Muy Interesante.- La Red es el lugar ideal para promocionar la marca YO. ¿Qué dice de nuestra sociedad esta epidemia de egolatría?
Ashlee y Charli son dos youtubers que protagonizan un exitoso canal de cocina (CharlisCraftyKitchen). Sus cifras de seguidores son muy altas: sobrepasan los 725.000, y sus ingresos mensuales rondan los 140.000 euros. Por supuesto, hay otros canales más famosos. Lo asombroso de su caso es que Charli tiene diez años y Ashlee, siete. Y no son las únicas que tienen motivos para elevar su ego a tan tierna edad: en nuestro país, Arantxa, de cinco años, tiene unos 350.000 seguidores con un canal en el que muestra cómo funcionan los juguetes.
La edad de eclosión de los youtubers es cada vez más baja. El subidón de ego llega incluso antes de la adolescencia, edad que ya de por sí se consideraba vulnerable al narcisismo. Rubén Doblas (El Rubius) comenzó, por ejemplo, a los dieciséis años. Y ha tardado una década en alcanzar su clímax: acaba de rebasar los 23 millones de suscriptores y en 2016 se le incluyó en la lista que ha elaborado Time de los líderes más influyentes para las nuevas generaciones del mundo. “Una de las personas más famosas de la que jamás hayas oído hablar”, decía una frase de la revista.
¿Se puede asimilar a esas edades esta fama?
El Rubius ya empieza a lanzar mensajes en sus vídeos sobre esas dificultades. Por la época de su aparición en la lista de Time –en la que también empezó a desvelar su vida privada–, dijo: “Sé que a lo mejor sobreactúo demasiado en algunos vídeos y que antes era más natural […], pero es difícil tener la presión de tantas personas encima esperando ser entretenidas. Espero que entendáis que sois muchísimas personas suscritas a mi canal, más de veinte millones, y no puedo satisfacer a todo el mundo”. PewDiePie, el youtuber con más suscriptores en el mundo, también parece estar viendo el lado oscuro de la fama narcisista: en noviembre anunció que, agobiado por la presión de su vida de famoso, dejaba de subir vídeos un tiempo.
Se está desarrollando un mundo de hipernarcisismo, en el que siempre creemos tener razón porque nunca contactamos con aquellos que nos la quitarían.
Internet dispara la egolatría
Las redes sociales, por ejemplo, están diseñadas para elevar nuestro ego: en la inmensa mayoría no hay opción no me gusta. No es de extrañar que un estudio realizado por los psicólogos Laura Buffardi y Keith Campbell, de la Universidad de Georgia, encontrara que los individuos más narcisistas y ególatras tienen más amigos y obtienen más likes en Facebook. En la Red recibimos sobre todo la admiración de los demás, porque el diseño está hecho para hacer crecer nuestro ego. El efecto multiplicador que ejerce sobre nuestro narcisismo es puesto de manifiesto en miles de ensayos e investigaciones científicas. Y muchos de ellos lo ven como un desarrollo negativo.
El controvertido divulgador Adam Curtis, por ejemplo, reúne en su último documental, titulado Hypernormalisation, argumentos sobre el individualismo radical que, según él, han ideado las nuevas tecnologías. El autor defiende que internet ha creado un mundo onanista en el que mi verdad se convierte en la única verdad. Paradójicamente, las infinitas posibilidades de elección que da la Web han limitado el mundo del ser humano, porque estamos desbordados y acabamos entrando solo en los foros que ratifican nuestras opiniones usando nuestras preferencias personales como único criterio de selección.
Curtis afirma que se está desarrollando un mundo de hipernarcisismo, en el que siempre creemos tener razón porque nunca contactamos con aquellos que nos la quitarían. Este documentalista es uno más de los que están alertando sobre los riesgos de la inflación de ego que se vive en el mundo actual.
