EFE.- “Genocide Proyect” es una propuesta artística que parte de la investigación de exterminios acontecidos en distintos países con la que su autor, el artista plástico español Eduardo Gómez Ballesteros, pretende crear conciencia y sortear la indiferencia ante la estampa del horror.
Imágenes fotográficas de archivo de víctimas de conflictos que han supuesto una violencia extrema se complementan con fotos y vídeos tomados por el propio autor en lugares de tortura, reclusión y ejecución, con la intención de enseñar al espectador a mirar imágenes implícitamente violentas desde una perspectiva artística.
“Genocide Project” se aborda desde la filosofía y la historia pero, sobre todo, desde las artes plásticas, “no tiene un fin periodístico o informativo”, su objetivo último es “crear piezas de arte”, señaló a Efe el autor al presentar la muestra en la República Dominicana, donde permanece abierta al público del 19 de marzo hasta el 6 de agosto.
“Por ver las imágenes de las víctimas del genocidio camboyano de los Jemeres Rojos (1975-1979) no vas a aprender más” al respecto, aseguró.
Añadió que la propuesta es que el espectador tenga “una sensación de empatía y, de paso, generar esa experiencia fundamental de relación con el arte”, pero nunca aportando una explicación, sino formulando preguntas.
Esta “es una obra de signo abierto, de forma que el espectador no busque una solución, sino una relación directa con las víctimas”, dijo.
El artista ha recorrido casi 60 países a lo largo de los 30 años de vida que tiene el proyecto para ir sumando elementos, historias y retratos a esta colección, en su propósito de enseñar a mirar.
A su entender, en el público existe una “anestesia general” frente a la imagen, consecuencia de una sobre exposición y de que “no se sabe mirar la imagen, somos analfabetos a la hora de interpretarlas”.
Los conflictos, como el actual en Siria, generan “imágenes coyunturales aparejadas y luego pasamos a otro tema, mientras que el arte trabaja a posteriori, no está vinculado al acontecimiento, lo que permite plantear una forma de mirar con un recorrido más trascendente, y crear una experiencia sensorial”.
“Enseñar a mirar me interesa muchísimo, sobre todo enseñar a mirar las imágenes violentas para luchar contra esa anestesia”, para que, “después de haber visto millones en tu vida, puedas mirarlas de otra manera”, señaló el artista.
El primer escenario del que se nutrió fue Bosnia, dijo, al tener “un mal comienzo”. “Utilicé imágenes de víctimas musulmanas e improvisé una exposición, y tuve conflictos con la parte de Croacia”, explicó.
“A partir de ahí generé un proyecto un poco diferente, decidí tomar posición de manera que la obra de arte genere conciencia más que conocimiento, pero las piezas de los diferentes conflictos no se exponen nunca en el país donde tomé las imágenes”, dijo.
Gómez Ballesteros es independiente, no rinde cuentas ante nadie, por lo que su libertad a la hora de escoger las piezas que expone y los países y espacios donde lo hace es total.
En la República Dominicana ha escogido el Museo de la Resistencia para mostrar piezas correspondientes a la guerra civil en Líbano entre 1975 y 1990, la masacre de la minoría étnica Tamil en 2009 en Sri Lanka y el genocidio de Ruanda en 1994, además del ya mencionado en Camboya durante el régimen de Pol Pot.
Todo ese trabajo basado en el horror, indudablemente, pasa factura, y Gómez Ballesteros trata de gestionarlo echando mano de su formación como psicólogo, carrera que cursó en la Universidad Autónoma de Madrid y que se suma a su titulación, Cum Laude, en Bellas Artes por la Universidad Complutense de la capital española.
“Es demoledor”, confiesa, “estás permanentemente viendo sitios y entrevistando a gente, viendo lugares”.
“Eres un espectador trashumante” que se enfrenta a imágenes con tanta carga como 6.000 retratos del genocidio camboyano “de gente que sabe que va a morir, y tienes que mirar a los 6.000 a cara, uno a uno”, señaló a modo de ejemplo.
A la hora de seleccionar las imágenes hay que mostrar un gran respeto “para que no sea una especie de doble crucifixión” de las víctimas, puesto que “con la exposición pública de determinados relatos lo que haces es prolongar un poco la muerte y la tortura, de manera que siempre estás en la cuerda floja de hasta qué punto es lícito que lo expongas”, manifestó.
En cualquier caso, esas imágenes contienen violencia implícita, “pero nunca explícita, porque el asco es un mal conductor de sensaciones”, especialmente cuando en esta obra existe ese componente didáctico de “enseñar a mirar” que tanto le interesa a Gómez Ballesteros.
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