EFE. El reportaje periodístico obtuvo la máxima distinción al lograr la bielorrusa Svetlana Alexiévich el Nobel de Literatura 2015, en un año en que las letras europeas y latinoamericanas se tiñeron de luto con la muerte del nobel alemán Günter Grass y del uruguayo Eduardo Galeano.
Se fue asimismo Carmen Balcells, la agente literaria española que hizo posible el llamado “boom” de la literatura latinoamericana.
No fueron los únicos en decir adiós en 2015, también se marcharon el sueco Henning Mankell, los británicos Oliver Sacks, Ruth Rendell y Raymond Carr, y el español Rafael Chirbes, entre otros.
El 2015 fue también un año de celebraciones, al menos para el mexicano Fernando del Paso, que recibió el Cervantes; para el cubano Leonardo Padura, que obtuvo el Princesa de Asturias de las Letras, o para la uruguaya Ida Vitale, que ganó el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el máximo reconocimiento en su género.
Y el colombiano Pablo Montoya se llevó el prestigioso Rómulo Gallegos por “Tríptico de la Infamia”.
Pero fue el género periodístico el que resultó encumbrado al ir a parar el Nobel de Literatura 2015 a la bielorrusa Svetlana Alexiévich, de 67 años, por “sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo”.
Es autora de “La guerra no tiene rostro de mujer” (1983), considerada una obra maestra del periodismo de investigación sobre las mujeres que combatieron en la Segunda Guerra Mundial; “Los chicos del latón” (1989), sobre la guerra en Afganistán; “Voces de Chernóbil” (1997), en la que documenta la mayor catástrofe nuclear de la historia; “Últimos testigos” (2004) y “Tiempo de segunda mano” (2013), sobre la desintegración de la URSS.
Maestra del reportaje literario, género con el que relata con toda su crudeza el fracaso de la utopía soviética, Alexievich es dueña de una escritura a medio camino entre la novela, la entrevista y la crónica que se ha bautizado como “novela de voces”.
Su distinción llegaba nueve meses después de que el terrorismo yihadista atentase contra la libertad de expresión al matar a varios integrantes del semanario satírico francés Charlie Hebdo, en París.
De las filas del periodismo venía también Galeano, considerado uno de los más destacados autores de la literatura latinoamericana, y que firmó la icónica “Las venas abiertas de América Latina” (1971), censurada por las dictaduras militares de Uruguay, Argentina y Chile, o “Memoria del fuego” (1986), otra de sus obras más conocidas, en este caso un repaso de la historia de Latinoamérica.
El azar quiso que la vida de este apasionado del ftbol se apagase a los 74 años, el 13 de abril, un día de luto para la literatura mundial pues también expiraba a los 87 el nobel alemán Günter Grass, una conciencia crítica de la época en que vivió. “Vamos a la tercera guerra mundial”, advertía poco antes de morir.
Irreemplazable es también Carmen Balcells, “la mejor agente literaria del mundo”, en palabras del peruano Bryce Echenique, uno de los más de trescientos autores de lengua española y portuguesa que se pusieron en las manos de la “Mamá Grande” del “boom” literario latinoamericano y que dejó de existir a los 85 años.
Aunque sigan viviendo en sus libros, otras voces que este año se apagaron para siempre fueron las del neurólogo y escritor británico Oliver Sacks (82 años), cuyas obras sobre los recovecos de la mente humana (“Despertares” o “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero”), han vendido millones de ejemplares en todo el mundo.
Se despidió con un emotivo artículo en The New York Times en el que decía: “por encima de todo, he sido un ser con sentidos, un animal pensante, en este maravilloso planeta y esto, en sí, ha sido un enorme privilegio y una aventura”.
El cáncer se llevó también al sueco Henning Mankell (67 años), maestro de la novela negra nórdica y uno de los narradores más leídos y celebrados de Europa por su inspector Kurt Wallander. Compartió su lucha y viaje a la muerte en “Arenas movedizas”.
La gran dama de la novela negra de misterio, la británica Ruth Rendell, respetada por la profundidad psicológica de sus obras, se iba a los 85 años de edad, mientras que su compatriota Raymond Carr, el gran historiador de la España contemporánea, lo hacía a los 96.
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