La “mano de Dios” y otras lecciones de las nubes

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Published on febrero 03, 2016 with No Comments

mano-de-dios_0Muy Interesante.- Como el mismo autor, Rogerio Pachecho, afirmó, “parece una enorme mano extendida que sostiene una bola de fuego”. No faltó quien bautizara a esta peculiar nube como “la mano de Dios”. Al pobre lo meten en cada fregado…

Las fotografías se han convertido en toda una noticia internacional lo que ha permitido a Pacheco desempolvar viejas fotos de nubes con formas llamativas, como naves espaciales, olas e incluso una mujer con un vestido largo. Claro que realmente no tienen esas formas, sino que es nuestro cerebro quien las encuentra: es lo que se llama pareidolia.

Estamos acostumbrados a reconocer ciertas formas en nuestro entorno, como caras humanas. De hecho, hay una zona en el cerebro llamada giro fusiforme que, entre otras funciones, descubre caras entre toda la información visual que nos está entrando por los ojos en centésimas de segundo. Claro que para poder hacerlo con esa rapidez se producen a menudo lo que podríamos llamar falsos positivos: vemos caras donde no las hay. Y la de Jesús (o mejor dicho, la cara que imaginamos que debía tener) parece que es de las que se ven con más asiduidad.

Agujeros en las nubes
Pero la atmósfera no se para en caras. También podemos descubrir los skypunch, agujeros que aparecen en las nubes. Se sospecha que el mecanismo es el mismo que el que opera cuando se siembra el cielo con cristales de ioduro de plata, que genera agujeros en la cubierta de nubes, pero en este caso provocado por pequeños cristalitos de hielo. Más raros aún son los arcos que unen dos nubes alejadas varios kilómetros, o los cirros, que en lugar de aparecer en su habitual formación de bandas, a veces parecen seguir los meridianos geomagnéticos de la zona. El gran explorador Alexander von Humboldt fue el primero en informar de este fenómeno que presenció en Siberia y en América del Sur y lo bautizó como “bandas polares”.

¿Y no resulta igual de raro un día de lluvia sin nubes? Eso sucedió el 20 de enero de 1935 en el condado de Oxfordshire, en Inglaterra. Según informó el Meteorological Magazine, durante 10 minutos estuvo lloviznando en la mañana en un día sin nubes y con el Sol brillando en lo alto. Una de las causas para esta curiosa lluvia es una temperatura extremadamente baja que hace que hasta las más finas gotitas de vapor de agua se convierta en diminutos copos de nieve. Una vez fundidos, caen como si fuera un chirimiri o calabobos. Si esto sucede en las zonas polares acaba apareciendo lo que se llama el polvo de diamante.Y ya que hablamos de nieve no está de más recordar que en abril de 1951 en Berkhamsted, Inglaterra, cayeron copos de casi 12 cm de diámetro…

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