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Con los comicios guatemaltecos del pasado domingo, nos queda claro que la política es un chiste en América Latina. Pese a que el hartazgo ciudadano había rebasado límites por los casos de corrupción del general Otto Pérez Molina, la realidad es alarmante, ya que en la última década los liderazgos mediáticos prevalecen en los partidos políticos.
El cómico Jimmy Morales se levantó la victoria con un 67% de votos a favor, poniendo en evidencia que los electores tienen todavía la esperanza de que la estabilidad y credibilidad en el Estado resurjan. Pareciera un caso trillado lo ocurrido este fin de semana en Guatemala y ni hablar de Argentina o Colombia, donde los partidos oficialistas se llevaron una grata sorpresa.
En estos años que se conocen como la postmodernidad, América Latina se ha enfrentado a dificultades complejas que no sólo pueden ligarse con los asuntos políticos sino con la seguridad nacional o el mecanicismo de las masas en función las normas establecidas por los corporativos de comunicación globales. La obediencia de los humanos hacia la televisión o las redes sociales nos ha convertido en sus asiduos clientes sin que detengamos el paso para replantearnos el por qué de semejantes acciones.
Una figura pública siendo parte de un sistema político no es algo nuevo, recordemos un poco al aclamado Reagan expresidente de los Estados Unidos, quien ya cargaba con una carrera ligera como actor antes de su candidatura. Desafortunadamente esta manía de piratear las acciones norteamericanas, no siempre funcionan para los países latinos.
En México la elección del 2012 con Peña Nieto, estuvo más que orientada por Televisa. La propaganda era humillante para los partidos opositores, cientos y cientos de anuncios que se publicaban en cadena abierta, cines, plazas públicas, radio, nos dejaban con la interrogante de quién estaba pagando eso. Una pregunta que jamás supimos pero por mero morbo concluíamos en Salinas y Azcárraga.
Si alguno recuerda los spots del ahora presidente, seguro tendrá en mente que la mayor parte de sus mensajes tenían un toque de coqueteo y sensualidad hacia el género femenino, con la intención clarísima de utilizar los atributos físicos del candidato y esconder hasta lo más profundo del subconsciente sus carencias en la oratoria o la justificación de ideas.
Los resultados y consecuencias los conocemos todos, aunque lo que sí deberíamos analizar con detenimiento es la omnipotencia de Televisa. Una televisora que se ha vuelto dueña de la información y jefa de los políticos, nadie puede tocarlos y si un ignorante decide hacerlo, la exhibición nacional de sus fallas será sólo una de las tantas repercusiones.
El empoderamiento de estos medios es peligroso, pues al cederles gran parte de la participación en las decisiones políticas los servidores públicos entregan parte de la soberanía. Si a Televisa le benefició el apoyo electoral a Peña Nieto, ¿Somos tan ingenuos para creer que hasta ahí llegó? Sólo basta con revisar las candidaturas de Carmen Salinas, Sabrina, Cuauhtémoc Blanco y una retafila de nombres sin preparación académica.
Guatemala es otro ejemplo de la crisis política y el deterioro de los partidos, sin embargo lo primordial es la indecisión de los ciudadanos por mejorar sus sistemas democráticos, algo que México también tiene en su lista de asuntos por resolver.
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