Muy Interesante.- Verano de 1965. A pesar de tener solo veinticuatro años, Bob Dylan consideraba seriamente abandonar su carrera. Se sentía agotado, hastiado de su propia música; pensaba que ya no tenía nada más que decir. Así que, tras una extenuante gira por Inglaterra, se mudó a una cabaña en Woodstock, en el estado de Nueva York. Ni siquiera se llevó su guitarra. Pero entonces, un día, sin saber muy bien por qué, cogió un lápiz y un cuaderno y empezó a garabatear: “How does it feel? How does it feel?…” (¿Qué se siente? ¿Qué se siente?…). Su mano no paró de moverse durante horas. “To be on your own, with no direction home, like a rolling stone” (A solas, sin rumbo a casa, como un canto rodado). Aquellos versos aparentemente sin sentido –“un largo fragmento de vómito de veinte páginas”, según el artista– dieron lugar a una de las mejores canciones de todos los tiempos.
Puede que Like a Rolling Stone no existiera si Dylan no hubiera decidido tirar la toalla. A menudo, el proceso creativo comienza con un sentimiento de frustración por no ser capaz de encontrar una respuesta. Y en el mejor de los casos, acaba con una especie de epifanía en la que todo está claro de repente. Es el momento ¡eureka!, interjección que supuestamente pronunció Arquímedes al descubrir el principio físico que lleva su nombre. Los anglosajones lo llaman Aha! Moment. Pero ¿qué ocurre exactamente en nuestro cerebro en ese instante iluminador?
John Kounios, de la Universidad Drexel, y Mark Beeman, de la Universidad Northwestern, ambas en Estados Unidos, tratan de responder a esta pregunta desde los años 90. Tras analizar múltiples resonancias magnéticas funcionales (fMRI) y electroencefalogramas, los científicos han descubierto que la actividad del cerebro vinculada al procesamiento visual se apaga trescientos milisegundos antes de que se encienda la bombilla. El fenómeno es muy similar a cuando una persona cierra los ojos o pierde la mirada para suprimir estímulos. Se trata, por tanto, de un momento de profunda introspección.
De acuerdo con las investigaciones de Kounios y Beeman, las funciones del cerebro involucradas entonces son muy diferentes a las que entran en acción si buscamos soluciones más metódicas. Existirían, por tanto, dos formas de resolver problemas. La mayoría de gente lo hace a través de un proceso analítico: elabora una hipótesis y va dando pequeños pasos que los conducen a la conclusión. En unas pocas personas, sin embargo, predomina la intuición. Estos individuos tienen una idea rondando en la cabeza, pero su atención se difumina, están concentrados en todo y en nada, hasta que de pronto se les enciende la bombilla. Mediante técnicas de neuroimagen se ha detectado un estallido de actividad en el lóbulo temporal derecho –justo por encima del oído–, área del cerebro que trabaja asociando elementos muy alejados en el espacio y el tiempo.
Esto no quiere decir que las grandes ideas estén reservadas a unos privilegiados. Todos nacemos eminentemente creativos, pero vamos perdiendo esa capacidad a medida que llegamos a la edad adulta y aprendemos a regirnos por sistemas de creencias y patrones de comportamiento. En cualquier caso, podemos mejorar muchísimo con entrenamiento, asegura Luis Miguel Martínez Otero, director del grupo de Neurociencias Visuales del Instituto de Neurociencias de Alicante. “Existen muchas situaciones en las que la capacidad de llevar a cabo una tarea se muestra como un momento ¡eureka! Si tú le preguntas a un deportista cómo ha hecho una jugada decisiva para ganar un partido, es probable que no tenga ni idea. Les pasa a personas que acumulan gran experiencia en una labor determinada”.
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Según explica el neurocientífico, en estos casos se ha observado una mayor actividad de los ganglios basales, conjunto de estructuras neuronales que se encuentran en la base del cerebro y son de vital importancia para la coordinación del movimiento y el control cognitivo.
La clave, creen los expertos, reside en estar predispuesto a razonar de manera disruptiva. Esta es la base del llamado pensamiento lateral, expresión que se utiliza en psicología para referirse a los caminos alternativos que no estamos acostumbrados a tomar y que nos permiten huir de la lógica y afrontar retos de forma diferente. Romper con la rutina, en definitiva.
Eso fue lo que hizo Eloy Pardo, que recibió la noticia de la muerte de dos amigos el mismo año. “Me di cuenta de que lo único que había hecho era trabajar, trabajar y trabajar”. Un día, paseando por delante de una tienda de instrumentos, vio una guitarra en liquidación, tuvo un impulso y se la compró. Así fue cómo, rondando la cincuentena, retomó una pasión olvidada: la música. Por las mañanas, trabajaba en la oficina con traje y corbata, y por las noches, se plantaba los vaqueros y el pañuelo en la cabeza y actuaba con su banda de rock en garitos de mala muerte. Hasta que un cliente le reconoció.
Por aquel entonces había llegado a ser director general de la Banca March. “Sabía que me podía costar la carrera, pero en vez de llevarlo a escondidas, decidí dar rienda suelta a mi afición”. Asegura que mutar en Still Morris –su álter ego musical– le ayudó a ser mejor banquero, porque trasladaba los valores del grupo –humildad del líder, compañerismo…– al terreno laboral. “Al final, la creatividad es salir de la rutina, romper, innovar… y yo me lo replanteo todo constantemente”.
La historia del banquero roquero, que él mismo ha contado en el libro Cambio de rumbo (Plataforma, 2014), no solo tiene que ver con la habilidad para conectar cosas en principio dispares, sino también con la capacidad de emprender una actividad placentera y relajante. Cuando nuestra mente se siente a gusto, las ondas alfa que surgen del hemisferio derecho del cerebro se extienden por toda la masa gris y facilitan las asociaciones remotas.
Como explica Martínez Otero, “los insights o iluminaciones se asocian con momentos en los que hay un cambio en la actividad alfa –un tipo de onda cerebral– y la concentración está difusa. Esto suele suceder más en individuos que tienden a encontrar soluciones de manera instantánea. Es curioso, porque los magos intentan con sus trucos que focalicemos mucho nuestra atención para que nos resulte más difícil resolver el problema”.
“En mi trabajo es inevitable que de repente te bloquees”, cuenta Juan Cruz, autor junto con José Corbacho de las películas Tapas (2005), Cobardes (2008) e Incidencias, actualmente en fase de posproducción. “Normalmente, doy vueltas por la habitación donde estoy escribiendo, pongo una lavadora o voy al supermercado: cualquier cosa que genere un paréntesis. Y muchas veces, aquello que no había sido capaz de construir toma forma en ese momento”. Lejos de ser una pérdida de tiempo, dejar que la mente vague a sus anchas posibilita que encontremos la salida a problemas que han invadido nuestra mollera.
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