de lo poco que he hecho”, comentó Welles en una ocasión.
El artista se consideraba una “contradicción”, un “aventurero” más interesado en “experimentar que conseguir” que no creía en la posteridad por ser “tan vulgar como el éxito” y vivía para trabajar.
“Empecé en lo más alto y desde entonces he ido cayendo”, aseguró Welles sobre su carrera construida a base de genialidades que pocos querían arriesgarse a costear.
“Citizen Kane”, brillante a los ojos de los críticos, fue un fracaso en taquilla.
Sin el respaldo de las grandes productoras, Welles vio naufragar proyectos.
La falta de dinero para ejecutar sus obras le llevó a montar por encargo una escena pornográfica para un filme lésbico y a prestarse para campañas publicitarias.
Nacido el 6 de mayo de 1915 en Kenosha, en Wisconsin, en el seno de una familia adinerada, Orson Welles vivió en China con su padre cuando era muy joven, aunque pronto se quedó huérfano.
Obtuvo la educación básica en Chicago y, en vez de optar por la universidad, decidió ir a Europa y allí, a pesar de sus 16 años, logró convencer a una compañía de teatro para que le dejaran formar parte de su elenco de actores.
De regreso a EEUU, continuó interpretando sobre los escenarios donde se fue haciendo un nombre, lo que le llevó a realizar la sonada retransmisión radiofónica de la obra “War of the Worlds” de H.G. Wells, que se emitió como si fueran boletines informativos.
Su relato de falsas noticias sobre una invasión extraterrestre aterrorizó a muchos oyentes -que pensaron que era verdad- y le abrió las puertas de Hollywood, donde se presentó con “Citizen Kane”.
La filmografía de Welles incluye títulos como “The Lady from Shanghai” (1947), “Macbeth” (1948), “Touch of Evil” (1958) y “Chimes at Midnight” (1965).
Welles se casó en tres ocasiones, primero con Virginia Nicholson, 1934-1940), después con Rita Hayworth (1943-1948) y, por último, con la italiana Paola Mori (1955), que estuvo con él hasta el final, y tuvo un hijo con cada una (Christopher, Rebecca y Beatrice).
Su hija Beatrice fue quien en 1987 se encargó de llevar las cenizas de su padre hasta un pozo en la finca del torero Antonio Ordóñez, en el sur de España, país en el que se sintió como en casa lejos del Hollywood que tanto criticó y donde le esperó el único fundido a negro que no pudo dirigir, el de su propia muerte.
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