Bienvenidos a la Generación Yo
En un controvertido libro, la psicóloga Jean Twenge, de la Universidad Estatal de San Diego, en California, etiquetó como Generación Yo a una gran parte de la juventud actual. Engloba, según Twenge, a individuos con una gran autoestima, con actitudes que muchos consideran arrogantes y a los que se les nota encantados de conocerse a sí mismos. Para Twenge, su egolatría proviene de una época en la que se acentuó mucho en la educación la importancia del yo. Y, además, internet ha multiplicado el efecto: han encontrado en las redes sociales el escaparate para la autopromoción. Ellos saben que en la Red lo importante es sobresalir. El cómo da igual.
Por su parte, Madeline Levine, psicóloga de la Universidad de Stanford, resume en su obra El precio del privilegio las críticas fundamentales que se hacen a esta cultura del yo. Se trata, según estos autores, de una estrategia psicológica que prima el egocentrismo por encima del esfuerzo. La inmensa mayoría de los famosos actuales son ídolos que no han aportado nada más que su desparpajo y su gran confianza en ellos mismos, y los jóvenes aprenden en internet que el éxito no tiene nada que ver con el talento. Esta forma de entender la vida ha encontrado en la Red un campo de acción perfecto. Allí pueden contar las fiestas que han hecho, siempre concurridas, siempre divertidas; colgar fotos en las que se reflejan detalladamente todos los cambios de estilo rindiendo culto a la imagen; y presumir de ligues que viven un perpetuo romance feliz.
La descripción del narcisista online que hacen este tipo de analistas muestra que catalogan este factor como algo negativo. Los adjetivos que utilizan tienden a enfatizar ese lado oscuro: hablan de “locuacidad y encanto superficiales”; de “tendencia a saltarse las reglas y cometer delitos”; de “falta de autocontrol”; de “autovaloración exagerada”; de “arrogancia y prepotencia”; de “ausencia de una empatía real”; de “necesidad constante de halagos”…
Quizá el fenómeno que nos está haciendo plantearnos con más fuerza el tremendo efecto potenciador del narcisismo de la Red sean los selfis mortales. En 2014, la rusa Xenia Ignatyeva, de diecisiete años, se precipitó desde un puente mientras practicaba skywalking, una modalidad de autorretrato que consiste en subir a rascacielos o puentes de forma ilegal y sin ninguna medida de seguridad.
La foto de esta adolescente, que murió electrocutada por el cable al que intentó agarrarse durante la caída, es uno de los símbolos más emblemáticos de los riesgos de esa búsqueda de refuerzo del ego. No es la única: las recopilaciones de selfis mortales incluyen fotos realizadas en el techo de un tren un segundo antes de que la persona muera electrocutada por la catenaria, parejas que se despeñan por acantilados ante la mirada aterrorizada de sus hijos, o imágenes tomadas por una persona con un arma en la sien justo antes de que esta dispare.
De nuevo, los estudios muestran que este fenómeno está relacionado con que internet fomenta el narcisismo. Una investigación realizada también por científicos de la Universidad de Georgia llegaba a la conclusión de que los que puntúan alto en esa escala –más a menudo hombres, que resultan ser más ególatras que las mujeres– se toman muchos más selfis y cuelgan más a menudo imágenes de sí mismos en lugares diferentes. El nivel de egolatría, según este estudio, se relaciona sobre todo con la tendencia a autorretratarse en lugares muy impactantes en los que pocas personas lo han hecho antes. De ahí a jugarse la vida parece haber solamente un paso…
Viene de lejos
Todas estas investigaciones sugieren que nos hallamos ante un fenómeno moderno. Pero si estudiamos el desarrollo histórico de este narcisismo actual, nos daremos cuenta de que se ha ido formando a través de muchas variables que hoy consideramos valores fundamentales de nuestra forma de vida. El psicólogo Roy Baumeister, de la Universidad Estatal de Florida, ha realizado esa labor y ha llegado a la conclusión de que los componentes del narcisismo han ido añadiéndose al bagaje del ser humano a lo largo de épocas históricas –el nacimiento del cristianismo, el Renacimiento, la Reforma protestante, la Ilustración, el movimiento romántico, el capitalismo, etc.– que han abonado el amor por nosotros mismos.
