Los coloridos y extravagantes grafitis, la música a todo volumen y las luces de discoteca convierten a los “matatus” en mucho más que un popular medio de transporte: son un espectáculo visual sobre cuatro ruedas que transforman las calles de Nairobi en un museo de arte urbano.
Los miles de “matatus”, como se conoce a estos autobuses y minibuses que circulan a diario por toda Kenia, son también una industria millonaria que genera muchos empleos, desde conductores hasta artistas y DJ. Todos tratan de crear el vehículo más llamativo para atraer al máximo número de clientes.
Uno de estos artistas es Michael Kinuthia, que a sus 36 años se ha convertido en uno de los grafiteros más cotizados de la capital keniana, donde gana hasta 200,000 chelines (cerca de dos mil euros) por inmortalizar uno de sus diseños en un “matatu”.
El proceso creativo que esconden sus grafitis arranca en el barrio marginal de Buruburu, a las afueras de Nairobi, concretamente en un precario taller donde viejos autobuses se amontonan a la espera de que Kinuthia y su equipo los conviertan en un reclamo.
“Es nuestra cultura. Hay que buscar el mejor grafiti para que sea único”, cuenta a Efe este artista mientras pinta sobre la chapa uno de sus últimos trabajos, inspirado en “Undisputed”, una de sus películas preferidas de boxeo.
Kinuthia sabe que los kenianos sienten especial predilección por los autobuses decorados con personajes de cine, como James Bond; futbolistas, como el delantero del Barcelona Lionel Messi; políticos, como el presidente de EEUU, Barack Obama; e incluso el omnipotente Jesucristo.
“Los artistas kenianos no tienen museos donde exponer sus creaciones. Por eso utilizan los matatus”, explica a Efe Brian Wanyama, impulsor de la plataforma online Matwana Matatu Culture que reivindica y apoya este fenómeno cultural.
Como los “matatus” no tienen horarios -solo arrancan cuando están llenos- el interior del vehículo tampoco se descuida y por ello se convierte en una sala de espera ambientada con color, música y luces de neón.
Muchos DJ ya empiezan a pinchar en directo en estos autobuses, que se han convertido en una de las mejores plataformas para promocionar su carrera musical.
Por eso, mientras Kinuthia se concentra en crear grafitis únicos, su equipo se encarga de instalar luces de colores y un potente equipo de sonido para ambientar los trayectos de los usuarios.
“Al final subirse a un matatu es como estar en una discoteca. Aunque sea de día”, bromea Wanyama, que lucha cada día para que esta cultura no se pierda.
Aunque el sector ha crecido de manera imparable -es el medio de transporte más asequible-, la mala reputación sigue pesando sobre una industria que comenzó en la década de los 50 como alternativa a la red de autobuses que excluía a las zonas residenciales.
Los conductores son constantemente criticados por no respetar las señales de tráfico, protagonizar adelantamientos imposibles o conducir a gran velocidad para abrirse paso entre el denso tráfico urbano.
El Gobierno de Kenia ha intentado controlar el sector -aunque sin éxito- con medidas tan impopulares como la de prohibir los grafitis, luces y música en los “matatus” al asegurar que distraen a conductores y provocan accidentes de tráfico.
Sin embargo, Wanyama insiste en que son seguros y que el alto índice de accidentes en el país se debe al mal estado de las carreteras.
“La Policía está arruinando al sector”, critica en referencia a los habituales casos de corrupción que se viven en las calles de Nairobi, donde a diario se pueden ver agentes exigiendo un soborno a los conductores de como condición para poder seguir circulando.
“La mayoría accede a darles el dinero porque no quiere verse envuelta en procesos judiciales”, lamenta Wanyama.
Mientras, los kenianos siguen reivindicando que los “matatus” son parte de su cultura. Sin ellos, las caóticas calles de Nairobi y de resto de ciudades del país perderían su encanto y dejarían de ser un escaparate improvisado de arte africano.
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