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Hace unos días se me cruzó por las redes sociales una nota donde se cuestionaba si estábamos a punto de sufrir una revuelta civil en México. No recuerdo los medios pero sí la pregunta: ¿Qué tan profundo es el bache?, ese asqueroso hoyo de corrupción en el que subsiste la impunidad y el crimen organizado parecen adversarios invencibles de la época.
Aun cuando decidiéramos organizarnos finalmente para reclamar el deterioro político a los gobernantes, pasarían años hasta que el proceso de democratización llegara a la mayor parte de la población. Una revuelta civil sólo traería consigo la división o la polarización de las masas, hay que recordar que Andrés Manuel López Obrador era uno de los principales promotores de la confrontación entre ideologías.
Esa fricción que se agudizó sobretodo en el 2006, nos hizo pensar desde aquellos años tangibles la posibilidad de que los mexicanos se levantaran en armas, pero armas de verdad no como las del desenlace nostálgico que tuvieron los zapatistas en Chiapas. Si bien es cierto que hemos tenido diferentes grupos revolucionarios a lo largo de la historia, la verdad es que el sentimiento nacionalista nunca ha estado presente en un cien por ciento.
Durante la Independencia las élites se dividieron sin llegar a acuerdos sobre lo que seríamos como Nación, trayendo consigo una serie de invasiones por potencias extranjeras y la consecuente pobreza en la mayor parte de las entidades. Para la Revolución, los grupos en el poder se formaban hasta por delincuentes con la finalidad de satisfacer sus intereses particulares, resultados: más y más pobreza en el país.
Es casi místico que pensemos nuevamente en un movimiento armado y organizado en México, más bien estaríamos hablando de acontecimientos violentos que van en aumento frente a la desigualdad económica, la inseguridad y la falta de trabajos dignos. Esto es justo lo que se ha presentado en Puebla, Tabasco, DF, Guerrero y Michoacán, sin mencionar el caso contundente de Chiapas donde las costumbres superan los lineamientos marcados por el Estado.
Lo absurdo de hablar de un problema civil, es que el gobierno siempre negará la existencia de este tipo de circunstancias, pero ¿Qué pasa con los linchamientos a policías o funcionarios públicos? ¿Dónde quedan las autodefensas tan ridiculizadas por Peña Nieto y su gabinete? parece que en el vacío y en el pantano peligroso de la inconciencia colectiva.
Estamos a tres años de que finalice el actual sexenio y todo indica que no llegaremos a ninguna parte, más crimen organizado, más corrupción, más políticos autoritarios, más pobreza y más ansias de la población por levantar su voz pero de una forma distinta e imborrable. No me sorprendería que para el próximo año las manifestaciones dejen su tinte pacífico y que los grupos paramilitares resurjan, aunque para estas alturas la única interrogante que me queda es ¿Quién es nuestro Presidente?
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