Notimex. El historiador Óscar Moisés Torres Montúfar revela en el libro “Los señores del oro. Producción, circulación y consumo de oro entre los mexicas”, la importancia de ese metal en la economía de dicha sociedad.
Editada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), esta obra describe los centros de extracción y los canales de distribución, así como la interpretación ideológica que los mexicas daban a ese material.
De acuerdo con el INAH, el libro incluye un apéndice con un listado sistematizado de los más de 400 objetos que están reportados en los inventarios de objetos recuperados por los españoles, aquellos que mandaron en calidad de Quinto Real a la Corona española.
Además, detalló que los objetos de oro más antiguos elaborados en Mesoamérica corresponden a la Tumba 7 de Monte Albán (1200 d.C.), y en el caso de la Cuenca de México, una referencia histórica indica que los mexicas de Tlatelolco, entre 1372 y 1418 d.C., ya lo comerciaban.
Sin embargo, el trabajo de oro conocido por los tenochcas se da en la época expansionista (1440-1520 d.C.) en que se construye el gran imperio.
El oro llegaba a México-Tenochtitlan por medio del tributo y el comercio, y era para los altos gobernantes como el huey tlatoani, que mostraba su estatus con una diadema de oro, símbolo de su nobleza y jerarquía, así como narigueras, orejeras, brazaletes y colgantes.
El historiador de El Colegio de México mencionó que dicha autoridad solía obsequiar brazaletes y piezas de oro a los guerreros que destacaban en batalla, los cuales podían usar únicamente en ceremonias rituales o políticas.
El metal también se utilizaba para sellar alianzas y acuerdos políticos y diplomáticos, como ocurrió a la llegada de los españoles, cuando Moctezuma Xocoyotzin otorgó diversos regalos al ejército español y sus aliados indígenas.
Así quedó registrado en fuentes históricas como crónicas de los conquistadores, frailes y funcionarios de la Corona, y los seis inventarios coloniales que consignan las piezas enviadas por los conquistadores a la metrópoli española, entre ellos la Matrícula de Tributos, el Códice Mendocino, el Códice Azoyú y las relaciones geográficas del siglo XVI.
Los centros de extracción se ubicaban en la sierra de los actuales estados de Guerrero, Oaxaca y Chiapas, pero de igual importancia fue la red de pochtecas, quienes acudían a diferentes mercados para realizar el trueque de hachas de cobre por el metal. Entre los mercados más importantes figuraban los de Coixtlahuaca (Oaxaca) y Tepeaca (Puebla).
Al llegar a la capital mexica, el oro se distribuía en el mercado de Tlatelolco, donde había mercaderes especializados, mientras los orfebres que trabajaban el metal, que pudieron haber pertenecido al barrio de Yopico, y los artesanos del palacio elaboraban las respectivas piezas que se utilizaban en las ceremonias rituales.
El autor puntualizó que entre los orfebres unos se especializaban en la técnica del vaciado y otros en el laminado, que fabricaban objetos a partir de golpear el metal, además mantenían alianza con los amatecas y pochtecas, ya que el oro se conjuntaba con plumas preciosas.
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