Un ejemplo de estas variables necesarias para la vanidad es el autoconocimiento. Las personas que se quieren a sí mismas son conscientes de sus virtudes y defectos. Esa sabiduría interior proviene, como recuerda Baumeister, de fenómenos como la práctica general de la confesión, introducida por el cristianismo en el siglo XIII. Además, esos hitos cambiaron la forma en que nos definimos a nosotros mismos: a partir del siglo XVII, la identidad deja de asociarse con el linaje familiar y tiene que ver más con los éxitos individuales.
De hecho, estos hitos cambian la relación entre el individuo y la sociedad: la rebeldía romántica, por ejemplo, puso de moda un tipo de ser humano que está en conflicto con el mundo. En efecto, el narcisista sabe que aquellos que se pliegan a las reglas no tienen por qué tener una mejor vida. El capitalismo le añade un último factor a este egocentrismo moderno: la necesidad de autorrealización, de conseguir llegar lo más lejos posible.
Un hecho ligado al dinero
No es casualidad que el progreso económico sea uno de los éxitos adaptativos que ponen sobre la mesa aquellos que no ven con tan malos ojos esta fiebre de narcisismo. Creer en los propios recursos –y presumir de ellos en internet– es adaptativo en un mundo laboral competitivo como el actual.
Eso explicaría, por ejemplo, los datos encontrados por Joshua Foster, profesor de Psicología de la Universidad del Sur de Alabama. Este investigador ha comprobado, utilizando los datos del NPI (Narcissistic Personality Inventory), que las puntuaciones medias en esta escala han subido un 25 % desde principios de los noventa. Esa es la fecha en que empezó el auge de internet, en la que Foster comenzó sus estudios de campo… y en la que la economía mundial comenzó a revitalizarse tras un periodo de recesión.
No es de extrañar que expertos como Jim Collins, de la Stanford Business School, recomienden la selección de CEO (directores ejecutivos) con alta puntuación en el NPI. De hecho, según él, “detrás de todo gran éxito económico actual se encuentra una persona narcisista y autosuficiente”. La razón de esto la da Edward Roberts, profesor de la Escuela de Administración y Dirección de Empresas Sloan, en Massachusetts: en el mundo empresarial actual se premia el desparpajo, porque el riesgo compensa. Se gana más en un solo acierto de lo que se pierde en muchos fallos.
En un mundo así, los ególatras son muy eficaces, porque no tienen miedo a cometer errores. No temen, por ejemplo, desobedecer órdenes de los superiores. En su imaginario está convertir su empresa en el próximo Google, Amazon o eBay. Por eso afrontan los procesos de selección como una oportunidad para elegir compañía –no tienen en mente que la empresa les esté probando a ellos–. Gracias a esa insolencia que los caracteriza, se arriesgan continuamente. Y eso les hace equivocarse a menudo, pero, a cambio, aciertan en ocasiones concretas que les hacen millonarios. Casos como los de Bill Gates, Jeff Bezos o Sergey Brin son paradigmáticos.
El lado bueno de la vanidad 3.0
Los expertos encuentran también, por supuesto, potenciales positivos de este individualismo autosuficiente fomentado por internet que van más allá de lo económico. Un ejemplo: un estudio de Sara Konrath, Meng-Han Ho y Sasha Zarins, de la Indiana University-Purdue University Indianapolis, examinó los factores que llevan a los narcisistas a participar en comportamientos prosociales. En gran parte, estos individuos realizan buenas acciones por egolatría, ya que les producen elogios públicos. Pero el resultado es óptimo: la investigación mostró que los narcisistas son incluso más propensos que el resto a participar en comportamientos éticos públicos, como participación en voluntariado y asociacionismo.
El psicólogo Albert Bandura, de la Universidad de Stanford, aporta otra ventaja de este amor por uno mismo. Se trata del concepto de autoeficacia, que se refiere a aquellos juicios que hacen las personas acerca de sus propias capacidades cuando intentan alcanzar niveles determinados de rendimiento. ¿Cómo respondemos a preguntas como “seré capaz de hacerlo”, “valgo para esto” o “tengo esperanzas de conseguirlo”? Las personas que puntúan alto en autoeficacia responden positivamente y eso les permite rendir mejor.
