EFE. Las aisladas y majestuosas montañas del norte de Albania, símbolo de guerras de resistencia y de la venganza de sangre, se están convirtiendo en un destino turístico único en Europa para los amantes del senderismo y de la naturaleza virgen.
Esta nueva función contrasta con su legado histórico vinculado con la imagen de los montañeses albaneses como un pueblo guerrero indomable y lejos de la civilización y de la vida moderna.
El rincón montañoso más norteño del país, Kelmend, con las aldeas de Tamara, Lepushe y Vermosh, que se sitúan en valles que los ríos alpinos de aguas turquesas han surcado en montes de más de dos mil metros de altura, esconde un misterio a descubrir que fascinaría a cualquier turista del mundo.
Situada a unos 190 kilómetros de Tirana, esta riqueza natural intacta junto con las buenas tradiciones de los montañeses albaneses, la tranquilidad y el aire puro se pueden disfrutar gracias a la nueva carretera recién construida.
El verdadero patrimonio aquí no es el lujo, sino la original belleza natural y la hospitalidad de su gente conservadas por el profundo aislamiento desde los tiempos remotos descritos en sus reportajes de inicios del siglo XX por la viajera y escritora británica Edith Durham.
“La belleza de los montes es asombrosa. La gente es muy amable, pacífica y hospitalaria. Es el lugar idóneo para hacer senderismo”, dice a Efe Hanna Fray, una turista alemana.
Fray cree que es “injusta” la mala imagen que se da de esta gente y que nada de lo que había escuchado sobre este lugar -“peligroso, inseguro y regido por la venganza de sangre”- es cierto.
Desde las ventanas de la habitación de la modesta casa de huéspedes de Zef Nilaj, en Lepushe, se puede contemplar una vista maravillosa del glaciar en la cima de Shnik (2.555 metros), uno de los picos de la cordillera de Bjeshket e Namuna (Montañas Malditas), que Albania comparte con Montenegro y Kosovo.
“Es una zona aún desconocida. Primero llegaron extranjeros y ahora están viniendo los albaneses desacostumbrados al turismo de montaña”, explica Zef, que con su mujer Vjollca y su hijo Paulin se ganan la vida alojando a los visitantes.
A 25 euros diarios por persona esta familia ofrece alojamiento y comida tradicional a los turistas que, en su mayoría, son alemanes, belgas, austríacos y suizos.
La de Zef es una de las 18 casas de huéspedes que existen en Kelmend y que el año pasado acogieron a 3.760 turistas, 2.000 de ellos extranjeros, una cifra que se ha duplicado con creces en dos años.
Hoteles no existen y el alojamiento de turistas es un problema, según afirman los habitantes que ven el desarrollo del turismo como la única esperanza que les sacaría de la miseria y el aislamiento.
Kelmend cuenta ahora con 4.000 habitantes, frente a los 7.000 que vivían aquí durante el comunismo. Muchos han emigrado a Estados Unidos y sólo un 30 % de los jóvenes quiere quedarse aquí.
“Vivimos en el lugar más bonito del mundo, pero quizá en el más pobre”, se queja Gazmend Bikaj, que aún labra la tierra con bueyes.
“Pan y sal y corazón”, es el lema de los montañeses, cuyas casas pertenecen al huésped y a dios, según la antigua tradición.
El maravilloso olor que desprenden la mantequilla, mishavina (queso de vaca u oveja curado), ferlik (cordero asado), kacimak (masa de patatas, harina de maíz y queso), el byrek me nene (empanada rellena de hierbas) no dejan indiferente a los visitantes.
Albania, un país mediterráneo de tres millones de habitantes, fue visitada el año pasado por 4,7 millones de turistas que aportaron a la pobre economía 1.500 millones de euros, el 7 % del Producto Interior Bruto.
Para impulsar el turismo, el Gobierno albanés ha reducido del 20 % al 6 % el Impuesto sobre el Valor Añadido (IVA) que se aplica en este sector.
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