Notimex. A tres días de cumplirse su segundo aniversario luctuoso, Gabriel García Márquez (Aracataca, Colombia, 6 de marzo de 1927-Ciudad de México, 17 de abril de 2014) su legado permanece vigente a través de su célebre obra “Cien años de soledad”.
En alguna ocasión el escritor mexicano Carlos Fuentes (1928-2012) describió esta obra del Premio Nobel de Literatura 1982, como “un navío eterno por el que Gabriel García Márquez permanecerá siempre vivo entre nosotros”.
El autor, considerado una de las principales voces que predijeron la omnipresencia de la cultura latinoamericana, supo reflejar el espíritu joven de América Latina, el cual aseguraba “late en mi alma como el corazón de un cancerbero”.
“Cien años de soledad” es una obra latente, colmada de pasión, de arquetipos y rostros tan familiares para la identidad latina, aseguró en un comunicado la Secretaría de Cultura federal, quien recordó la trayectoria y los difíciles inicios del escritor.
Indicó que cuando García Márquez concluyó la escritura de “Cien años de soledad”, a mediados de 1966, tuvo que formarse con su mujer por varias horas en el Monte de Piedad del Centro Histórico de la Ciudad de México para empeñar el secador, la batidora y el calentador y así poder pagar la correspondencia del manuscrito a la casa de publicaciones de origen argentino.
Pocos días después los directivos de la editorial le respondieron con un contrato y una suma de adelanto sin precedentes en América Latina (500 mil dólares), así la primera edición de la célebre obra fue publicada el 30 de mayo de 1967.
Solo 15 días después se preparó una segunda edición de 10 mil ejemplares, México se solicitaron 20 mil ejemplares y en países extranjeros querían publicarla en su idioma. Todos hablaban de la novela ilustrada por Vicente Rojo que en los primeros tres años vendió 600 mil ejemplares, y en ocho, aumentó a dos millones.
Las historias contadas en el libro surgen de las imágenes y pasajes arquetípicos que García Márquez vivió durante su niñez y adolescencia en su natal Colombia, de sus interminables preguntas a su tía Francisca, quien pasaba horas tejiendo una colcha, la cual decía era una alfombra mágica para emprender un viaje. Era la sábana mortuoria con la que ella había pedido ser envuelta poco antes de suicidarse.
Durante su niñez, Gabo quedó bajo el cuidado de su abuelo, el excoronel Nicolás Márquez, quien respondía con amenas fábulas e historias con moralejas todas las preguntas del pequeño Gabriel y años más tarde inspiró algunos personajes de sus libros.
Luego de vivir casi 10 años con su abuelo, Gabriel fue enviado a dos internados para cursar la educación básica y el bachillerato, echando de menos la cálida brisa de Aracataca y refugiándose en libros de aventuras como “Viaje al centro de la Tierra”, “Veinte mil leguas de viaje submarino”, “De la Tierra a la Luna” y “Moby Dick”, pero sobre todo en los universos de Emilio Salgari.
En las tabernas cercanas a la facultad conoció a jóvenes poetas, artistas, bohemios e idealistas, como Álvaro Mutis, Plinio Apuleyo y Camilo Torres, quienes lo animaron a darle cauce a esos cuentos a los que todas las noches dedicaba un par de horas.
Gabriel García Márquez decidió abandonar la carrera de Derecho y dedicarse de lleno a la escritura. Entró a trabajar como reportero a los diarios “El Universal” y “El Heraldo de Barranquilla”, mientras seguía leyendo a Albert Camus, James Joyce, Ernest Hemingway, Franz Kafka y William Faulkner.
En Roma, Italia, estudió en la Escuela de Cine Experimental y recorrió Alemania, Hungría, Polonia y Rusia con una mirada siempre crítica. A finales de los años 50 se instaló en México, país fundamental para el autor que afirmaba que “sin los recuerdos que me inspiró México nunca podría haber escrito Cien años de soledad”.
La primera etapa en la Ciudad de México no fue fácil, aunque amigos como Álvaro Mutis lo promocionaba como uno de los más sólidos autores de América Latina, Gabo no encontraba trabajo, su situación económica era precaria, su esposa Mercedes Barcha tuvo que recurrir al empeño de joyas, televisor y otros aparatos, incluso solicitó un préstamo por el Opel blanco, auto adquirido con los últimos ahorros del premio otorgado por “La mala hora”.
Su primer contacto con la literatura mexicana fue a través de “Pedro Páramo” y “El llano en llamas”, de Juan Rulfo, que se convirtieron en su libro de bolsillo que sacaba en todo momento para recitar frases y párrafos enteros entre sus amigos.
Fue hasta 1962 cuando el escritor comenzó a recibir las esperadas regalías atrasadas de sus novelas “El coronel no tiene quien le escriba”, “Los funerales de mamá Grande” y “La mala hora”. Con ese dinero se mudó del departamento de la colonia Anzures a una casa más confortable ubicada en Iztaccíhuatl 88, en la colonia Florida.
Tiempo después viajó a Veracruz, se enamoró a primera vista de aquel lugar y decidió instalarse con su familia en esa cálida región. Mirando los soleados paisajes de tierras jarochas, tuvo la visión de su tierra natal y comenzó a escribir “Cien años de soledad”.
Tecleó furiosamente en su máquina de escribir por más de 14 meses. Se apartó por completo de las reuniones sociales y de intelectuales. Se cuenta que durante el proceso de creación sufrió de fuertes dolores de cabeza que no lo dejaban en paz hasta que la concluyó. Tiempo después confesaría: “Me sentía poseído, como si mi cuerpo entero y mi alma estuvieran colonizados por la novela”.
Los capítulos originales fueron leídos por el crítico literario Emmanuel Carballo, quien no dudó en asegurar que era una obra maestra. Aquel libro consagró a García Márquez en el espíritu de América Latina y del mundo, siendo redescubierto cada generación por nuevos lectores.
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