El narcisismo que fomenta internet está potenciando ese factor. Tomemos el ejemplo de la seducción. Hasta la aparición de la Red, solo unos cuantos privilegiados se consideraban autoeficaces. Los demás afrontaban el coqueteo amoroso con inseguridades, traumas y, sobre todo, pesimismo. Hoy en día, la facilidad para encontrar nuestro público diana –hay más donde elegir– y la fluidez en el ensayo y error –al no ver a la otra persona, los fracasos no hacen daño– han aumentado el número de individuos que se sienten seguros en el cortejo. Y eso redunda en un porcentaje más alto de éxito: como nos recordaba Bandura, lo que una persona piensa acerca de sus capacidades predice mejor su desempeño que su nivel de habilidad real.
La psicóloga Patricia Wallace, profesora de la Johns Hopkins University y autora de uno de los primeros libros sobre el tema, destacaba ya este aspecto de democratización de la autoestima que ofrece la Red.
El Rubius
La clave: creer en uno mismo
En internet es muchísimo más fácil sentirnos seguros y tener confianza en nuestros resultados. Aunque esto pueda llevar en muchos casos a un excesivo ego, supone en la inmensa mayoría de la población un aumento sano de la confianza en sí mismo. Y ese aumento de la autoestima puede ayudar también a fomentar otros factores positivos. Un ejemplo clásico es la empatía: los individuos más seguros tienden a ser bastante más empáticos, porque no necesitan ya preocuparse por su persona. No es de extrañar que estudios como el realizado por los científicos holandeses Helen Vossen y Patti Valkenburg concluyan que los adolescentes aumentan su nivel de empatía a medida que van adquiriendo destreza en el manejo de las redes sociales, aunque no se conviertan en un El Rubius.
Del narcisismo a la filantropía
Hay que recordar que los grandes mitos del desarrollo de internet –Bill Gates, Mark Zuckerberg, Steve Jobs…– son también conocidos filántropos: la Red parece promover en igual medida el narcisismo y la necesidad de ayudar al prójimo.
Craig Malkin, psicólogo de la Universidad de Harvard, escribió que el narcisismo 2es la capacidad de vernos a nosotros mismos y a los demás a través de gafas de color rosa”. Este investigador, autor del libro Rethinking Narcissism (Repensando el narcisismo), nos recuerda la necesidad que todos tenemos de sentirnos especiales y exponernos para escuchar halagos de los demás. La confianza necesaria para arriesgarnos en empresas nuevas, para abordar tareas difíciles o para iniciar relaciones proviene de la interiorización de la mirada de admiración de los que nos rodean.
Hagamos un ejercicio lingüístico: cambiemos las palabras utilizadas anteriormente para describir a los narcisistas por otras que tienen connotaciones mucho más positivas. “Locuacidad y encanto superficiales” pueden sustituirse por “amabilidad”; “tendencia a saltarse las reglas y cometer delitos”, por “rebeldía”; “falta de autocontrol”, por “espontaneidad”; “autovaloración exagerada”, por “confianza en sí mismo”; “ausencia de una empatía real”, por “sinceridad”; “arrogancia y prepotencia”, por “tendencia a no dejarse humillar”; y “necesidad constante de halagos”, por “búsqueda de feedback externo”.
Si dejamos de usar el lenguaje como un arma arrojadiza, nos damos cuenta de que lo que llamamos narcisismo es en realidad autoestima sana en la inmensa mayoría de los casos. El porcentaje de trastornos causados por este aumento de la autoconfianza que potencia la Red es muy pequeño. Como decía Oscar Wilde, quizá no deberíamos asustarnos tanto por que las personas se quieran más a sí mismas, ya que a fin de cuentas ese puede ser el principio de un romance que durará toda la vida.
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